La era de la posverdad es en realidad la era del engaño y de la mentira, pero la novedad que se asocia a ese neologismo consiste en la masificación de las creencias falsas y en la facilidad para que los bulos prosperen (…). La tecnología permite hoy manipular digitalmente cualquier documento (incluidas las imágenes) y eso avala que se presente como sospechosos a quienes reaccionan con datos ciertos ante las mentiras, porque sus pruebas ya no tienen un valor notarial. (Álex Grijelmo GRIJELMO.elpais.com/el país/2017/08/22/)

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La posverdad como concepto no se puede despachar como simple idea, que según el Diccionario de Oxford, fue la más nombrada en el 2016 y que sobresalió en las redes sociales en el plano de lo virtual y lo real. Esta, como tal, está operando como estrategia discursiva en lo político, académico y empresarial en el cibermundo.

Hay que situarla más allá del dualismo verdad y mentira, en la afirmación o negación de acontecimientos reales e irse al plano del ciberespacio, que produce acontecimientos  más virtuales que los mismos acontecimientos que se dan en los espacios reales de la sociedad. El contentarse con la virtualidad, no es garantía de restablecer la verdad, en unos tiempos donde la velocidad de la información disloca el sentido de los acontecimientos (Baudrillard, 2010; 1997), los cuales han entrado en subasta, predominando la desinformación. 

En la posverdad, entra el sujeto cibernético en una relacionado con el discurso emotivo y  no  el objetivo en cuanto al estudio del acontecimiento en sí, de que algo existe realmente, que hay un acontecimiento social que se ha de reflexionar e investigar. 

De ahí que el sujeto que vive en la posverdad se mueve en un discurso de creencias, creyendo ciegamente en acontecimientos que no se han producido o negando tales acontecimientos.   

En este sentido quedan atrapados en lo virtual como si fuese el único sentido que existe, como si lo real se hubiese esfumado, como pretende el discurso del propio Baudrillard,  el cual no comprende que lo real y lo virtual, el espacio y el ciberespacio  forman un híbrido planetario en estos tiempos cibernéticos.

En la posverdad, la emoción y la pasión se imponen sobre la razón y lo lógico en cuanto a evaluación del acontecimiento que operan con la distorsión y el simulacro. El sujeto cibernético  se legitima en ese imperativo de noticias distorsionadas, no como una simple mentira frente a la verdad tal como se ha conocido, sino como si fuese una verdad alternativa, unos bulos noticiosos que se tornan válidos como estrategia política y de moldeo de la opinión pública, sin medir consecuencias sociales.

Las emociones y las creencias van de la mano de la posverdad. Por lo que esta  opera como creencia emocional e irrefutable en sujetos o  grupos sociales que buscan legitimarse en la sociedad y dislocar el suceso real en el plano de lo virtual. Como tal, la posverdad se presenta como creencia disfrazada no tan solo en el grupo, sino en toda la sociedad.

La credibilidad de la noticia, el hecho en sí queda relegado a un segundo o tercer plano e imperando un bulo en lo social, en el espacio y el ciberespacio. Se   fabrican sucesos como si fuesen reales, pero tal fabricación toma como punto de partida lo virtual, no lo real, no el espacio, sino el ciberespacio.

El sujeto cibernético que, con su discurso, construye la posverdad busca que el hecho concuerde con su creencia, que estas últimas se  conviertan en verdad, no reconociendo sesgos cognitivos en sus visión sobre tales hechos, devaluándolos y  convirtiendo la banalidad en acontecimientos noticiosos, los cuales en lo empírico como verdad no entran en cuestionamiento, en cuanto a los enunciados y al  pensamiento como bien lo señalaba Aristóteles en los libros IV y VI de la Metafísica ( 2001). 

Es por eso que, por más que se retuerzan las imágenes de nosotros en las redes sociales, que se busque una verdad sobre una supuesta eternidad de rostros jóvenes mediados por escáner o diversas aplicaciones virtuales, no por eso dejaremos de degradarnos en lo real. En este espacio real, vivo y escribo, sabiendo que la posverdad no tiene cabida, ya que el tiempo es su agujero negro.

Somos espectros virtuales en tiempo real. La eterna juventud en lo virtual es un consuelo de la degradación de la vida real.  La posverdad nos remite a la Filosofía antigua, a la construcción epistémica de la verdad en Platón y Aristóteles. Esta debe ser desmontarla con un conocimiento ciber-epistemológico o de epistemología cibernética crítica. Esta es  producto de la era del cibermundo, de los entramados de aplicaciones, de los dispositivos digitales y de redes sociales y de realidad aumentada.   

Como sujetos cibernéticos, leemos, escuchamos y visualizamos que en el ciberespacio podemos reconfigurar, vía escáner o aplicaciones digitales, nuestros rostros, cambiar nuestra mirada, nuestra sonrisa, nuestro cuerpo; vivir una eterna juventud que se convierte en consuelo temporal  de nuestra degradación real.

La reconstrucción de nuestro rostro mancebo en el ciberespacio virtual es el rostro senil de nuestro espacio real. Lo que más viven en ese juego de rostros no son los jóvenes, sino la mayoría de los que se candidatean a un puesto  político electivo o de otra índole y, de manera puntual,  los artistas, las presentadoras de televisión o los amantes del selfie.