UNA VEZ, un ciudadano soviético fue a votar. Le entregaron un sobre sellado y le dijeron que lo depositara en la urna.
“¿Sería posible ver por quién voy a votar?”, preguntó tímidamente.
“¡Por supuesto que no!”, respondió indignado el funcionario. “¡En la Unión Soviética respetamos el secreto del voto!”.
En Israel, las elecciones también son secretas. Por lo tanto, yo no voy a decir por quién voy a votar. Y por supuesto, no voy a ser tan impertinente como para decirles a mis lectores cómo votar. Pero sí voy a delinear el razonamiento que me guiará.
VAMOS A votar por un nuevo gobierno que conducirá a Israel durante los próximos cuatro años. Si esto fuera un concurso de belleza, yo votaría por Yair Lapid. Es muy guapo.
Si tuviéramos que decidir quién es el candidato más simpático, probablemente sería Moshe Kahlon. Parece un tipo muy agradable, hijo de una familia pobre, judía oriental, quien como Ministro de Comunicaciones rompió el monopolio de los magnates de celulares. Pero la simpatía no tiene nada que ver.
Si estuviéramos buscando un buen tipo, de buenos modales, Yitzhak Herzog sería el candidato obvio. Es sincero, de buena familia.
Y así por el estilo. Si yo estuviera buscando un portero de un bar, Avigdor Lieberman sería el hombre. Si estuviera buscando un actor de televisión sin problemas, tanto Lapid como Benjamín Netanyahu serían más que suficiente.
Pero estoy en busca de una persona que, al menos, evite la guerra (y que tal vez acercara la paz), trajera de vuelta cierta forma de justicia social, ponga fin a la discriminación contra los ciudadanos árabes y judíos orientales, restaure nuestra salud, educación y otros servicios sociales y algunas cosas más.
PERMÍTANME EMPEZAR con la parte más fácil: por quién yo no votaré en ningún caso.
En el extremo derecho está el partido “Beyahad” (“Juntos”) de Eli Yishai. Nunca me gustó Yishai. Antes de que él se separara de “Shas” fue ministro del Interior y persiguió a los refugiados de Sudán y Eritrea, sin siquiera un atisbo de compasión.
Con su nuevo partido, desesperado por eliminar la cláusula del umbral, que ahora es de 3.25%, Yishai hizo un trato con los discípulos del finado y no lamentado rabino Meir Kahane, quien fue tildado de fascista por el Tribunal Supremo. El número cuatro en la lista es ahora Baruch Marzel, quien una vez hizo un llamado público para que me asesinaran. Incluso echó a perder una botella del vino más noble con unas gotas de cianuro. No vende.
El próximo en la lista es Avigdor Liberman, que el centro de su plataforma electoral está decapitar con un hacha a todos los ciudadanos árabes que no sean leales al Estado (Esto no lo estoy inventando).
No muy lejos está Naftali Bennett, el ex empresario de alta tecnología con cara de niño bueno que lleva la kipá más pequeña del mundo. Después de conquistar al Partido Religioso Nacional mediante una adquisición hostil, lo convirtió en un equipo eficiente.
El Partido Religioso Nacional fue alguna vez una fuerza política muy moderada, que le puso un freno al aventurerismo de David Ben-Gurión. Pero su sistema de educación semi-autónoma ha producido varias generaciones de extremistas. Ahora ellos son el partido de los colonos, y Bennett está cortejando jóvenes judíos que odien a los árabes, que de otra manera votarían por el Likud.
Y ASÍ llegamos al Likud, el partido del “Rey Bibi”, como la revista Time lo llamó con admiración.
Benjamin Netanyahu está luchando por su vida política. Hace unos meses, cuando decidió disolver al Parlamento y convocar elecciones anticipadas, seguramente no soñaba con una situación como esta.
Parecía que la marcha de Israel hacia la derecha era inevitable e imparable. El reinado eterno de Netanyahu estaba predestinado. La izquierda se enfrentaba a un final sórdido. El Centro se estaba evaporando. Era sólo cuestión de que Netanyahu cambiara sus caballos (o asnos, dirían algunos).
Y aquí estamos, a unos pocos días antes de las elecciones, con el Likud casi desesperado.
¿Por qué? ¿Cómo e eso? (Las elecciones son hoy martes).
Pues parece que la gente simplemente se cansó de Netanyahu. Parece que dijeron “¡basta ya!”
Cuando Franklin Delano Roosevelt, un gran líder en la paz y en la guerra, fue elegido por cuarta vez, el pueblo estadounidense decidió limitar los periodos presidenciales a partir de ese momento a dos solamente. Tal vez el pueblo de Israel haya decidido lo mismo: tres periodos para Netanyahu son suficientes, gracias.
En Internet está circulando ahora un clip muy divertido. Netanyahu aparece de pie en el podio del Congreso, como un profesor de gimnasia (o como un domador de leones muy mansos en un circo), al mando de sus alumnos “¡Arriba! ¡Abajo! ¡Arriba! ¡Abajo!”, con los congresistas y los senadores saltando a sus órdenes.
Los doctores que se desprendieron del Likud esperaban que este panorama pudiera mejorar su suerte en las elecciones. Y, de hecho, durante unos días sus números en las encuestas pasaron de unos tristes 21 escaños (de 120) a 23. Pero luego descendieron de nuevo y se quedaron en 21, con Herzog en 24. Quizá los senadores no saltaron lo suficientemente alto.
