El pasado domingo 24 de noviembre se celebró el balotaje en las elecciones presidenciales de la República Oriental del Uruguay, donde resultó electo con una ventaja de poco más del 1.2% de los votos, Luis Alberto Lacalle Pou, del centroderechista Partido Nacional. Poniendo fin de esa manera, a la hegemonía política de 15 años de Gobiernos de izquierda dirigidos por el Frente Amplio.

La interrogante más común que analistas y observadores políticos se hacen es la siguiente: ¿Por qué el Frente Amplio sufrió este revés electoral, a pesar de que Uruguay muestra indicadores de Desarrollo Humano comparados a los de países desarrollados? Para responder a esta interrogante de la manera más granular posible, es menester ponderar distintas aristas y entre ellas podemos destacar: la economía. Con la llegada al poder del Frente Amplio en 2005, el país apenas se recuperaba de la peor crisis financiera de su historia ocurrida en el año 2002. El entorno internacional favorable que empezó a reinar a partir de 2005 con el aumento de los precios de las materias primas en los mercados internacionales le permitió al país recuperar de forma expedita los senderos del crecimiento económico. Este crecimiento se tradujo en una mejora sustancial de las condiciones materiales del pueblo uruguayo, gracias a las políticas sociales de los Gobiernos del Frente Amplio. Por ejemplo, desde la llegada al poder del Frente Amplio la pobreza se ha reducido en un 70% en comparación a los niveles del 2005. El gasto público en educación y salud aumentaron de forma considerables desde el 2005. Entre el 2005 y 2014, la economía uruguaya experimentó un crecimiento promedio del PIB real de 5.4%, los más altos de su historia.

Sin embargo, desde el 2015 en adelante, la economía uruguaya se ha ralentizado debido al ciclo recesivo que atraviesan los países exportadores de materias primas, ya que los precios de las materias primas han venido cayendo de forma significativa desde junio de 2014. Esto ha traído como consecuencia, que los regímenes de corte progresista que gobernaban en la región sufrieran los embates del costo político que conlleva la anemia económica. En países como Brasil, donde Lula y el Partido de los Trabajadores sacaron a más de 35 millones de personas de la pobreza, fueron sacados del poder a través de un Golpe de Estado blando vía la judicialización de la política, que ha llevado al poder a la ultraderecha, todo esto fruto del descontento generado por la estrechez económica.

Si bien es cierto, que en Uruguay los niveles de criminalidad han venido en aumento en los últimos años, acompañado de la incidencia del narcotráfico, independientemente del ciclo recesivo que atraviesa el país, y el aumento constante del desempleo que se sitúa por encima del 10%. El común denominador del fracaso político de los regímenes de izquierda en nuestra América se debe a la falta de consciencia política. Existe un problema de fondo en Uruguay y en cualquier país de nuestra región que experimente cierto desarrollo y crecimiento de su clase media.

El mejoramiento de las condiciones materiales no es suficiente para crear ciudadanos conscientes a favor de un cambio social estructural, que tenga como norte la equidad. Fuimos testigo de ello, en Brasil donde esa clase media que creó Lula fue la misma que pedía su encarcelación. En Argentina, vimos el mismo fenómeno. No había forma política de explicarle a un gaucho argentino de que los precios de la soya venían cayendo desde junio del 2014 en los mercados internacionales, y que votar por la derecha neoliberal significaba un retroceso en su calidad de vida a pesar la crisis del momento; no votaron con consciencia sino con el estómago.

El error político que no acaba de entender la izquierda latinoamericana y me atrevo a decir que, en el mundo, es que la clase media aspiracional, no tiene un proyecto a futuro bajo un esquema de vida en comunidad, sino más bien se visualizan desde una óptica individualista, siguiendo así, la narrativa impuesta por las élites financieras. Ese es el problema de fondo que enfrenta la izquierda, que quiere coexistir con el reformismo, algo que es imposible de lograr, si realmente se quiere construir un proyecto progresista genuino con una verdadera consciencia política y social. Es por ello, que, ese reformismo no ha logrado insertar en ese esquema de sociedad equitativa con consciencia política revolucionaria a esa clase media emergente que surge por la aplicación de esas políticas económicas y sociales progresistas. A fin de cuentas, tenemos el mismo círculo vicioso de siempre, votan por la derecha que siempre los olvidó por el simple hecho de que viven en un período de vacas flacas. Esto se debe a la falta de identificación con el proyecto político que los llevó a ser clase media.

El mejor antídoto para contrarrestar esta amenaza a los Gobiernos progresistas de la región y el mundo es crear consciencia política desde las entrañas de la sociedad, y aniquilar de una vez y por todas las estructuras del capitalismo salvaje que aún permanecen intactas en el cuerpo social de nuestros pueblos.