En el fin de semana del 3 al 4 de diciembre me tocó vivir en las afueras de Belo Horizonte una experiencia portadora de esperanza: políticos, en su mayoría de del PT, hicieron su 21ª reunión anual para discutir los caminos de la política a partir de las bases y de los movimientos populares de Minas Gerais. Allí estaban decenas de nuevos alcaldes y concejales. Algo les unía: la articulación entre fe y política. La fe da una especie de mística de compromiso con los más pobres (proyecto de Jesús) y la política como el campo donde se lleva a cabo ese propósito. El representante estatal del PT y actual presidente de la Cámara estatal, Durval Ângelo de Andrade, líder agregador y carismático, ha organizado esta articulación que abarca todo el estado de Minas Gerais. Invita a buenos asesores, pero los participantes son los protagonistas en la discusión en grupos y en la toma de decisiones. Un aura de espiritualidad, típica de los mineros activistas políticos cristianos marcaba el ambiente. El ex arzobispo José María Pires (Dom Zumbi), de 97 años, celebró la eucaristía e hizo una excelente homilía sobre la importancia de comprometerse con el pueblo si queremos hacer una política liberadora.
Creo que aquí se muestra un ejemplo, de cómo el PT, inmerso en una crisis grave, puede regar sus raíces y reanudar su caminada. He ahí una mística, hecha de ideas y valores sólidos que informan las prácticas, bien en el sentido secular o en el sentido cristiano, como expresión del Reino, el sueño de Jesús, construyéndose en la historia. En reuniones como estas no hay desaliento, sino alegría de luchar junto con el pueblo. Lo que se hace en Minas debería hacerse en todas las bases del PT en todo Brasil. Entonces sí que se produciría la reanudación de un proyecto de pueblo y de nación soberana con ética y pasión.
Añado a mi testimonio, la reflexión crítica y relevante de Frei Betto en "La hora de la autocrítica".
"Sigo haciendo coro con 'Fuera Temer' y denunciando la usurpación del vice de Dilma como un golpe parlamentario. Sin embargo, las fuerzas políticas progresistas, que dieron la victoria al PT en cuatro elecciones presidenciales, deben hacer una autocrítica.
No hay duda de que los 13 años de gobierno del PT fueron los mejores de nuestra historia republicana. No para el FMI y los grandes corruptos y corruptores, golpeados por la autonomía del Ministerio Público y la Policía Federal, ni para los intereses estadounidenses, afectados por una política exterior independiente, ni para aquellos que están a favor de la financiación de las campañas electorales por parte de empresas y bancos, ni para los invasores de las tierras indígenas y los quilombos.
Los últimos 13 años fueron mejores para 45 millones de brasileños que se beneficiaron de los programas sociales y salieron de la miseria; para aquellos que reciben el salario mínimo, ajustado anualmente por encima de la inflación; para los que han podido entrar en la universidad gracias al sistema de cuotas, al ProUni y al Fies; para el mercado nacional, fortalecido por la lucha contra la inflación; para millones de familias que se beneficiaron de Luz para Todos y del programa Mi Casa, Mi Vida; para todos los pacientes atendidos en el programa Más Médicos.
Sin embargo, cometimos errores. El golpe fue posible también por nuestros errores. En 13 años no promovimos la alfabetización política de la población. No organizamos las bases populares. No valoramos los medios de comunicación que apoyaron al gobierno ni tomamos iniciativas eficaces para la democratización de los medios de comunicación. No adoptamos una política económica orientada al mercado interno.
En los momentos de dificultades llamamos a los incendiarios para apagar el fuego, es decir, a los economistas neoliberales que piensan por la cabeza de los rentistas. No hicimos ninguna reforma estructural, como la agraria, la tributaria y la de seguridad social. Hoy somos víctimas de la omisión en lo que respecta a la reforma política.
¿En qué baúl de la vergüenza guardamos a los autores que enseñan a analizar la realidad desde la perspectiva liberadora de los oprimidos? ¿Dónde están los núcleos de base, las comunidades populares, el sentido crítico en el arte y en la fe?
¿Por qué abandonamos las periferias, tratamos a los movimientos sociales como menos importantes y cerramos las escuelas y los centros de formación de militantes?
Nos dejamos contaminar por la derecha. Aceptamos la adulación de sus empresarios, disfrutamos de sus prerrogativas, hicimos del poder un trampolín para la ascensión social. Cambiamos un proyecto de Brasil por un proyecto de poder. Ganar las elecciones se volvió más importante que promover cambios a través de la movilización de los movimientos sociales. Engañados, abrazamos una concepción burguesa del Estado, como si no pudiera ser una herramienta en manos de las fuerzas populares, y mereciera siempre estar preparado por las élites.
Ahora llegó la factura de los errores cometidos. Dejemos, sin embargo, el pesimismo para tiempos mejores. Es el momento de hacer autocrítica en la práctica y organizar la esperanza".