El hombre nunca es tan honrado como cuando confiesa que es embustero.”*

El embuste es universal y perenne. Sabemos que el embuste- al igual que la flatulencia-  trasciende etnias, tribus, edades, géneros y generaciones. Claro que no andamos pregonando su ubicuidad y frecuencia porque es un tema tabú que preferimos esquivar en compañía decente: nadie desea salir del caparazón y confesar que miente, aunque esa es (generalmente) la pura verdad.

Si los gastroenterólogos nos reconfortan explicando que es normal (y saludable) expeler unos diez pedos diarios (dependiendo de la dieta y el estilo de vida- entre otros factores- puede ser hasta veinte), los psicólogos nos advierten que en promedio mentimos unas dos veces al día. Pero algunas personas no mienten a diario, sino ocasionalmente; otras lo hacen con una frecuencia que espanta. Estudios científicos indican que solo el 5% de la gente produce más del 50% de los embustes, lo que sugiere una distribución paralela a la desigual distribución de los ingresos.  Mientras que expulsar gases es un acto involuntario del proceso digestivo, decir mentiras requiere de voluntad para engañar, pues de lo contrario la falta a la verdad es una mera equivocación. Hay embusteros empedernidos que por abusar del engaño se convierten en adictos: ellos mienten compulsivamente sin otro propósito que satisfacer su incontrolable deseo de mentir. La mentira persistente es mucho más odiosa que la flatulencia efímera.

Si bien prácticamente todos mentimos, no todas las mentiras tienen las mismas motivaciones, ni las mismas consecuencias. Hay quienes califican algunas mentiras de inocuas e incluso defienden la existencia de mentiras piadosas, en atención a las altruistas intenciones de embusteros de excepción. Una cosa es mentir cobardemente para evadir nuestra responsabilidad; otra muy diferente es mentir- arriesgando con gallardía nuestra propia vida- para evitar el sufrimiento de personas indefensas en inminente peligro. Entre los dos extremos caben muchas tonalidades de mentira.

En sí el embuste es un instrumento neutral como cualquier otra herramienta cuyo valor depende exclusivamente del uso que le damos nosotros. Mintieron quienes negaron la presencia de judíos en sus hogares  para salvar vidas cuando los nazis tocaron a sus puertas en persecución de gente inocente. ¿Debieron ellos insistir por el librito en decir la verdad siempre, sin sopesar las circunstancias? San Manuel Bueno, exquisita creación hagiográfica de don Miguel de Unamuno, mentía diariamente a los fieles aun en el confesionario. ¿O es el benemérito escritor quien nos miente a nosotros en su intrigante obra literaria para impartir una lección filosófica?

La verdad también puede hacer estragos, y con frecuencia se utiliza  para destruir sin misericordia al oponente. En campaña se utiliza con eficacia tanto uno como el otro recurso. Sin poder citar un estudio estadístico al respecto, sospechamos que la frecuencia de uso del embuste deja a la verdad muy rezagada como arma en el terreno del combate ideológico. La propaganda con frecuencia es mentira maquillada, repetida mil veces mil hasta confundirse con la verdad y suplantarla. Al preguntarnos si hay más de una clase de verdad, recordemos la sentencia irónica de Samuel Clemens de que “hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas.

Mujeres y hombres mentimos con similar frecuencia, pero en general con intenciones muy diferentes. Los hombres solemos emplear el embuste agresivamente para sacar ventaja, teniendo la conquista como finalidad. Las damas preferentemente utilizan la mentira como arma defensiva para evitar o distender situaciones difíciles y proteger a personas queridas. Pero es evidente que hay mujeres muy fieras y caballeros considerados, rindiendo prácticamente falsa la tradicional diferenciación entre los sexos, y demostrando que una de las formas más comunes de mentir es generalizando ad absurdum.

Uno de los grandes problemas de homo sapiens es que si bien se ha comprobado que otros animales tienen alguna capacidad para mentir, solo nosotros hemos desarrollado la peligrosísima propensión a creer nuestras propias mentiras. Nos engañamos nosotros mismos diciendo que mentimos piadosamente por el bien colectivo, cuando en realidad lo hacemos por puro egoísmo para aprovecharnos de los demás. Y llegamos a creer nuestras propias mentiras como verdades incontrovertibles, pues muchas veces no tenemos en nuestra corte quien nos diga las cosas como son, porque nos rodeamos de embusteros a nuestra imagen y semejanza. Si nos creemos el embuste de que mentimos por el bien colectivo, es seguro que entre embusteros nos encontraremos hasta la eternidad, y lo único transparente que tendremos entonces será el vistoso traje de rey que vestimos. ¡Que la gloria nos agarre confesados y con una buena rinoplastia!

Entonces, ¿cómo mentir sin engañarnos y creer nuestros propios embustes? Prometemos una respuesta contundente a esta capciosa interrogante en la próxima entrega…

N. del A: Por cierto, la nariz humana sigue creciendo unos 0.22mm anuales durante toda la vida: ¿verdad o mentira?

* Traducción libre de “A man is never more truthful than when he acknowledges himself a liar”, las palabras sabias del experto en la materia, Mark Twain, también autor del breve ensayo clásico “Sobre la decadencia del arte de mentir”, lectura obligada sobre esta antigua disciplina, disponible en el siguiente enlace: http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2010/05/mark-twain-sobre-la-decadencia-del-arte.html