El cardenal López Rodríguez ha llamado “plagas” y “charlatanes” a quienes se han pronunciado contra la sentencia de la Corte Constitucional que desnacionaliza hijos de extranjeros en “tránsito” nacidos en territorio dominicano desde el 1929. También los ha acusado de conspirar contra la República y de estar pagados por intereses foráneos que no identificó. A muy pocos ya les extraña este tipo de expresión del jefe local  de la Iglesia Católica porque su incontinencia verbal nos tiene acostumbrado a reacciones impropias de un líder religioso, especialmente cuando se hace necesario, como en este caso, una voz elevada de moderación que invite a la calma y evite divisiones que revivan la guerra civil que, como se ha dicho, muchos dominicanos llevan en la sangre.

No hago juicio de valor sobre la sentencia, pero sí me preocupa la facilidad con que la discusión alrededor del tema enciende las diferencias, cerrando el paso a un debate sereno que pondere sus ventajas, si las tiene, y las consecuencias que, justas o no, ya está teniendo en la imagen exterior del país, incluyendo organizaciones privadas y multilaterales y  gobiernos de naciones amigas con las que la nación ha tenido buenas y fructíferas relaciones. Las impetuosas declaraciones del cardenal poco ayudan a la búsqueda de posiciones armoniosas, dada la influencia que la iglesia tiene.

Además, tampoco ayudan a educar a la población sobre uno de los valores esenciales de la democracia, que es el respeto a las ideas y a la sana discusión, reconociendo el derecho a la disensión y la importancia de oponerse a todo aquello que en algún momento crítico tienda a uniformar la opinión, lo que a la postre sienta las bases de la tiranía. Cuando leí las declaraciones de Su Eminencia me pregunté si no había alguien capaz de decirle lo que ya una vez el rey Juan Carlos le dijera a Hugo Chávez: “¿Por qué no te callas?”