Hay que celebrar con la mayoría de los periódicos que el presidente Danilo Medina anunciara el lunes, aunque fuera indirectamente, que no propiciará una nueva reforma constitucional para buscar una tercera postulación al cargo en las elecciones del próximo año y que prometiera contribuir a que la próxima campaña electoral sea limpia, basada en propuestas y regida por el civismo y la sana competencia.
El ánimo de celebración está determinado porque Medina se decidió a fijar posición, poniendo fin a una extensa etapa de incertidumbres que ya empezaban a afectar la estabilidad política, social y económica de la nación. También porque disipa los temores de que un proyecto continuista implicara mayor corrupción con la compra de votos de la Asamblea Nacional Revisora de la Constitución y desguañangue de la debilitada institucionalidad democrática de los partidos, comenzando por el gobernante, así como del Estado.
Le costó tanto esfuerzo al mandatario que no le alcanzó para expresar directa y formalmente su declinación a las pretensiones continuistas sostenidas durante dos años por muchos de sus más cercanos colaboradores en el gobierno, en el congreso y en el partido, con una enorme malversación de recursos y distracción de responsabilidades ejecutivas y legislativas, y desaguisados tan graves como la reciente militarización del Congreso Nacional, nunca justificada y que puso un baldón sobre la intención reformadora de la Constitución.
Hemos tenido que aceptar la declinación siguiendo el contexto del discurso de Medina cuando dijo que aunque nunca mostró “ninguna intención de volver a ser candidato a la Presidencia, se pusieron en marcha diferentes campañas de desinformación y descrédito en torno a la posibilidad de que optara a un período más de gobierno”. Tras referirse a las peticiones de que prosiguiera en el poder, que confiesa lo llevaron “en algún momento” a considerar atenderlas, cree firmemente que “hay normas y principios que trascienden la labor de un hombre o de un gobierno y es nuestra responsabilidad preservarlos. Valores que deben prevaler más allá de cualquier circunstancia o coyuntura por difícil que esta parezca”.
Lo más expresivo de la declinación fue que “cuando llegue al término de mi segundo mandato y deje la Presidencia de la República, quiero poder salir a la calle a caminar como un ciudadano más y mirar a las personas a los ojos con la tranquilidad que dan el deber cumplido, la honestidad y la humildad”.
La sociedad dominicana es generosa y agradece que Danilo Medina acatara el clamor nacional contra otra reforma constitucional continuista, aunque en muchos queda la convicción de que en realidad decidió poner término a los esfuerzos de sus partidarios por renovarle el poder, porque no pudieron conseguir los votos necesarios para la reforma constitucional.
Tal como publicáramos el sábado 20 en El Tema de HOY, los promotores de la reforma o contra reforma constitucional, se quedaron cortos por unos 29 votos para alcanzar las dos terceras partes de los integrantes de la Asamblea Revisora. El 10 de enero cuando escribimos “El proyecto continuista sigue confrontando serias dificultades”, calculamos que le faltaban unos 40 votos. En seis meses de intensa campaña y múltiples ofertas, sólo avanzaron en 11 votos, cuatro provenientes de los seguidores del expresidente Leonel Fernández y 7 del Partido Reformista Social Cristiano.
En ese otro contexto y a la luz del fracaso de las muchas veces repetidas afirmaciones de que se conseguirían los votos necesarios, también valen las celebraciones porque los legisladores no se prestaron a vender sus votos, salvando a los principales partidos de un nuevo trauma que reduciría su ya baja confianza ciudadana.
En realidad esta vez el lobo que pretendía engullirse la institucionalidad democrática quedó congelado. Ojalá que sea la última vez que nos amenace y que del próximo proceso electoral salga una nueva opción alternativa, renovadora, y que contribuya al fortalecimiento democrático e institucional.
Congratulaciones para todos los que contribuyeron a frenar lo que fue una peligrosa conjura contra la institucionalidad democrática, con la esperanza de que aleccione a tantos que guardaron silencio, por intereses, complicidad o miedo.-