Usar fondos públicos para una película sobre un playboy, chulo, vividor, mentiroso, infiel y loco o valiente cuasifemenicida debe ser motivo suficiente para quitar a los empresarios poder para decidir contenido de proyectos amparados en la Ley de Cine. Una cosa es que el gobierno vea devorar los incentivos con “comedias para toda la familia” hechas a toda máquina; otra, que dinero destinaría a hospitales sirva para que reguetoneros hacen poemas a penes grandes, tengan referencia histórica en famoso trujillista.
Los empresarios han estado dictando el contenido de las películas criollas por la falsa idea de que el dinero invertido es de su propiedad. No es así. El empresario es amo y señor de lo que le queda después del pago total de impuesto sobre la renta. Es con esos fondos propios que puede invertir en la película que prefiera.
Si lo fascina el glamur de la vida del macho de sexo abrupto enloqueció celebridades, perfecto. Nadie puede imponerle que financie una del médico eminente contribuyó tanto a la lucha contra el cáncer. Y puede contar sin remordimientos, entre hoyo y hoyo o en el 19, que no vio la presentación completa de la comparación de los dos proyectos; que entró al salón de conferencia y le bastó ver la primera diapositiva con los rostros del duelo de protagonistas. ¡Mis cuartos, mi contenido, mi preferencia de héroe y varón!
El problema es que así actúan con los fondos que el gobierno les ha permitido administrar para “invertir” en el cine. Esto por un error o un interés premeditado en la redacción de la ley. En vez de usar un mecanismo de transferencia directa a una entidad exclusivamente vinculada con la Tesorería Pública, el gobierno creó el enlace cine-empresa. Se olvidó de la fungibilidad del dinero impide vincular obras y servicios sociales a contribuyente particular, para maridar a beneficiarios de fondos del cine con la empresa que genera el tributo se especializa.
Por eso el gobierno ha visto como se han usado los incentivos, con honradas y pocas excepciones, en producir como verdolaga cine simplón de comedias con fines estrictamente comerciales: recibir los ingresos por entradas y tener exclusividad en suplir insumos y equipos para producción o rodaje. También se menciona que, en algunos casos, se ha logrado recuperar parte del ahorro impositivo como donación voluntaria informal de productores agradecidos. Hay más beneficios económicos por el ahorro de su propio gasto en publicidad, al anunciar gratis sus empresas en la misma película “patrocinan”, a veces en forma tan burda que sólo superaría poner cintillo al pie de las escenas o un indiscreto cameo del principal accionista.
Añada a todo esto el dividendo social de ser considerado al mismo tiempo inversionista y filántropo, George Soros y Madre Teresa. Beneficiarios de los subsidios también ven a estos empresarios como héroes de la lucha contra la corrupción porque juran saber, a ciencia cierta, que el dinero que va al cine tenía como único destino el bolsillo de un funcionario. Es con esta creencia que pueden desfilar en la Marcha Verde y no poner caso a las evidencias de nepotismo, privilegios, concentración, opulencia, fortunas, bocinas, prensa rosa y autocensura tan rampante en lo que sin tapujos llaman “industria cultural”.
En medio de ese pantano ahora viene una película sobre un personaje cuyo aporte al ocio será la producción de memes creativos entre Rubi y el Moreno de WhatsApp; y como externalidad económica positiva el emprendimiento en cirugías aumentar tamaño, prótesis y fármacos milagrosos. Esto como si glorificar el pene grande de un trujillista es algo que hace falta en una juventud bombardeada por Ozuna y compartes con autobombo de que “lo tengo grande… bien rico chicho, dale ven que me siento contento con este bicho parece cemento”. Esperemos entonces letras vulgares similares que destaquen las hazañas de una “verga supersónica” que podía balancear una mesa y disfrutaron mil mujeres con el truco que reveló su dueño, en la época pre-viagra, de “masturbase en la tarde antes de cita caliente en la noche”.
Desde el infierno, el Generalísimo que predijo su brillante carrera diplomática porque “lo adoran las mujeres y es un mentiroso”, saluda la película de su protegido, propone campaña “Todos Somos Rubirosa”, la valora como un reparo al agravio de evitar que su nieto Ramfis Domínguez Trujillo incursione en la política criolla y espera verlo pasear en la Alfombra Roja de la Gala Inaugural.
Desde el cielo, el Dr. Heriberto Pieter tal vez espere con calma que la modificación de la ley tiene apoyo de funcionarios indignados, haga factible que una película sobre su vida compita con la de otros dominicanos han hecho aportes a verdaderos valores. Sin embargo, casi seguro declinaría ese honor para dar más apoyo al hospital público recuerda su legado combatiendo el cáncer.