Las ineludibles festividades de fin de año nos dejan muchas lecturas. Lecturas que si se traducen en las preguntas adecuadas, nos permitirían entender la sociedad de hoy, ahora atravesada por el impacto multidimensional de la covidianidad. Solo así se podrán construir políticas públicas que no se encuentren disociadas de la realidad que pretende intervenir.
Desde que comenzó la flexibilización de las medidas implementadas por el gobierno para mantener los niveles de positividad y letalidad del virus controlados, las redes sociales primero, los medios de comunicación después, nos han mostrado la renuencia de amplios sectores de la sociedad (de arriba hacia abajo) de respetar las medidas y de mantener el confinamiento.
Quienes han cumplido las medidas (que en realidad son numéricamente la mayoría) han mostrado su indignación, reacción natural y lógica. La parte del cuerpo social que ha acatado dichas disposiciones se pregunta si ha valido la pena su sacrificio, mientras otros de formas impune desafían la autoridad y las consecuencias mortales de la covid-19.
La pregunta no es necia; al contrario, resulta necesaria: ¿Qué motiva a la gente a obedecer?. La inquietud tiene importancia democrática, en tanto entendamos la democracia como promesa: de felicidad, prosperidad, fraternidad y libertad. Cuando las razones para ser obedientes dejan de convencer, de seducir, cuando ser obedientes deja de ser rentable se abre entonces el espacio, el momento para la excepcionalidad. Desde la sociología, Durkheim caracterizó el fenómeno como “anomia social”, es decir el proceso en el que los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos.
El fenómeno no llega por ósmosis, sino por un proceso socio-político complejo. La “rebeldía sin causa” que hemos visto en las decenas de videos e imágenes en redes sociales y medios de comunicación tienen causas concretas y prolongadas que no solo pasan -aunque esta causa es vital- por la falta de educación de la ciudadanía. La falsa distinción que suelen despectivamente hacer las capas altas y medias, entre clases “pensantes” y “no pensantes” ha quedado sin utilidad práctica frente a estos acontecimientos en donde desde las más encumbradas esferas sociales hasta las más populares hemos observado el mismo comportamiento de desacato. Con la agravante que quienes han tenido acceso a oportunidades que otros no, el peso de su responsabilidad se refuerza.
La pandemia ha acelerado una serie de procesos en curso y ha despertado otros. Este espectro que llegó de repente e hizo desaparecer el futuro por un instante, tiene la particularidad de que actúa con mayor nivel de eficiencia en aquellos lugares donde la disparidad social y económica se encuentra exacerbada. Mientras mayor es la inequidad sanitaria y educacional causada por la pobreza, el estrés, la violencia estructural mejor/peor será su dramático desarrollo. Por eso no es descabellado intentar mirar la covid-19 desde otras perspectivas. Como por ejemplo desde el creciente enfoque epidemiológico que procura ver este virus como una sindemia, definida ésta como la suma de dos o más epidemias o brotes de enfermedades concurrentes o secuenciales en una población con interacciones biológicas, que exacerban el pronóstico y carga de la enfermedad. El enfoque sindemico argumenta que las interacciones biológicas y sociales son importantes para el pronostico, tratamiento y política sanitaria, ya que una sindemia es una epidemia sinérgica, esto así pues la concentración de la enfermedad, la interacción de la enfermedad y sus fuerzas sociales subyacentes son sus elementos centrales.
El enfoque sindemico nos proporciona ancho de miras, pues nos permite ver el todo y todas las partes del todo en su singularidad, en este caso, el contexto político especifico en donde nos llega esta enfermedad: la salida del PLD del poder luego de gobernar 20 de los últimos 24 años. Sumado a un contexto global de mayor calado: una crisis de confianza y legitimidad en las instituciones republicanas, una crisis de la democracia de profunda hendidura. Por eso referíamos en varias ocasiones, que lo remoto no era que ganará el PLD-por la vía del fraude-, sino mantenerse en el poder. Por eso también decíamos que la salida del PLD era una necesidad democrática y lo era porque su estadía en el poder se daba en un marco en donde los consensos sociales se encontraban rotos. Los grandes acuerdos que informaban y normaban la sociedad habían sido dinamitados por la actitud antirrepublicana y antidemocrática del PLD en tanto Partido-Estado.
