¿Qué tienen en común Canadá, Colombia y Noruega, ubicados en tres continentes diferentes y distantes? Que después de un periodo de auge económico que se mantuvo aun durante la gran crisis financiera iniciada en el 2008, están ahora en vías de una recesión económica por la caída del precio del petróleo. Su crecimiento es negativo o cercano a cero.
Obviamente, hay grandes diferencias entre estos tres países. Noruega, con un territorio relativamente pequeño (385 mil km. cuadrados) pero casi despoblado (alrededor de 5 millones de habitantes), ocupa uno de los primeros lugares a nivel mundial en competitividad, educación, salud, calidad de vida e ingreso per cápita (US$54 mil anuales).
Canadá le sigue pero con un territorio inmenso (9.9 millones de kilómetros cuadrados), aunque igualmente despoblado con apenas de 35 millones de habitantes. Su calidad de vida es de las más altas del mundo con un per cápita anual es de US$43,594.
Colombia, es el subdesarrollado del grupo aunque es el más poblado con 48.9 millones de habitantes y una extensión de 1.2 millones de kilómetros cuadrados. Tiene US$14,165 per cápita anual, lo que no es nada despreciable.
La pregunta ¿es cual sufrirá menos la crisis del petróleo?
Con una pobreza de casi 30% en Colombia y un 9% de indigentes, frente a Canadá con un 9.4% de pobres, que tienen ingresos per cápita más alto que el de toda Colombia, imagínese quien sufrirá más. Pero si nos vamos a Noruega, donde la pobreza es casi inexistente, el sufrimiento será mucho menor. O sea, que el país más pobre, en este caso Colombia, será el más afectado por la crisis del petróleo.
Los países pobres son pobres porque su economía, aun con petróleo, oro y uranio, no le permite pasar a otro grado de bienestar, cercano al de los países más desarrollados del mundo. Y eso sucede por sus malos gobiernos e instituciones, que son ambos caldo de cultivo para la corrupción y la desigualdad.
No es el petróleo lo que hizo rico a Canadá o a Noruega, sino su alto nivel educativo, la excelente calidad de los servicios de salud y un absoluto respeto y confianza en la institucionalidad, la transparencia pública y el buen gobierno, donde la corrupción es casi inexistente. Lo demás vino por sí solo.
Eso no existe en América Latina y de existir algún avance, como el caso de Chile, aún está muy distante de los dos antes mencionados.
Además, Colombia, ha sido impactada por una guerra interna que ya dura más de 30 años, acompañada por el narcoterrorismo que hizo crisis en los años 80 y 90 llevando al país al borde del abismo. Aun así, es de los países latinoamericanos con mejores posibilidades de dar el salto hacia el desarrollo en una par de décadas si logra mejorar su gobernabilidad.
Ni el turismo de 10 millones, ni sembrar de zonas francas todo el país, ni el oro de la barrick sacará a los dominicanos de la pobreza aguda y extrema. Mucho menos si descubrimos algún día petróleo. Seremos tan pobres como hoy y la inequidad en la distribución del ingreso se extenderá al infinito.
Porque la raíz de nuestra pobreza está en la falta de escrúpulo de sus gobiernos, en la prostitución de sus instituciones, en la impunidad ante la corrupción rampante a todo los niveles y en la denigrante calidad de los servicios públicos, comenzando por la salud, la educación, la energía, el transporte y la seguridad ciudadana. Gobiernos tan corruptos que han usado miles de millones de pesos de las arcas públicas para comprar votos y mantenerse en el poder.
A todo ello hay que añadir un sector privado donde prevalecen los monopolios y oligopolios, la falta de ética empresarial, la informalidad en el empleo, los salarios de miseria y un alto nivel de corrupción apadrinado por los gobiernos de turno.
Y ningún gobierno “democrático”, después de la dictadura de Trujillo, se ha preocupado por cambiar ese estado de cosas que nos hacen un país patéticamente atrasado y espiritualmente muerto.