En este país en el que hay muchas cosas que decir uno no sabe sobre que escribir. Todo es tan predecible y el futuro es tan cierto que nuestra capacidad para influir en la vida cotidiana y en los actos trascendentes de nuestro país parece precaria. En este estado de certidumbre uno se vuelve silencioso y pragmático para esperar lo inevitable.

Pragmático es una palabra adecuada para uno esconderse y decir que se comportar de acuerdo con los tiempos. Cuando a uno de nuestros políticos se le pregunta cuales son las ideas que guían sus acciones dice que es pragmático, o que tiene una visión gerencial de los problemas, lo que concluye en lo mismo. Son hombres eminente práctico que sólo se llevan de realidades. Ahora, si uno ve bien las cosas, parece que pragmáticos es todo aquel que tiene una meta inconcebible en el marco de la decencia y de la responsabilidad más allá de lo que le es propio.

El pragmático como un hombre que entiende los hechos no se anda por los ramos, con historias ficticias o leyendas, es el hombre que se las sabe todas. El que sabe cómo abordar cualquier asunto. Así el pragmático es diestro, versado, hábil y experimentado, que sabe cómo ver los problemas y solucionarlos. El pragmático es un hombre que resuelve. Él que sabe que un hombre decente no sirve para traer gentes ni para hacer campaña.

Emmanuel Kant llamó pragmático el conocimiento que servía para la vida, diferenciándolo del conocimiento académico. El filósofo de Königsberg definía como pragmático a todo aquello que producía bienestar. Este último concepto puede ser difuso e ininteligible pero hemos llegado a la simpleza de que el bienestar sólo se alcanza haciéndose uno rico. Porque el dinero se ha convertido en la medida de todas las cosas y sólo tiene virtudes el hombre que tiene riqueza.

El pragmático es un hombre que resuelve. Él que sabe que un hombre decente no sirve para traer gentes ni para hacer campaña

No era así en otros tiempos. Siempre ha sido costoso llevar una guerra en contra del mal y el dinero falta para inducir a muchos a la vida cristiana, pero si se anuncia una donación a la iglesia se debe preguntar de su origen, de quien la hace y de donde viene. Esto se hacía antes, ahora no, más que cristiano es pragmático tomarla sin preguntar. Nadie actúa como las congregaciones de Boston en 1905, que recibiendo una donación de cien mil dólares, de John D. Rockefeller, la indignación corrió como corriente eléctrica, surgiendo la pregunta del reverendo Washington Gladden, que hoy nadie se hace: «¿Es dinero limpio? ¿Habrá un hombre, una institución, que, sabiendo su procedencia, lo toque sin mancharse?».

Los protestantes de la escena relatada, según lo describen Peter Collier y David Harowitz, objetaban la riqueza acumulada con métodos despiadados, propios de los barones ladrones de la edad media. La fría brutalidad con que se arruinaban las propiedades, se destruía la seguridad y se esquilmaba de sus humildes pertenencias a ciento de personas, con el sólo propósito de amasar fortunas multimillonarias que presentaban con todo su espanto la clase de monstruo en que es capaz de convertirse el ser humano. Desde esa época el término «dinero sucio» pasó a ser parte del habla del hombre común.

En la vida del pragmático las ideas fruto de las abstracciones y las de pura especulación, las carentes de fines inmanentes al dinero, las filosóficas, las relativas a la grandeza una nación y a su existencia es propias de hombres inútiles, de orate sin metas, que no pretende llegar y se han quedado. Todo el mundo emprende con un fin pecuniario. Los problemas se resuelven uno por uno y día por día y nada es apriorístico ni de especulación intelectual. Se rechaza cualquier cosa que trascienda a lo cotidiano, todo se repite en secuencias erráticas dejando la impresión que se hace referencia a hechos distintos cuando el tedio de la monotonía nos hace entender que estamos en lo mismo. Todo se vuelve medio e instrumento sin fines relevantes pues los propósitos son pocos si las metas trascendentes sólo se reducen a uno ser rico y cuando todos los argumentos son tácticos y vinculados a esos fines.

Toda queda reducido a fines instrumentales que no son fines en sí mismo, que sólo pueden servir para alcanzar otros, que no pueden ser como la reelección el único propósito nacional, aunque sea un objetivo práctico para desde él alcanzar otras metas que sean trascendentes. El político debe ver cuáles son las metas más remotas, las que tienen como objeto final la grandeza de la nación, no los propósitos inmediatos de hedonícrata cuyos objetivos se reducen al placer de mandar y poseer y no al de hacer el bien mayor.

El dilema entre propósitos inmediatos y metas trascendentes que hacen grande a un país no es nuevo. James McGregor Burns, en su libro: «Gobierno Presidencial», señala: «Cuanto más se concentra un líder político en su objetivo inmediato, más se limita su capacidad de planear o influir sobre fines más remotos, que pueden resultar importante para él; fines que en verdad, pueden ser la única justificación de los fines instrumentales sobre los cuales se está concentrado». Son los fines esenciales y no los instrumentales los que pueden justificar cualquier medio que sirva para procurar la grandeza de la nación. Pero los fines que justifican los inmediatos en este país no están suficientemente explícitos y a priori cualquier ciudadano puede concluir en que son otros.

Mientras tantos, descrita por el mismo autor citado en el párrafo anterior, tomemos la paradoja de Lincoln: «Cuanto más cautivo se vea el Presidente de las presiones inmediatas ejercidas sobre él, más puede llegar a alejarse de los problemas de largo alcance, de mayor significación, pero más remotos de su tiempo. Cuanto más práctico, pragmático y operacional llegue a ser, más se convierte víctimas de los acontecimientos, en lugar de ser el conformador de ellos, y cuanto más creciente es el poder presidencial para lidiar con crisis inmediatas, más abierta e irresoluta deja la relación entre la poderosísima instrumentalidad de la presidencia y los valores y metas del pueblo norteamericano». Mutatis mutandis, tal paradoja es perfectamente entendibles cuando se observa este país y en cada sitio te hablan de los temas inmediatos impuestos desde arriba.

De ese modo, si todo se determinará de forma recurrente por metas inmediatas e instrumentales como la reelección, o si los objetivos a conseguir son los del orden pragmático y los propósitos se van a reducir a fines tácticos donde se convierte en relevante el tigueraje, con el objeto alcanzar metas espurias para después asombrarnos de los resultados y de la muerte de un hombre decente, si ni siquiera tenemos ideas sobre el futuro de la nación que queremos y sobre las garantías de su propia existencia, parece útil ver esto con ojos de pragmático y sentarse a esperar que pasa, pero no nos podemos quejar, es nuestra decisión no hacer nada.