El Diccionario Oxford ha declarado el vocablo “posverdad” (post-truth) como palabra del año 2016. El término refiere a unas “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Debemos detenernos en tres conceptos fundamentales de esta definición para distinguir la llamada “era de la posverdad” de otras etapas históricas.

El primer concepto es el de “hecho objetivo”, específico de la era que ha visto gestar y desarrollar a la ciencia moderna como forma de saber predominante en la cultura occidental, con su correspondiente lectura filosófica que asume la existencia de una relación de correspondencia entre los juicios científicos y la realidad, concordancia que entiende como “verdad”.

El segundo término importante es el de “opinión pública”, entendida como el conjunto de percepciones, valoraciones y juicios que sobre determinados procesos sociales se forma una determinada comunidad. En cada sociedad se han gestado opiniones públicas. Lo distintivo de las sociedades contemporáneas es como las mismas tienen una posibilidad de conformarse a partir del conocimiento científico moderno.

El tercer concepto clave de la definición es el de “emoción”. La tradición filosófica occidental nos concibió como seres racionales. Sin embargo, el desarrollo de la psicología evolucionista y de las ciencias cognitivas subrayan nuestra dimensión emocional, el hecho de que tomamos decisiones en función de terminadas reacciones instintivas más que en una sopesada reflexión sobre las implicaciones de nuestras elecciones.

En vista de lo señalado, la “era de la posverdad” se relaciona con el hecho de que la opinión pública desestima los juicios científicos en temas con implicaciones políticas y toma decisiones basada en sus emociones, en sus temores, ansiedades y resentimientos manipulados por los líderes políticos.

En el pasado, las mayorías tuvieron un limitado acceso al juicio del sabio, del filósofo o del erudito, como pueden accesar las de hoy al juicio del experto. La educación moderna y los medios de comunicación han posibilitado dicho acceso, proporcionando insumo para la toma de elecciones racionales.

Al mismo tiempo, el éxito de la ciencia y su instrumentalización para la conformación de nuestras actuales formas de vida ha otorgado al conocimiento científico un alto nivel de prestigio.

No obstante, en esta misma era, muchas veces, lo que dicen los científicos en materia de medio-ambiente, inmigración, indicadores económicos importa muy poco con respecto a la opinión del político demagogo.

De ahí que vemos cada vez con más frecuencia a un candidato electoral, empleando información científica sobre los problemas económicos, sociales y políticos, perder las elecciones de un candidato que desconoce esa misma información y “conecta” con el electorado en base a un discurso que apela básicamente a nuestras emociones.

En síntesis, somos testigos de una era donde la ciencia nos porporciona un conocimiento sin precedentes sobre nuestras emociones y percepciones. Al mismo tiempo, la ciencia configura cada vez más nuestras vidas cotidianas. Sin embargo, la opinión pública actual sobre nuestros procesos sociales se configura a partir de un discurso no científico del mundo.