Quienes profesan una fe destinista entienden que todo cuanto sucede en la vida está escrito y es obra de Dios, pero no siempre es así y pondré un ejemplo.

Una amiga vivía en Estados Unidos, llegó allí por un contrato de trabajo buscando el famoso “sueño americano”. Para no regresar cuando se cumpliera el contrato entró en una relación con un joven dominicano a quien prácticamente no conocía, pero necesitaba garantizar su futuro en ese país.

Por ciertas actitudes de ella cuando conversábamos pude advertir que estaba en una relación peligrosa pues le temía a su pareja. Advertía en ella un temor permanente y eso me preocupaba un poco.

Con su pareja procreó una niña y decidió venir al país para que las familias (la de ella como la de él) la conocieran. El día antes de regresar a Estados Unidos me llamó en la noche para confesarme que tenía temor de regresar porque tenía problemas con su pareja y él era muy violento.

En realidad nunca me dijo qué tipo de problemas tenía, pero al parecer eran fuertes por el temor que le sentí. Hablamos por alrededor de cuarenta minutos y la mayor parte del tiempo intenté convencerla de que no regresara pues ella estaba sola en ese país, no tenía familias, amigos y podía sucederle una tragedia, pero ella insistía en que debía regresar porque allí estaba su futuro. Al final me rendí.

Un mes después de esta conversación me llamó una amiga en común para decirme que la pareja de mi amiga la había asesinado y que él también se suicidó. El hecho ocurrió en el carro de una amiga de ella y en presencia de la niña. No escondo que la noticia me impactó, pero al mismo tiempo me llenó de ira porque se lo advertí de mil maneras y no escuchó razones, su único propósito en la vida era que su niña creciera en el sueño americano.

Algunas personas que sabían de mi cercanía con esta amiga y maneaban someramente la conversación que había sostenido con ella antes de regresar a Estados Unidos, me llamaban lamentándose por el hecho, pero al mismo tiempo decían que había que aceptar la voluntad de Dios y ahí venía mi pregunta ¿Por qué debía ser esa la voluntad de Dios? ¿Acaso no podía ser la voluntad de Dios la advertencia que yo le hice que fue lo más racional de lo que podía sucederle?

¿Por qué siempre hay que justificar las decisiones erradas y testarudas de nosotros como voluntad de Dios?

Siempre, antes de cualquier tragedia, ha existido una advertencia que le ofrece a la víctima algún consejo diciéndole que no cometa alguna desgracia, pero al final prima la voluntad del ser humano, no siempre la de Dios.

Lo mismo sucede con la situación de las guerras, la pobreza, las injusticias. ¿Son estas cosas provocadas por Dios? Pues no, son provocadas por nosotros. ¿Cuándo dejaremos de atribuirle a Dios la justificación de nuestras iniquidades y comportamientos desviados? La pregunta no debe ser por qué Dios permite estas cosas Sino ¿Por qué nosotros las permitimos?

Las guerras no son señales de la venida de Cristo, son un indicador de que todavía existen imperios que buscan adueñarse de las riquezas de otros países. Aprendamos a mirar la realidad con ojos humanos y dejemos de buscar en Dios la excusa o las razones de nuestras maldades, seamos responsables.