Que se sepa: hace décadas que perdí la candidez que caracteriza a los dominicanos: no creo que Luis Abinader sea el hombre providencial que resolverá los problemas del país con un chasquido de dedos. Tampoco creo que pueda hacer el gobierno pulcro que promete. No creo que pueda controlar el exceso de botellas: después de dieciséis años de ausencia, los “compañeritos” tienen “hambre de puestos”. Sin contar con que tendrá que pagar en puestos a los numerosos miembros de la absurda y abigarrada coalición que encabeza. Es por eso por lo que no creo que Abinader pueda reducir el alocado ritmo de endeudamiento que ha caracterizado los gobiernos del PLD. No creo, finalmente, que pueda poner coto a la corrupción que pueda surgir durante un eventual gobierno suyo. Luis Abinader llegaría al Palacio Nacional amarrado por los compromisos que lo impulsaron. Tan amarrado como los anteriores inquilinos del Palacio Nacional. Tan amarrado como un andullo.

Y, a pesar de todo esto, pienso que hay que votar por Abinader. Me explico.

Los partidos emergentes, alternativos o no tradicionales, los  partidos que no han ejercido el poder son los que más expectativas generan, son los partidos en los que la población pone más esperanzas. Al no haber gobernado, los partidos emergentes disfrutan de un aura de integridad que, hasta la fecha, ha desaparecido tan pronto se han hecho con el poder. Y cuando esto pasa, ya es demasiado tarde, no hay marcha atrás. A mi entender, el PRM es tan emergente como lo fue el PLD antes de 1996. Luis Abinader tiene la misma aureola que tuvo Leonel Fernández antes de convertirse en presidente. Hemos sido testigos de cómo Leonel, el “íntegro” y, dicho sea de paso, Danilo, el del tiburón podrido, hayan permitido, en beneficio de sus lacayos y, quién sabe si de ellos mismos, que la corrupción haya alcanzado cotas inimaginables. No sería de extrañar que propicien que estas cotas sean superadas en el futuro. Nada garantiza que con Abinader no suceda lo mismo. Dicho esto, nada garantiza, tampoco, que Abinader no haga un gobierno ejemplar. La posible eficacia de un gobierno de Abinader se esconde detrás de una nube de incertidumbre.

De lo que sí tenemos certeza es de la perfidia que ha caracterizado a los gobiernos del PLD. En toda nuestra democracia no ha habido un partido cuyos gobiernos hayan hecho tanto daño como el PLD. Los gobiernos del PLD han destruido la institucionalidad del país. Por culpa del PLD, la división de los poderes del estado es cosa del pasado. Por culpa de ellos, casi toda la prensa se ha prostituido. Por culpa del PLD, la Justicia es servil y el Congreso, más que Congreso, es el sastre o el sello gomígrafo del Poder Ejecutivo. Los gobiernos del PLD han destruido el sistema de partidos. Al destruir los partidos de oposición, el PLD ha creado un vacío de poder que no ha tardado en llenar. La avaricia de sus líderes es tal, que el propio PLD no pudo evitar el dividirse. El PLD ha destruido también la dignidad de muchos dominicanos. No solo la conciencia de los periodistas tiene precio. También la de los necesitados que venden sus cédulas o se venden ellos mismos, no solo por tarjetas de solidaridad, sino hasta por salamis y picapollos. El PLD utiliza el plan de solidaridad como una estructura de chantaje disfrazada. No hay más que ver el argumento principal de campaña del PLD – sobre el cual volveré: si gana Abinader, eliminará  dicho plan. Al hacerlo, no hacen otra cosa que hacer lo que Trump en el caso de Ucrania: utilizar el erario para su propio beneficio político.

La salida al lamentable estado de la política criolla solo puede hacerse a través del fortalecimiento de la sociedad civil. Pero tendrá que pasar mucho, mucho tiempo para lograrla. Mientras tanto, no queda otra opción que probar suerte en las elecciones, eligiendo, como dicen los franceses, entre la peste y el cólera. En el 2020, los dominicanos tendremos que elegir entre la muerte probable de la ruleta rusa de Abinader y la muerte segura del harakiri (y consecuente sepukku) de Gonzalo Castillo.

Lo natural es optar por la vida de nuestra democracia, pero los dominicanos han decidido jugársela cada cuatro años. No debería ser, pero cambiar solo está en nuestras manos. A la vida hay que agarrarse como a un clavo ardiente. Es por eso por lo que votaré e invito a votar por Abinader: más vale bueno por conocer que malo conocido.