¿A dónde van los votos del Likud? En primer lugar, al partido de Bennett. Eso no sería un desastre absoluto para Netanyahu, pues Bennett, con todo el odio que existe entre ellos, tendrá que apoyar a Netanyahu en el Knesset.
PERO ALGUNOS de los votos irán a los dos partidos del “centro”, el de Kahlon y el de Lapid, cuya eventual lealtad es incierta.
Kahlon viene del Likud. Era un miembro típico del partido, hijo de inmigrantes de Trípoli (Libia), el niño mimado del poderoso comité central del partido. Un miembro del Likud puede votar por él ahora con la conciencia tranquila, especialmente, si quiere cambiar la situación social y mejorar la suerte de los pobres.
Lapid es casi lo mismo, con una gran diferencia: él ya fue ministro de Finanzas, mientras que Kahlon sólo aspira a convertirse en uno. Aunque Lapid siente un entusiasmo ilimitado para explicar su enorme éxito en este trabajo, la opinión general es que él lo hizo más o menos, si es que no fue un completo fracaso.
Nadie ‒ni siquiera ellos mismos‒ saben la respuesta a la pregunta decisiva: ¿Van a unirse a un gobierno de Netanyahu o a un gobierno Herzog? Pueden elegir a cualquiera. No hay problema. Puede ser una cuestión de subasta pública: Quién va a pagar más. Más ministerios, más presupuestos, más puestos de trabajo. Probablemente dependerá de los resultados de las elecciones.
Lo mismo es válido para los dos partidos ortodoxos ‒el Shas Oriental y el asquenazí “Juadaísmo de la Torá”. Ellos creen en Dios y en el dinero, y Dios pudiera darles instrucciones para unirse a la coalición que les ofrece la mayor cantidad de dinero para sus instituciones.
Así que hay al menos cuatro partidos de “centro” que pueden decidir si Netanyahu o Herzog será nuestro próximo primer ministro. El partido en proceso de contracción de Lieberman pudiera ser el quinto.
Por supuesto, ni soñaría con votar por ninguno de ellos.
¿QUÉ QUEDA? Una elección entre tres: el Laborista, que ahora se llama “Campo Sionista”, Meretz y el Árabe.
La unión árabe se compone de cuatro partidos muy diferentes: comunistas, islamistas y nacionalistas. Se trata de un matrimonio forzado, con Lieberman sosteniendo la pistola: fue él quien indujo al Knesset para que elevara el umbral electoral mínimo, con el fin de desalojar a los pequeños partidos árabes del parlamento. En respuesta, los cuatro partidos pequeños formaron la candidatura unida mayor que ahora ocupa el tercer lugar en las encuestas, detrás de los dos partidos más grandes.
Los árabes en Israel son ciudadanos de segunda clase, discriminados, y a veces perseguidos. ¿Qué sería más humano para un ciudadano judío progresista que votar por una candidatura de este tipo?
Para mí eso sería algo natural, puesto que tuve un papel decisivo en la creación en 1984 de “La Lista Progresista por la Paz” el partido israelí en el que judíos y árabes se integraron completamente, incluso más que en Hadash.
Pero la candidatura común para mí es problemática. Hace unos días me preocuparon con una decisión fatídica.
Tiene que ver con los votos “sobrantes”. Según nuestra ley electoral, dos candidaturas pueden llegar a un acuerdo, en virtud del cual los votos “sobrantes” de ambos se juntarían y entregarían a uno de ellos. (“Sobrante” significa los votos restantes después de que al partido se le han asignado las sillas para los cuales tiene el número total de votos.)
Los partidos de izquierda idearon un plan bajo el cual la Lista Conjunta iba a consolidar sus sobrantes con los de Meretz. Esto podría haberle dado a uno de ellos ‒y por lo tanto, a todo el bloque de izquierda‒ un escaño más, que puede llegar a ser decisivo.
La Lista Conjunta se negó porque Meretz es un partido sionista. La decisión puede haber sido lógica, ya que muchos votantes árabes podían abstenerse de votar si temieran que su voto podría ir a una candidatura judía “sionista”. Pero mostró que ante cualquier decisión importante, los islamistas y nacionalistas de la Lista Conjunta podrían bloquear una decisión unida por la paz. Yo tengo un problema con eso.
Así que me quedo con Meretz y el Campo Sionista. Meretz está mucho más cerca de mis puntos de vista que la candidatura más grande. Pero sólo la más grande puede desbancar a Netanyahu. El problema no habría existido si mi propuesta de una candidatura conjunta que incluya al Campo Sionista, Meretz, Lapid y más se hubiera creado a tiempo. Los integrantes potenciales se negaron.
Así que ahora me enfrento a una opción: votar ideológicamente por Meretz o votar pragmáticamente por el partido cuyas posibilidades de poner fin al reinado de Netanyahu se verán reforzadas si surge como el partido más grande en el próximo Knesset. Pero este partido tiene muchos defectos, de los cuales estoy dolorosamente consciente.
Otto von Bismarck, uno de los más grandes estadistas de todos los tiempos, describió la política como “el arte de lo posible”.
Ahora es posible pararle el paso a la Derecha y restaurar un poco de cordura en nuestro país.
Entonces, ¿cómo debo votar?