Me enteré de los casos de tres personas mayores afectadas de COVID-19 que prefirieron ceder sus ventiladores para que otras personas más jóvenes los usaran y sobrevivieran.

Estas acciones evidencian el altruismo de esas personas capaces de despojarse de sus propias vidas como una ofrenda en favor de los más jóvenes.

Tendríamos que pensar, ante todo, en el proceso psicoemocional desarrollado hasta tomar esta decisión tan humana, bondadosa y trascendental. Habría que considerar si estas personas reflexionaron acerca de su misión y los aportes realizados en el transcurrir de los ciclos de vida y si consideraron que los resultados de sus acciones fueron satisfactorios, así como, transitar por los procesos espirituales cristalizados que les facilitaron desprenderse de sus propias vidas dejando a los suyos en pos de las próximas generaciones y sus descendencias.

Ceder, entregarse, renunciar y superar sus propios miedos, abandonarse a la trascendencia es, sin duda, un don. Como dicen los terapeutas familiares Nagy y Spark, dar es un don existencial.  La resiliencia implica compromiso y valor humano al servicio de los demás. Es renunciar a sí mismos y a los beneficios que les podría ofrecer la vida, en estos casos.

La resiliencia es para Michel Manciaux (2003) resistir y rehacer la vida, es además, reinventar el futuro. Es superar la adversidad. Es tener la dureza y la flexibilidad del bambú y la agudeza del águila que se coloca en las alturas para visualizar su porvenir centrado en sus propias destrezas personales, la fe en sí mismo y su conexión con la red de apoyo social.

No sería justo dejar de reconocer que estamos expuestos a la primera pandemia universal que nos mantiene en zozobra porque aún no vislumbramos venir el fin con la certeza a la que hemos estado acostumbrados.

Un número importante de personas nos dice la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Americana de Psiquiatría presentarán algún trastorno mental como son el trastorno de estrés postraumático, la ansiedad y la depresión, entre otras, que pudieran desarrollarse como consecuencia de los temores, amenazas de contagio y muerte. También pueden experimentar la incertidumbre y la sensación de falta de control incontrolabilidad ante la pandemia.

En este grupo, es probable que se incremente el malestar psíquico que ya prevalecía, así como el desarrollo en otros que presentan vulnerabilidad psicológica y escaso apoyo social y familiar.

En el polo opuesto podemos encontrar a las personas resilientes, que tienen una vida rica espiritualmente, con pensamientos de amor, generosidad, de gratitud y de paz que contribuyen con su bienestar emocional. Siempre están prestas a ofrecer apoyo, a orientar, a acompañar, a ser solidarias y mostrar empatía.

Reconocen que, a pesar de experimentar períodos de fragilidad emocional, de que sienten temporalmente desasosiego y desesperanza, tienen la capacidad de levantarse, retomar el control interno y seguir hacia adelante.

Ojalá, todos y todas tengamos la resiliencia necesaria y suficiente para resistir, rehacernos y reinventar la vida cada día.

Boris Cyrulnik (2010) nos dice los siguiente acerca de la resiliencia: “En esencia es la capacidad de recuperarse, sobreponerse y adaptarse con éxito a la adversidad y de desarrollar competencia social, académica y vocacional pese a estar expuesto a acontecimientos adversos, al estrés grave o simplemente a las tensiones inherentes al mundo de hoy”.

Seamos resilientes.