El ser humano es un ente cuya capacidad de socialización inicia desde el momento del nacimiento y se prolonga durante toda su existencia. Evolucionamos pasando de la caverna a la sociedad tribal y de ser nómadas errantes a los asentamientos urbanos. En la sociedad primitiva los niños eran educados en base a usos y costumbres por su grupo, entre primos y amigos de sus tribus.
Desde que nos volvimos sedentarios y aprendimos a contar con medios de producción, los núcleos familiares comenzaron a tener la casa y la escuela como plataforma de su formación. En realidad la escuela se convirtió en otra casa. En un lugar de aprendizaje con los pares, de enriquecimiento de la agenda de transmisión de cultura, costumbres y valores, así como la formación de los ciudadanos que la sociedad ha requerido de acuerdo a la ideología imperante.
Durante décadas los niños se han educado en las escuelas, la educación ha apoyado a los padres como copartícipes en la formación de los hijos. Alrededor del mundo es bien sabido que los padres son los principales responsables de educar y formar a sus vástagos y que, por ende, sobre ellos recae la elección del tipo de educación que requieren para sus hijos.
Es responsabilidad del estado garantizar el derecho a la educación, así como proveer una educación de calidad a cada niño. Es responsabilidad del estado respetar y salvaguardar el derecho a una vida sana y a la salud física y emocional de los niños de su país.
Aplaudo la creativa solución planteada por las autoridades para llevar la educación vía televisión y radio a todos los rincones del país. Sería interesante medir el nivel de aprendizaje que se está dando como resultado de esta implementación, tomando en cuenta que los niños y adolescentes aprenden jugando, interactuando y experimentando y no como simples receptores de información o como se pensaba antes, como “tabulas rasas para ser llenadas.”
En mi rol de educadora respeto los lineamientos y disposiciones adoptadas por el gobierno en torno al COVID 19, pero no comparto la no inclusión del sector privado en la toma de decisiones con relación a la reapertura de los centros educativos así como la negación del MINERD a escuchar y responder a la solicitud de reapertura de los centros educativos basándose en los estudios publicados y a las experiencias de otros países con relación a los niños como vectores.
Varios especialistas de la salud consultados expresan su preocupación ante el creciente número de pacientes que asisten a sus consultas con altos niveles de irritabilidad, ansiedad, tristeza y desconcierto. Han visto un aumento de alrededor de un 30% en los casos que atienden.
En estos momentos se debe imponer la coherencia. ¿Si los padres deben salir a trabajar, pueden ir a los gimnasios, usar transporte público, recrearse en bares y restaurantes donde existe la posibilidad de transmisión y contagio del COVID 19 y luego infectar a sus hijos, quienes no están libres de exposición al virus en sus propias casas a través de las personas que participan de su cuidado mientras los padres cumplen con los compromisos laborales, podría alguien explicarme si le parece congruente no permitir a los niños ir a la escuela?
¿Cómo es posible que los espacios para vacacionar estén abiertos, pero se mantenga bajo encierro una población que necesita socializar para desarrollarse de manera apropiada? ¿Estamos midiendo los efectos que tienen sobre nuestros niños y adolescentes estar privados de asistir a la escuela? ¿Con qué calidad moral le decimos a nuestros hijos que deben de permanecer en casa para prevenir que contraigan el virus, pero que las puertas de los restaurantes están abiertas al público; que se hacen esfuerzos para promover el turismo, la economía y no la educación? La virtualidad educativa no es una opción en esta realidad, es apenas un placebo, sin embargo el estado pretende perpetuar esa modalidad a sabiendas de que no es sostenible en todos los espacios del país, por la disparidad e inequidad que llevamos arrastrando por décadas.
El Ministro de Educación se ha comprometido a contener la brecha entre el sector público y privado en cuanto a la educación se refiere, brecha que ha existido durante años y que se irá cerrando paulatinamente, como ha venido ocurriendo en los últimos tiempos, en la medida que se invierta en la educación y los maestros se capaciten. ¿Pero, nos hemos detenido a pensar sobre el impacto en la salud mental de los niños y adolescentes de esa grieta cada vez más amplia y pronunciada que se da entre los niños que reciben educación a través del sector privado, que hoy permanecen en sus casas y una gran mayoría de los niños del sector público, a nivel nacional, que por no contar con energía eléctrica en el momento en que se difunden los materiales oficiales, o, peor aún, por vivir en zonas donde no tienen el suministro de electricidad, no pueden aprovecharse de los recursos destinados a la educación virtual y salen a las calles a jugar con sus pares, a riesgo de ser infectados y de propagar el virus, que es justo lo que supuestamente se quiere evitar con el cierre permanente de los centros de estudio? Mientras tanto, cada día son más los casos de depresión en niños y adolescentes, con graves secuelas de aumento en los niveles de ansiedad, efecto del confinamiento y la falta de socialización, lo cual afecta directamente la calidad del aprendizaje. Varios especialistas de la salud consultados expresan su preocupación ante el creciente número de pacientes que asisten a sus consultas con altos niveles de irritabilidad, ansiedad, tristeza y desconcierto. Han visto un aumento de alrededor de un 30% en los casos que atienden. Las autoridades parecen ignorar que como seres sociales aprendemos juntos, no aislados ni confinados.
Como educadora, insisto, soy respetuosa de las disposiciones de los organismos que nos regulan, pero en mi humilde criterio, considero que la cura es peor que la enfermedad. Por eso, elevo mi voz y solicito a las autoridades evaluar el impacto negativo de las decisiones que han sido tomadas en el marco de esta pandemia, sobre el desarrollo socioemocional de los niños, que serán los hombres y mujeres del mañana. Pido porque se respeten los derechos de los estudiantes y de las entidades que brindan los servicios educativos. Permitan que los niños vayan a la escuela con los debidos protocolos, al igual que acontece en otros países en los que el COVID ha causado mayores estragos pero sus centros de enseñanza han permanecido abiertos. Uruguay por ejemplo regresó a clases desde abril, nuestros vecinos en Haití tienen escuelas operando de manera presencial por poner algunos ejemplos. Reino Unido, Francia, España, Uruguay, muchos estados de Estados Unidos han retornado a la escuela de manera presencial y semi presencial con los debidos protocolos.
El futuro de la nación es la educación. La arbitrariedad y falta de balance nunca generan cambios positivos. ¿Por qué postergar la solución a los daños que este encierro está provocando en la infancia y la adolescencia? Las instituciones privadas, han asumido el costo económico de implementar medidas de prevención y protección para brindar una educación presencial segura, sin ninguna ayuda del estado. Las autoridades han sido flexibles y empáticas con los distintos sectores que mueven la economía, más, continuamente han dado la espalda a la educación privada. Al final, los hechos son más contundentes que el discurso y las palabras. El mensaje que llega a los niños y adolescentes que habitan este pedazo de isla es que, lamentablemente, no son la prioridad de esta gestión.