Cada tormenta, cada depresión tropical e incluso cada aguacero saca a relucir todas las carencias del país y sus municipios, a pesar de 16 años de “progreso”. Siempre que un fenómeno natural nos afecta, vemos la cara más real de la República Dominicana: sus altos niveles de pobreza, su desorganización, la abundante contaminación y la ausencia efectiva de planes urbanísticos que permitan mitigar los daños que provocan estos fenómenos.

Los ayuntamientos pueden jugar un rol muy importante al momento de mitigar los riesgos que acompañan la ocurrencia de fenómenos atmosféricos o de cualquier otra naturaleza. Son estos que están en la primera línea de prevención de riesgo y también, de reacción ante la materialización de daños materiales y humanos.

Lo anterior se debe a que el riesgo existe en la medida en que haya asentamientos humanos y, por tanto, siendo los ayuntamientos los principales gestores de los centros urbanos, son quienes tienen que elaborar planes locales y en conjunto con las demás autoridades para lograr una mitigación efectiva de estos, conforme a las disposiciones de la ley núm. 147-02, sobre Gestión de Riesgos.

Para ello la ley núm. 176-07, sobre el Distrito Nacional y los municipios, otorga las potestades de programación y planificación a los ayuntamientos, al tiempo que reconoce como parte de sus competencias exclusivas la ordenación del territorio, la planificación urbanística y la gestión de los residuos sólidos.

Un país expuesto por siempre a tormentas y huracanes, implica que sus autoridades locales deben por sí mismas tomar en consideración este tema al momento del ejercicio de sus funciones

Precisamente, los problemas que siempre se resaltan con las inundaciones y daños materiales que ocasionados por los fenómenos naturales tienen que ver con asentamientos urbanos irregulares, violación o ausencia de normas urbanísticas respecto a las construcciones privadas y un pésimo manejo de los residuos sólidos que obstruyen el escaso alcantarillado de los centros urbanos, provocando mayores daños.

Cada uno de estos problemas pueden mitigarse con el ejercicio ordinario de las potestades que tienen los ayuntamientos. Un país expuesto por siempre a tormentas y huracanes, implica que sus autoridades locales deben por sí mismas tomar en consideración este tema al momento del ejercicio de sus funciones.

La planificación urbanística juega un rol vital en la gestión de riesgos y son los ayuntamientos que tienen la potestad de planeamiento urbanístico, entendida ésta como la prerrogativa de ordenar el territorio y el uso del suelo con el objetivo de maximizar el ejercicio de los derechos fundamentales atendiendo a las necesidades urbanas, sociales y culturales.

El ejercicio de la potestad de planeamiento conlleva la elaboración, el desarrollo y la ejecución de los planes reguladores y planes urbanísticos que hoy día tienen que hacerse basado en riesgos. Los asentamientos irregulares son quizá el mayor dolor de cabeza pues son la consecuencia de años indisciplina urbanística, además de que los ayuntamientos por sí solos no podrán solucionar los actuales, aunque sí impedir nuevos asentamientos irregulares sobre la base de los planes que tienen que aprobar para garantizar un desarrollo urbano ordenado.

Por igual, la gestión de los residuos sólidos no tiene que esperar la aprobación de una ley particular como tal. Esta ley debería ser complementaria y especializada; pues con la ley núm. 176-07, los ayuntamientos siempre han podido hacer una gestión de residuos efectiva y cuidadosa del medioambiente. Esto amerita, por igual, planificación, responsabilidad y voluntad de las autoridades locales.

Es importante romper con la cultura del centralismo y de dependencia con el gobierno central de cara a la planificación y gestión de riesgos. Los ayuntamientos deben asumir un rol más proactivo y no dejar para mañana, lo que puede hacerse hoy, pues una gestión urbanística basada en riesgos, acompañada de un plan local sobre la disposición de los residuos sólidos, es una herramienta de prevención de riesgos formidable ante los fenómenos naturales a los que siempre nos vamos a exponer.