En un estricto sentido del término, pareciera que la caribeñidad se da por circunstancias geográficas, pero es mucho más. Es una condición cultural. Es esta manera peculiar de ser, aderezada con el salero que nos da las salpicaduras del Mar Caribe, y que se nos cuece con la intensidad de los rayos del sol, y nos hace hervir esta sangre transculturada que traemos hace siglos; y nos provoca los sentidos y el erotismo sin igual, cuando movemos las caderas con rítmica intensidad, si escuchamos un tambor heredado de la África ancestral, un laúd español que junto al Güiro, al Tres y al Cuatro, hacen vibrar nuestra identidad caribeña. Convergen en concierto único, a ritmo de Merengue, Plena y Son, la caribeñidad sentida, sufrida, gozada. Somos pueblos que pertenecemos a un mismo tronco cultural, y que transitamos similares procesos de formación como nación.  La caribeñidad, entonces,  significa complejo de emociones, de historias comunes, de un singular entrecruzamiento de culturas y de almas,  de esa hermandad compartida hace siglos, de corazón a corazón, entre nuestros pueblos dominicano, puertorriqueños y cubano. El ser y pertenecer a la cultura caribeña, tiene que ver con nuestro carácter, es condición distintiva,  es lo que nos caracteriza a los que somos y nos sentimos caribeños; es cualidad cultural y nos da esa individuación dentro de lo latinoamericano y lo universal.

La caribeñidad es como un encuentro entre hermanos que nacieron y crecieron juntos, y cuando niños retozaban, y estos de aquí se iban una temporada a la casa del otro y le ayudaban con su independencia, y el otro venía a la casa del otro, y sin embargo, andan hoy más separados que antes, por…, ni sé por qué, porque las diferencias políticas, de credo, ni de ninguna otra naturaleza, pueden separar familias y, mucho menos, a pueblos que han de andar en cuadro apretado, encontrándose, descubriéndose, ayudándose con las manos entrelazadas. Porque somos igualitos o casi igualitos "que no es lo mismo pero es igual", y vemos que el otro hermano, por parte corazón y de historia, tiene mucho que aportarnos, y nosotros taaaanto que enseñar, y nos preguntamos: ¿Qué hacemos pendientes y dependientes de la ajena Europa o de la transnacional Norteamérica. Ambas, sin dejar de ser patrones de desarrollo, tienen sus propios códigos culturales y crisis.
Y a nosotros, se nos cansa la vista y la nuca de tanto mirar -y copiar- al Norte. Es más cómodo y oportuno, vernos y darnos la mano con el de al lado.

La caribeñidad marca similitudes, diversidad, distinciones; incluso, dentro de un mismo país; por ejemplo, Santiago de Cuba es la más caribeña, junto a Guantánamo, de todas las provincias de Cuba, y hace que los santiagueros sean distintos a los habaneros. Fíjense en esta anécdota: Una tarde cualquiera, en la clínica "Corazones Unidos", Naco, Santo Domingo,  escuché a una joven habanera, decirle a  una nativa de Santiago de Cuba: "Oye, chica!, esta gente habla igualito que u’tedes, dicen zapote igua’que u’tedes, y comen casabe, igua’que u’tedes". Lo que no sabe la habanera egocentrista que eso se debe a la caribeñidad intrínseca de los santiagueros: son fiesteros, muy solidarios, muy gestuales-expresivos. Tienen muchas más similitudes étnicas los santiagueros con los dominicanos que con los mismos cubanos del occidente de la isla. Y, lo más probable es que esos rasgos comunes tengan entre los orígenes, los más de 4,000 dominicanos que emigraron, sobre todo, al Oriente de Cuba, a partir del Tratado de Basilea en 1795, según nos refiere el dominicano investigador, Carlos Esteban Deive en su libro Las emigraciones dominicanas a Cuba (1795-1808). Eso sin mencionar nombres indispensables en la historia de las tres islas: Martí, Gómez, Hostos, los Henríquez-Ureña, Pedro Mir, Bosch, Caamaño, y tantos otros que no reconocieron fronteras, y aportaron aquí y allá, y viajaban de una a otra isla como cuando los hermanos pasan tiempo juntos, y colaboran los unos con los otros.

La historia nos da lecciones. Este intercambio migratorio, económico, artístico, y cultural, en general que hubo entre nuestras islas, ha tenido un carácter histórico:

Fuente: Listín Diario, 9 de diciembre de 1890

MOVIMIENTO DE PASAJEROS:

ENTRADOS (A PUERTO SANTO DOMINGO):

Sábado.

Por vapor español Manuelita y María de Pto Rico y escalas:

56 pasajeros y ciento doce pasajeros de trancito para Cuba.

SALIDOS.

Por vapor esp. M y M para La Habana y escalas: María Esteba Tribal, Fco. Ricart y familia, Laureano Llorente, Aniceto Alfonso”

Deberemos hacer, a fuerza de amor y cultura, una alianza pueblo a pueblo, por esta historia y esta caribeñidad que nos une.