A la fecha el mundo ha visto algo mas de 1.9 millones de personas padecer y morir a causa del virus Covid-19. En el país el gobierno ha estado siguiendo protocolos que han sido implementados en otros lugares y adaptándolos de la mejor manera posible a la idiosincracia del dominicano que en su mayoría, sin importar el nivel socioeconómico, ni la escolaridad, aprovecha cualquier brecha para subvertir las medidas implementadas. Ante el cuadro calamitoso que venimos observando, donde ya demasiadas familias han visto morir a seres queridos muchas veces en la soledad de un hospital, me pregunto: por qué será que se nos hace tan difícil callar, obedecer y hacer lo necesario en beneficio de nosotros mismos, de nuestros parientes y de la humanidad.

Ciertamente tenemos un inmenso problema económico en un país pobre donde los más vulnerables son las inmensas mayorías, los negocios son dejados a su suerte y las familias carecen de ayuda del Estado para afrontar el día a día; pero ante el clamor de los empresarios y comerciantes vale la pena preguntarse sí es cierto que se puede llegar a entender que salvar los negocios se debe considerar sobre salvar vidas.

La educación en el país se encuentra a punto de colapsar, puesto que no es cierto que los niños estén recibiendo la calidad educativa que requieren, bajo la supervisión de sus padres, que en muchos casos son analfabetos, en comparación con la que recibirían de profesionales entrenados y con atención inmediata para responder a sus interrogantes. Pero no pienso que ningún padre con dos dedos de frente se encuentre tranquilo enviando a sus hijos a un centro educativo donde no hay condiciones para garantizar la salud y vida de los mismos.

Es verdad que el hombre y la mujer moderna requiere de esparcimiento, contacto social y esparcimiento sano; pero me resulta imposible creer que es verdad que los dominicanos hemos sido capaces de llenar las emergencias de los hospitales en fechas como el 24 y el 31 de diciembre para que los médicos y enfermeras no puedan disfrutar de sus familias ni siquiera en esos días, luego de un año completo trabajando en el más alto de los riesgos y muchas veces sin los equipos necesarios para garantizarles la salud personal. Es posible que seamos tan irreflexivos que no podamos sustraernos de ciertos placeres que pudieran significar riesgos de accidentes innecesarios, para colaborar a que las camas de los hospitales permanezcan disponibles para aquellos que necesiten tratamiento contra el virus del Covid – 19.

Privadamente se puede creer tener la solución para todo e incluso discutir las mismas con los allegados, pero hay que ser muy desorejado para tomar un medio público y luego de expresar que no se tiene experiencia en las ciencias de la salud, ni mucho menos en la especialización de la epidemiología, indicar con la mayor de las desfachateces que el gobierno, lo que es decir todos los profesionales capacitados a disposición del mismo, están equivocados; que están haciendo un disparate sin sentido con los procedimiento en prevención del virus y llamar a un movimiento cívico para forzarlos a modificar sus políticas. Sin embargo, peor aun me resulta ver a profesionales hacerse eco de este tipo de conductas y endosar las mismas con la misma fe con que se siguen los evangelios.

Estoy plenamente convencido de la importancia de preservar los derechos y garantías fundamentales, muy especialmente cuando se refiere a las libertades de expresión e informacion, como garantías en beneficio de los ciudadanos, frente al poder del Estado; sin embargo, es necesario recordar que la Constitución también prescribe deberes, entre los cuales se encuentra el respeto a la norma, lo que considero especialmente importante en un tema tan delicado como lo es la salud pública.

Así me permito recomendar que sí realmente queremos recuperar la normalidad de nuestras vidas lo antes posible, es necesario mirar a nuestros interiores, recuperar la cordura y tal como expresara el Presidente John F. Kennedy en su discurso inaugural del 20 de enero de 1961, preguntarnos no qué el país puede hacer por nosotros, sino qué podemos nosotros hacer por el país y nuestros semejantes para salir juntos de esta situación, con el más bajo costo de vidas que nos permitan las circunstancias. Deje de opinar sobre lo que no conoce y por alguna vez en la vida, en beneficio de usted mismo y de todos los dominicanos, siga los lineamientos prescritos por quienes sí se han preparado para tomar estas decisiones. Por esta vez haga lo necesario.