En la izquierda dominicana, no se acepta la diferencia entre una postura y una actitud revolucionaria. Las posturas revolucionarias tienen mucho que ver con lo que real o falsamente se sostenga en el plano de la ideología. Las actitudes revolucionarias con lo que una persona es en su vida diaria.
La primera se asume abrazando simplemente el castrismo y el chavismo. Una conducta revolucionaria se alcanza al cabo de una larga vida de desprendimiento y servicio. He visto por eso a marxistas reaccionarios y a un buen número de empresarios revolucionarios. Siempre será más difícil mantener una conducta revolucionaria que una postura a favor del cambio social. Principalmente porque la mayoría de quienes alegan un historial revolucionario viven y actúan en constante riña con sus prédicas políticas.
Así se pueden ver a políticos corruptos, enriquecidos a expensas del Estado y del trabajo productivo del pueblo, vociferando en mítines y pontificando en programas de radio y televisión sobre la necesidad de cambiar las relaciones de producción y de hacer esto y aquello para transformar las condiciones de las masas desposeídas, y regresar después a sus lujosas mansiones para ahogar en whisky sus cantos de protestas.
No seremos más buenos ni más revolucionarios sólo porque adoptemos una filosofía política o un dogma ideológico. Los sistemas no cambian a los hombres ni a las mujeres, ni modifican la naturaleza humana. Hay revolucionarios buenos como los hay también malos y muy malos. Y lo mismo ocurre con otros sistemas políticos. Lo importante por lo tanto no es que nuestros dirigentes políticos, empresariales y sociales sean marxistas o de “ideas avanzadas”, como se dice. Lo importante es que sean personas capaces, conscientes de sus responsabilidades elementales y dotadas de fina sensibilidad social. El sentido del deber es el primer paso hacia una conducta efectivamente revolucionaria.