Las protestas en defensa de la democracia escenificadas en la Plaza de la Bandera anunciaban un cierto y profundo resquebrajamiento del pacto/contrato social que venía rigiendo en la sociedad. El PLD fue la última promesa creída del ciclo que comenzó a cerrar en el 2017 con el surgimiento de la ola ciudadana color esperanza conocida como “Marcha Verde”. Aquel fue el momento, en palabras de García Linera, del big bang político donde se comenzó a crear una nueva materia política y social.
La ruptura de los consensos sociales ha dado lugar a una nueva situación de excepcionalidad. ¿Qué quiere decir esto? Que las cosas que considerábamos normales o respetables ya no nos parecen del todo así. Lo que antes nos inspiraba respeto puede que ya no. Los políticos, los militares, los periodistas, los maestros, los médicos, los referentes o modelos a seguir comienzan a dejar de representar lo que representaban. Los altares sociales comienzan a moverse. Al romperse entonces los consensos sociales surgen las razones para desobedecer. Y un consenso social roto lo que dice es que en realidad no es rentable, no es atractivo, no es sexy obedecer.
Esto ocurre cuando los de arriba no respetan sus propias normas: el irrespeto sostenido de una norma social la hace desaparecer. Ahí es cuando los uniformes, las insignias pasan a ser vistos como disfraces, como stickers, como indumentaria sin ningún poder simbólico y por tanto disuasorio.
El rompimiento del pacto social por los de arriba provoca un agravio moral que desencadena la desobediencia, la excepcionalidad. Y eso ocurre pues la hegemonía establece esquemas morales que cuando los dominantes agravian, rompen entonces los marcos de tolerancia que la gente le otorgaría por ejemplo a cualquier otra persona. Es ese agravio moral sostenido lo que le da a la gente la fuerza moral y la estructura material para decirle a la autoridad “no te creo” “no te obedezco”, me veo en la necesidad moral de involucrarme en las decisiones, de hacer de mis deseos la nueva regularidad. Y es ahí en donde se desatan todo tipo de energías, una suerte de “destrucción creativa” apropiándonos de la expresión Schumpeter.
Esta es la causa de cuando la gente pierde la ilusión en el futuro que le prometieron. Por eso es importante que los de arriba sepan que la capacidad de gobernar dependerá de su capacidad de producir certezas en la gente. Los consensos sociales que tenemos indican que debemos construir nuevos mitos, nuevas certezas, no en vano el hoy gobierno entendió en campaña y ahora desde las instituciones la necesidad de encarnarse en la palabra cambio.
Para que la gente obedezca debe sentirse representada en sus deseos y sentires, en sus aspiraciones, debe dar su consentimiento para renovar la promesa de lo incumplido. La obediencia se construye mediante tolerancias morales que irradian un grupo de personas, unas clases o bloques sociales respecto a las mayorías. Se producen en manos de a quienes se le confían la conducción intelectual y moral de la sociedad.
Construir nuevas racionalidades pasa primero por explicar porqué los individuos muchas veces se comportan de manera distinta a la de un agente racional, porque violan el supuesto de racionalidad. La comparación de peras con manzanas no nos ayuda, porque hay demasiadas razones históricas para que los alemanes se queden en casa, y los “domini canis” violen con alevosía el confinamiento. Tampoco el enfoque de “mano dura”, porque el uso de la fuerza sin autoridad moral sobre quien se ejerce se suele convertir en combustible para la rebelión. Y si, se requiere el uso de la autoridad legitima y proporcionada, como hasta ahora hemos visto que cientos de agentes del orden han hecho valer sin violentar.
Ahora bien, lo que podría definirse como miopía social de la ciudadanía, de tener una visión a corto plazo, quizás en un contexto donde los consensos sociales están rotos, sea epifanía, revelación de que a falta de futuro, queda solo vivir el presente. Toca profundizar y acelerar las señales gubernamentales que materializan el cambio, toca ser audaz e innovador en el enfoque aplicado a las medidas para enfrentar la pandemia, toca dar a la gente nuevas razones para imaginar un futuro distinto.