Estas reflexiones, que van más allá de lo que buscaban tanto los de la Marcha Verde como los jóvenes de la  de la Plaza de la Bandera. La primera, por reconocerse que era una protesta de la clase media de todo el país, y la segunda, por ser estar compuesta mayormente por los hijos de esos de la  Verde, a la que sumaron otros más.

Para una persona de nuestra edad, muy arriba ya de los ochenta, rumbo a los noventa, que quisiéramos cumplir, porque nos gustan los número redondos, la observación de ambos acontecimientos fue desde la barrera. Tampoco pudimos asistir, como queríamos, a la cita de las elecciones, como les pasó a tantas miles de personas por temor cierto a la pandemia. Hecho este que no han ponderado ciertos analistas a la hora de hablar de la cantidad de votantes. La comparecencia física a esta fiesta de la democracia fue masiva si la comparamos con otras. No hubo abstención por abstención, sino por obligación, y los que fueron a votar masivamente, como se hizo, son más que héroes civiles, que no lo hicieron solo como deber, sino por una necesidad de evitar una revolución sangrienta, que los del poder no avizoraban en el horizonte inmediato del país; pero los viejos la veíamos clarísima: Sencillamente, ese estado de corrupción de todo orden, era insoportable. Por menos que eso, Fulgencio Batista (1901-1973) provocó la revolución de Fidel Castro (1926-2016) y sus gentes. Pero no aprendemos de la historia.

Si como dicen analistas serios, tanto la Marcha de color como la pura y simple en torno a la Bandera Nacional, que era todo un símbolo por sí misma, y la corrupción,  provocaron la derrota del candidato oficial, a pesar de todo lo que hicieron para evitarlo: los millones que derrocharon, las triquiñuelas y demás bajas acciones que todos conocemos, pensamos que luego del triunfo del partido que se autoproclama “Moderno”, pero del mismo PRD histórico que fundó Juan Isidro Jimenes Grullón (1903-1983) y otros valientes dominicanos en Cuba el 21 de enero de 1939, que luego pasó a manos de Juan Bosch, y de estas vino al país. Lo demás es historia. No nos gustaría oír nunca lo que aparece en “Una decepción”, el famoso relato laureado de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (1878-1955), que al final hablando con su mujer, al ver la gente que iba a modificar el país termina así: “Tronquilis, que la vio, vaciló primero en hacerla partícipe de su negra pena. Después, a tiempo que ella también iba a hablar, díjola en tono amargo y moviendo tristemente la cabeza:

—¡Ay mujer, mujer! ¡Son los mesmos!”

Hasta nosotros los que no desfilamos ni votamos, por viejos, por lo que fuere, esperamos que al fin, la larga y oscura noche antidemocrática que hemos padecido, dé luz a un nuevo día y los “mesmos” se queden adonde estaban.

Por los andurriales de la clase media

Debemos confesar nuestro error al proclamar que la Clase Media había llegado al poder. Habíamos olvidado que el contingente de personas serias y honestas, mesuradas y decentes que componen la base real de la comunidad nacional, lo mejor y lo más granado, puede venir de las zonas más humildes.

Hemos despreciado o menospreciado, a los humildes. A los que no son de clase social por dinero o por alcurnia o por haber ascendido a través de los estudios o de la tecnología. Es la los “del montón salidos” como dijo el  poeta Federico Bermúdez (1884-1921) quien mejor se  ha referido a los humildes.

La dignificación de los dignos es una tarea pendiente. Cuando se repartieron tierras en la famosa reforma agraria, se las dieron a los tígueres y a los vivos, sobre todo en el Cibao y zonas prósperas. No a los humildes y tranquilos agricultores.

Esos no hacen campañas. No dejan sus tareas para asistir a mítines, ni ellos ni los empleados simples, sean domésticos o de salarios mínimos.

De esas gentes nadie se ocupa, porque no molestan; no protestan. Pero un día tendremos que reconocerles su valor.

En las pasadas elecciones he escuchado a muchos de estos humildes hablar de lo asqueados que vivían frente a la corrupción rampante y la falta de justicia. Que llegó al colmo de temerle más a un policía que a un delincuente común.

Es verdad que los primeros pasos del futuro gobierno que  tomará el poder dentro de unas semanas no vengan con la farándula ni en la justicia con gentes de componendas en la profesión peor de este país, y que nos perdonen los serios, que los hay; por ejemplo. Ojalá cuando aparezca este artículo ya tengamos una idea de por dónde van esos destinos básicos.

El menosprecio no es solo de los más humildes. Personalidades como Juan Lladó, por ejemplo, que se ha pasado años desde este periódico digital informando y demostrando con precisión los problemas del turismo nacional; que se ha convertido en el mejor asesor público gratuito de ese renglón tan importante, a la hora de venir al poder los que uno cree astutos y al día, lo soslayen, y ni siquiera lo mencionen.

Eso, eso es lo que las gentes de la Marcha Verde les querían decir al gobierno pasado: Que no les había hecho caso a los que se habían fajado a estudiar y a prepararse, muchos de los cuales tuvieron que emigrar decepcionados por no tener la oportunidad de servirles a su país, porque a los que mandaban no les interesaban las personas serias y capacitadas.

Lo peor era el horizonte inmediato que veían los más jóvenes que habían hecho lo mismo y ahora andaban dispersos en gran parte por diversos países donde sus capacidades y sus formas decentes de ser, les han ganado el respeto,  y por su deseo de superación y su consagración al trabajo, van ascendiendo. Todo eso lo ha perdido y lo pierde este país. Eso también era lo que proclamaban sin esas palabras, los de la Marcha de la Bandera. Esa juventud clama. Necesita, precisa trabajar y prosperar en su país. Por eso es música para los oídos de todos cuando el gobierno habla de preferirlos.

Para los humildes y los decentes que no son de clase social determinada, ni proletarios ni pequeñoburgueses, y a los demás, que son muchos, en todas las demás clases, les prometemos hablar del MUCE, un Movimiento  Central, que si bien es político social, no es necesariamente partidista, por ahora.

Hasta entonces.