El término “segunda base” se hizo popular con las declaraciones del ex diputado peledeísta Alfonso Crisóstomo (El Querido) para referirse y describir a su amante como un objeto, exhibiendo un lenguaje machista, arrogante y prepotente.
A pesar del avance alcanzado en el reconocimiento de la mujer en su rol social, familiar y profesional, todavía tenemos personas que no la valoran en su justa dimensión.
En nuestras familias hemos ido asumiendo paulatinamente, tanto cultural como profesionalmente, a la mujer por su ser mujer: como un aporte invaluable a la construcción de nuestra sociedad, que pinta de color esperanza las situaciones difíciles del entorno familiar, y aporta su capacidad intelectual y profesional en los más diversos sectores de la vida nacional e internacional.
Sin embargo, los remanentes del autoritarismo y el machismo rancio de nuestra sociedad continúan siendo expresión de la discriminación social contra la mujer: como lo vemos en la poca participación que nuestros partidos políticos –en franca decadencia institucional- les ofrecen en el evento eleccionario cada cuatro años; en la discriminación salarial en el ámbito laboral; en los feminicidios y todo lo que atenta contra la estable vida de pareja y familiar.
Tanto hombres como mujeres debemos ir superando cada vez más esa visión errónea sobre la mujer y manifestar en la práctica de vida los valores familiares que nos permitan crecer como personas y como nación en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.
Imagínate por un momento que tenemos menos familias disfuncionales, donde el rol de los padres no se reduce solamente a ser proveedores sino que son verdaderos educadores, donde el pluriempleo no sea norma para sobrevivir y los padres puedan tener más tiempo para dedicarlo a sus hijos e hijas
En nuestra formación familiar podemos aprender lo correcto o lo errado para vivir nuestra adultez. Las escuelas no sustituyen la formación familiar, sino que la complementan. Por eso los padres deben asumir su importante rol familiar, de modo contrario pagaremos las consecuencias negativas de este descuido tanto en la propia familia como en nuestra sociedad.
En la medida que nuestras familias se deterioran en aspectos básicos como la honestidad, la fidelidad, la responsabilidad, la efectiva comunicación y muchos otros valores; así mismo veremos nuestra sociedad afectada en esos mismos renglones. Para nadie es un secreto que la honestidad –para poner un ejemplo- es un valor que se vende caro hoy en día. Lamentablemente, lo que nuestra sociedad vende como ideal de progreso es la deshonestidad, la corrupción, el robo y la impunidad.
Imagínate por un momento que tenemos menos familias disfuncionales, donde el rol de los padres no se reduce solamente a ser proveedores sino que son verdaderos educadores, donde el pluriempleo no sea norma para sobrevivir y los padres puedan tener más tiempo para dedicarlo a sus hijos e hijas, donde los salarios permitan a las personas vivir con dignidad sin exponerlos a sobornos para saciar necesidades básicas, donde las personas públicas -como referentes sociales- den ejemplo de honestidad y responsabilidad en el manejo de la cosa pública.…¿lo puedes imaginar?
Solamente el buen ejemplo marca la pauta del cambio para una vida mejor. Ese ejemplo debe comenzar en casa y extenderse a la escuela, a los lugares de trabajo; extenderse también a las funciones del poder ejecutivo, del poder legislativo y judicial (el desempeño de los cuales, a favor del buen ejemplo y el bienestar ciudadano, deja tanto que desear !!); y extenderse cada vez más a todo espacio público y privado donde se coloque en juego la dignidad de la persona humana.
Incluyamos en el desarrollo de la vida familiar una visión de género que promueva la igualdad entre las personas, en cuanto a deberes y derechos ciudadanos fundamentales; que nos eduque en la responsabilidad y en la generosidad como un valor que se enfoca más en servir que en ser servido y que tiene presente la necesidad del otro.
Integremos en nuestras familias el perdón como la posibilidad de crecer y transformarnos en mejores personas. Donde el reconocimiento de la falta perdonada se exprese en cambios en nuestra conducta y manera de proceder. Y sobretodo ensayemos el arte de la comunicación para evitar malentendidos e infelicidad, compartiendo nuestros sueños y esperanzas, miedos y fracasos, así como sentimientos de bondad y cercanía.
Implementemos una vida familiar impregnada de estos valores que se sustentan en el amor verdadero y no tendremos -ni hombres ni mujeres- familias disfuncionales y mucho menos necesidad de una “segunda base”.
¿Y usted qué opina?