Uno de los efectos positivos de la irrupción de la covid-19 en nuestras vidas ha sido el descubrimiento del planeta Tierra por toda la humanidad. Nos hemos dado cuenta forzosamente de que existe una íntima conexión entre la vida humana, la naturaleza y el planeta Tierra. El virus no cayó del cielo; vino como contraataque de la Tierra, considerada como un supersistema vivo que siempre crea y se auto crea, y se organiza para mantenerse vivo y producir todo tipo de vida existente en este planeta. Particularmente los quintillones de quintillones de microorganismos que existen en los suelos y en nuestro propio cuerpo, verdadera galaxia (Antônio Nobre) habitada por un número incalculable de virus, bacterias y otros microorganismos.
El contexto del virus, casi nunca citado por los analistas de las redes de comunicación, es el sistema capitalista anti-naturaleza y anti-vida. Él hizo que el virus perdiese su hábitat y avanzase sobre nosotros. Ese sistema de producción y de consumo asalta despiadadamente la naturaleza, saquea sus bienes y servicios y destruye el equilibrio de la Tierra.
Esta responde con el calentamiento global, la erosión de la biodiversidad, la escasez de agua potable y otros eventos extremos. Todos de alguna forma participamos de este ecocidio, pero los actores principales –es forzoso decirlo y denunciarlo– son el sistema del capital y la cultura del consumo descontrolado, y especialmente los millonarios con su consumo suntuoso. Por lo tanto, retiremos la culpa de la humanidad pobre, que colabora mínimamente y es víctima del mencionado sistema.
El ser humano, siempre curioso por saber más y más, ha hecho descubrimientos sin número: de nuevas tierras como las de América, de pueblos, culturas, todo tipo de aparatos, desde el arado hasta el robot, el submundo de la materia, los átomos, los topquarks y el campo de Higgs, lo íntimo de la vida, el código genético. Y no paran los descubrimientos.
Pero ¿quién descubrió la Tierra? Fue preciso que enviásemos astronautas fuera de la Tierra o hasta la Luna para ver la Tierra desde fuera de la Tierra y finalmente, maravillados, descubrir la Tierra, nuestra Casa Común. Frank White escribió en 1987 un libro The Overview Effect (tengo un ejemplar firmado por él el 29/5/1989) en el cual recoge los testimonios de los astronautas, emocionados hasta las lágrimas.
El astronauta Russel Scheickhart nos revela: “Vista desde afuera, la Tierra parece tan pequeña y frágil, una mancha pequeña preciosa que puedes tapar con tu dedo pulgar. Todo lo que significa algo para ti, toda la historia, el arte, el nacimiento y la muerte, el amor, la alegría y las lágrimas, todo está en aquel punto azul y blanco que puedes tapar con tu pulgar. Desde esa perspectiva entiendes que todo ha cambiado… que tu relación ya no es la misma que la de antes” (White, p. 200).
Eugene Cernan confesó: «Fui el último hombre en pisar la Luna en diciembre de 1972. Desde la superficie lunar miraba con temblor reverencial hacia la Tierra, en un trasfondo muy oscuro. Lo que yo veía era demasiado hermoso para ser aprehendido, demasiado ordenado y lleno de propósito para ser un mero accidente cósmico. Uno se siente obligado interiormente a alabar a Dios. Dios debe existir por haber creado aquello que yo tenía el privilegio de contemplar. La veneración y la acción de gracias surgen espontáneamente. Para eso debe existir el Universo» (White p. 205).
Acertadamente comenta Joseph P. Allen: «Se ha discutido mucho sobre los pros y los contras de los viajes a la Luna, pero nunca oí a nadie argumentar que debíamos ir a la Luna para poder ver la Tierra desde fuera de la Tierra. Después de todo, ésta debe haber sido seguramente la verdadera razón de que hayamos ido a la Luna» (White, p. 233).
Efectivamente ésta es la razón secreta e inconsciente de los viajes espaciales: descubrir la Tierra, el tercer planeta de un sol de quinta categoría, dentro de nuestra galaxia. El sistema solar en el cual está nuestra Tierra dista 27 mil años-luz del centro de la galaxia, la Vía Láctea, en la cara interna del brazo espiral de Orión. Ese sistema con la Tierra alrededor es casi nada y nosotros une quantité négligeable, algo de una magnitud inapreciable, cercana a cero. Y, sin embargo, desde aquí la Tierra, a través de nosotros, contempla el Universo entero, del cual forma parte. Y a través de nuestra inteligencia, que pertenece al propio Universo, éste se piensa a sí mismo. Lo que cuenta en nosotros no es la cantidad sino la calidad, única, capaz de pensar, de amar el Universo y de venerar a Aquel que lo sustenta permanentemente.
No solo descubrimos la Tierra. Descubrimos que somos aquella parte de la Tierra que piensa, ama y cuida. Por eso ser humano (homo en latín) viene de humus, tierra fértil, y Adán procede de Adamah, tierra fecunda.
A partir de ahora nunca desaparecerá de nuestra conciencia el hecho de que hemos descubierto la Tierra, nuestro hogar cósmico, y que somos su parte consciente, inteligente y amorosa. Porque somos portadores de estas cualidades, nuestra misión es cuidar de ella como de nuestra Casa Común, y de todos los demás seres que en ella habitan y que tienen el mismo origen que nosotros, y que por tanto son nuestros parientes.
Si es así, ¿por qué la hemos maltratado, superexplotado, y por qué estamos destruyendo las bases que sustentan nuestra vida? Si hay una lección que la Madre Tierra a través de la covid-19 nos quiere transmitir es seguramente ésta:
«Tenéis que cambiar vuestra relación con la naturaleza y conmigo, si queréis que yo siga ofreciéndoos todo lo que necesitáis para vivir con una sobriedad compartida, en fraternidad y sororidad universales y bajo el cuidado amoroso con todos vuestros hermanos y hermanas de la gran comunidad de vida, también mis hijos e hijas bien amados. En el pasado, en tiempos inmemoriales, os di a elegir entre “la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge la vida para que vivas tú y tu descendencia. Esta promesa la mantendré siempre”» (Deut 30,19).
Escojamos la Vida. Es el llamamiento de la Madre Tierra. Es el designio del Creador.