El recién pasado 28 de abril se cumplieron 55 años desde que en 1965 el presidente americano ordenó el envío a nuestro país de los infantes de la marina.
Para averiguar por qué lo hizo leí toda la correspondencia de la embajada norteamericana en Santo Domingo al Departamento de Estado, los memorándums internos de ese Departamento, los reportes de la CIA, y, como Johnson había ordenado que sus conversaciones telefónicas fuesen grabadas, adquirí las cintas relativas a la crisis dominicana. Mi conclusión inicial fue que la administración de Johnson sufría de lo que entonces se llegó a llamar “el síndrome de una segunda Cuba”, el miedo a otro control comunista en una isla caribeña. En nuestra obra El peligro comunista en la revolución de abril. ¿Mito o realidad? creo haber demostrado que al 28 de abril tal peligro no existía.
También fui invitado a dar una conferencia en la Biblioteca Lyndon B. Johnson en Austin, Texas, donde, después de exponer mis argumentos sobre el error de Johnson, fui llevado a cenar a la mansión de uno de los altos funcionarios aun entonces vivo de su gobierno y donde también estaba una hija del ex presidente. Allí me felicitaron por mi capacidad investigativa pero insistieron en que estaba totalmente equivocado. Me explicaron que Johnson, siendo vicepresidente de Kennedy, había sido mantenido totalmente aislado de toda decisión importante y por eso el chiste de que al encontrarse los dos en un ascensor en la Casa Blanca Kennedy le había comentado: “Por fin juntos, Lyndon”. Johnson nunca fue enterado sobre los planes de invasión de Playa Girón o Bahía de Cochinos, el gran fracaso de la administración de Kennedy y que tuvo lugar apenas cinco semanas antes del ajusticiamiento de Trujillo.
Johnson en 1965 vio la oportunidad de invadir a otra isla cercana a Cuba pero donde el grueso del ejército apoyaría a los americanos y les daría acceso a la principal base aérea por lo que el éxito estaba asegurado y con pocos muertos. Johnson antes de anunciar la invasión recibió la bendición del liderazgo congresual republicano y demócrata y las encuestas luego evidenciarían que la población norteamericana apoyó la invasión. Y es que muchas decisiones de política exterior se toman en Washington por razones de política interna, como fue este caso. Johnson quería que se comparara el fracaso de la invasión organizada por los Kennedy contra Cuba con el “éxito” de la suya en Santo Domingo.
De hecho, la primera vez que uno de los Kennedy, su hermano Robert (“Bobby”) entonces senador, criticó al gobierno de Johnson fue con motivo de la invasión dominicana. Pero también buscaba distraer la atención, al estilo de Trump actualmente, pues las primeras tropas de combate norteamericanas habían llegado a Vietnam el 8 de marzo, menos de dos meses previos al inicio de nuestra guerra civil. Hoy día Trump establece políticas externas, como las relativas a China y a la inmigración, buscando objetivos de política interna, principalmente la reelección.
El gran ganador de la invasión americana fue Joaquín Balaguer pues desde el mismo 26 de abril Johnson ordenó que fuese llevado al poder. Además, de los 3,600 dominicanos muertos en 1965, el gran perdedor de esa tragedia lo fue Juan Bosch, quien tenía que ir obligatoriamente a unas elecciones pues de lo contrario los infantes de la marina se quedarían en el país aunque sabía que las perdería. Nunca salió de su casa durante la campaña electoral de 1966 y, además, el voto trujillista que recibió en 1962, recuérdese el “borrón y cuenta nueva”, pasó totalmente a favor de Balaguer, quien era visto como lo menos malo del trujillismo y como forma de volver a la “tranquilidad”, después de tanta inestabilidad entre mayo de 1961 y finales de 1965. La dicta blanda de Balaguer de los doce años significó que en términos políticos la dictadura de Trujillo realmente terminó en 1978 con la victoria del PRD, la de Antonio Guzmán y la salida de los militares trujillistas, quienes hasta entonces no habían abandonado el poder.