Dicen que querer es poder, y bien caería esta expresión al PRD. Si quisieran, hubiera mediadores para aplacar los ánimos y encontrar un salvoconducto institucional. Si quisieran, ganarían las elecciones de 2016. Si quisieran, mantuvieran fuerte el partido más longevo del país. Si quisieran, ayudarían a afianzar el tambaleante sistema de partidos. Si quisieran, animarían su electorado de 47%.

Pero no, no quieren, y ahí radica el problema del PRD. No quieren porque cada facción ha definido su existencia en función de la aniquilación de la otra. No quieren porque Hipólito Mejía y Miguel Vargas se creen propietarios de la candidatura presidencial. No quieren porque el protagonismo personal sobrepasa el más elemental cálculo de éxito político. No quieren porque han puesto el partido al servicio de sus propios intereses. No quieren porque no tienen nada especial que ofertar.

El PRD dejó de ser porque no fue; dejó de hacer porque no hizo. En 1962 prometió la democracia y se desvaneció. En 1978 prometió la socialdemocracia y se olvidó. En ambas oportunidades Joaquín Balaguer y sus huestes conservadoras estuvieron prestos para deshacer las esperanzas de justicia y libertad que la sociedad dominicana había depositado desde 1962 en el PRD. El 2000 fue la tercera, pero salieron derrotados en el 2004, con el partido y su liderazgo hipotecado en medio de una gran crisis económica-institucional.

Miguel Vargas ha sido el financista del partido, pero para llegar al poder se necesita más que dinero. Hipólito Mejía ha sido el carisma desbordado, pero para gobernar se necesita una meticulosa racionalidad. Ambos copan el liderazgo del PRD y ninguno aporta los ingredientes necesarios para articular el partido, encaminarlo en la oposición, y guiarlo hacia un futuro electoral promisorio. Por eso se acusan, disputan, pelean.

El domingo pasado el conflicto dio un giro significativo. Ya no es solo acusaciones o elecciones amañadas, sentencias acatadas o desacatadas. El pleito fue a sillazos, a piedras y tiros, a empujones y bombazos. Una verdadera irresponsabilidad pública. Los jueces del Tribunal Superior Electoral pueden colgar sus togas; lo que digan tiene poca relevancia. El conflicto es más político que legal, más visceral que racional, y el Tribunal no tiene suficiente legitimidad para cantar verdad.

Las sentencias han favorecido a Miguel Vargas, ¿pero qué hará él con una franquicia partidaria sin energía política y sin su dirigencia histórica? ¿Una empresa contratista del gobierno como hicieron los reformistas con el PRSC? ¿Y qué hará Hipólito Mejía en su agonía por volver al poder sin las legendarias siglas del PRD? Para avanzar en sus objetivos, ambos se necesitan más que los perredeístas a ellos, pero tienen el PRD secuestrado.

La iglesia no es mediación viable porque el PRD es una cruz muy pesada para cargar más allá de semana santa.

Cualquier intento serio de mediación requeriría de mucho tiempo y muchas condiciones. Que la mediación sea legítima y justa para ambas partes. Que Mejía y Vargas acepten encuentros cara a cara. Que se comprometan a respetar los acuerdos establecidos. Que la mediación se mantenga hasta concluir una convención democrática que instale nuevas autoridades con legitimidad para embarcar el partido en la selección de candidatos.

Se me ocurre que la única institución que podría tener interés y capacidad de una mediación larga y compleja es la Internacional Socialista. Si Mejía y Vargas deciden en algún momento someterse a los procedimientos democráticos, que recurran a esta instancia de impronta peñagomista. Si no, seguirá feroz la lucha entre ellos por la insignia del PRD. ¿Y el PLD? Gobernando a sus anchas con el PRD destrozándose.

Artículo publicado en el periódico HOY