A mi amigo filósofo José Mármol

En el cibermundo, caracterizado por redes sociales, espacios virtuales, tecnología de la información, la posverdad fluye con normalidad y en esa misma proporción ocurre con la información falsa y la verídica. Lo terrible de todo es que en este mundo cibernético hay sistemas de algoritmos que construyen los enunciados falsos con apariencia de verdad que mucha gente cree con intensidad emocional y alegría.

La epistemología cibernética o ciberepistemología critica todo ese simulacro y los procedimientos sin rigor científico, que hoy se llama posverdad. Desde esta episteme se sitúan las redes sociales, la virtualidad como parte de la construcción del cibermundo.

El sujeto cibernético, de dimensión ética, ha de abordar la crítica al sistema de control de lo virtual y real en el plano de la complejidad (cibermudo como sistema y los subsistemas como ciberespacio, cibereducación, cibereconomía, ciberpolítica y cibercultura) y entretejida en redes de dispositivos digitales. Como sujeto ha de apuntar a una crítica al cibermundo a sabiendas de que está subordinado al sistema y que su crítica pasa por un reconocimiento sobre búsqueda de opciones y de replantearse proyectos de vida, lo que entra en el mismo corazón del sistema.

El sujeto cibernético critico se sitúa en una teoría ciberepistemológica que implica situar la verdad, la posverdad o los discursos como el de Bauman (2017, 2016, 2013, 2005, 1999a, 1999b), Chun Han (2016, 2015, 2014, 2003) y Lipovetsky (2016, 2014, 2009, 2003) que han construido desde la Filosofía, sociología, la literatura y la política toda una crítica y de ojo avizor al sistema cibernético (cibermundo) que se ha estado construyendo.

Ese cibersujeto ha de analizar y determinar dónde quedan atrapados estos intelectuales cuando critican el mundo digital y como quedan enredados cuando sitúan las redes sociales. Esto no quiere decir que sean ciberindigentes, más bien significa ver sus discursos no solo con el ojo clínico de lo filosófico, social  y político (mundo), sino también con el ojo filosófico cibernético (ciber-ojo) de lo social, cibercultural y ciberpolítico (cibermundo y sus dimensiones ciberespaciales), que implica sumergirse, sin ahogarse, en ese mundo virtual construido por el filósofo Baudrillard. Su discurso crítico conecta con lo cibernético, aunque queda entrapado en las redes de lo virtual sin referente a lo real (acontecimiento), no por eso se puede escamotear su aporte al concepto de posverdad:    

Que la producción de engañifa se haya convertido en un sector importante de la industria bélica, como los placebos, se ha convertido en un sector importante  de la industria  médica, como la falsificación se ha convertido en un sector floreciente en la industria del arte, por no hablar de la información, que se ha convertido en un sector prioritario de la industria a secas, todo indica que estamos entrando en un mundo de decepción, donde toda una cultura se dedica alegremente a la fabricación  de su falsificación. Cosa que también significa que ya no se hacen demasiadas ilusiones respecto a sí mismas. (Jean Baudrillard, La guerra del Golfo no ha tenido lugar, 2001: 39-40).

Ese discurso crítico que apunta al estudio epistemológico de lo virtual, de la verdad y la falsedad, deja sus huellas sobre la posverdad, la cual entra en el plano de lo ciberpolítico. Esto no deja a un lado el discurso epistémico que sitúa la crítica a la verdad en la propia definición griega de aletheia, cuyo significado es la revelación de una cosa, la cual está oculta y se debe buscar y descubrir como supuesto esencialmente ontológico. Dicha definición pretende una identidad entre el signo y la cosa, una correspondencia entre un objeto y conocimiento, o sea, un sentido lógico y metafísico que nos remonta a los enunciados del filósofo de Parménides y al mundo inteligible de Platón, caracterizado por la verdad y el puro conocimiento (Libro Séptimo, 2000). 

Contrario a ese filosofar sobre la verdad, que concibe al objeto fuera de la conciencia, se encuentra la construcción de esta como parte de juicios complejos articulados con objetos complejos en los que también entran los juicios falsos y el concepto de aproximación a la verdad en el ámbito de la teoría y de la Ciencia (Russell, 2003; Tarski, 2003; Popper, 1997).

Para entender los tentáculos de la filosofía del poder, el dispositivo de la posverdad, hay que colocarse un poco más allá del pensamiento racional del filósofo Spinoza (1990) sobre la verdad (adecuado) y falsedad (inadecuado) y “De la esencia de la verdad” (Heidegger, 2012), la cual, es una pregunta por la verdad de la esencia, donde esta última, como tal, se vuelve a sí misma, va del ocultamiento hacia el des-ocultamiento. Es más bien, situarse en la reflexión de la filosofía del poder de Foucault cuando establece que:

Cada sociedad posee su régimen de verdad, su política general de la verdad: es decir, define los tipos de discursos que acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, la manera de sancionar a unos a otros; las técnicas y los procedimientos que son valorados en el orden a la obtención de la verdad, el estatuto de quienes se encargan de decir qué es lo que funciona como verdadero.  (1999: 53).

En el cibermundo se ha de indagar lo que funciona como régimen posverdadero. El sujeto  que parte de un pensamiento crítico articulado a una teoría del poder cibernético, aborda la verdad (mundo) y la posverdad (cibermundo) dentro del discurso estratégico del poder político que opera en redes sociales (como el caso de Donald Trump).

Nietzsche se adelantó a su tiempo en lo que respecta a la crítica demoledora que le hizo a toda revelación falseada de la verdad: “La verdad constituye un ejército de metáforas gastadas y de antropomorfismo en movimiento y que, tras un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias.” (2016: 628. Vol.1).

Este filósofo Alemán amplia aun más su visión de la verdad cuando continúa diciendo: “hay poderes terribles que permanentemente le acometen y que, en contra de la verdad científica, presentan verdades de especie completamente diferentes con las más diversas etiquetas.” (Ídem).

Esta concepción crítica nietzscheana formar parte de esos entramados que perfila la verdad de la posverdad en la transparencia de lo virtual, más aún, de lo que he situado como realidad aumentada (virtualidad de inmersión y sin inmersión) en ese mismo filosofar de lo que Chul Han llama “La sociedad de la transparencia” (2013):

“Transparencia y verdad no son idénticas. Esta última es una negatividad en cuanto se pone e impone declarando falso todo lo otro. Más información o una acumulación de información por sí sola no es ninguna verdad. Le falta la dirección, a saber el sentido. Precisamente por la falta de la negatividad de lo verdadero se llega a una pululación y masificación de lo positivo. La hiperinformación y la hipercomunicación dan testimonio de la falta de verdad, e incluso de la falta de ser”. (2013:23).

Aunque la transparencia e información (verdad y posverdad) funcionen como dispositivo de lo ciberpolítico, no por eso comprendemos todas las telarañas del espacio virtual. Lo abordado por Han se queda en el primer nivel del ciberespacio, el cual apenas mueve menos de un 20 % de esa información. Las demás se pierden en la falta de transparencia y en sus profundidades virtuales, donde el poder se mueve como rizomas de serpientes y pueden tocar a la puerta de tu espacio real en condición de topo y dejarnos petrificados si intentamos mirarlo como si fuese una esfinge.