El retorno a la vieja normalidad que se observa en las principales zonas urbanas del país combinado con el anticipado término del estado de emergencia es un presagio del caos que se producirá en las principales calles y avenidas, como resultado de la inacción por recuperar el control de las calles y avanzar a una mejor normalidad.
Durante los últimos años las zonas urbanas han incrementado el suelo ocupado de sus demarcaciones, debido a la falta de instrumentos para ordenar y concentrar la población en una zona delimitada impactando en la demanda de desplazamientos a lo interno de las ciudades. Esta situación, acompañada por la deficiente oferta del transporte colectivo, propicia el secuestro de las calles a través de la invasión de los medios motorizados, desplazando el peatón del escenario urbano y mutilando la posibilidad de disfrutar la ciudad.
Mientras el parque vehicular del país aumentó de 2.4 millones de unidades vehiculares a 4.3 millones en el periodo 2008-2018 (DGII), la población a nivel nacional solo ha incrementado un 9.6% (ONE) en igual período de tiempo. Lo cual justifica la inversión e incentivos para mejorar la circulación del transporte privado en las ultimas décadas, en lugar de apostar por un modelo que priorice el rescate de la ciudad para que los desplazamientos a pie y no contaminantes sean los que predominen.
La apertura gradual de todo el sistema urbano demanda que variemos la formula histórica que ha sustentado la solución del tránsito y el transporte, soportado con un mayor financiamiento hacia la circulación del vehículo privado, lo cual impacta negativamente la ciudad a través de la congestión del tránsito, los altos niveles de contaminación y el poco atractivo para recorrer sus calles.
Para variar esta fórmula se necesita priorizar la inversión en la gente y no en los carros, mejorando las posibilidades de caminar por la ciudad, restringiendo el uso de ciertas vías para ciertos modos de transporte, fomentando el uso de medios menos contaminantes tanto a nivel individual (bicicleta, patineta) como a nivel colectivo (autobuses de hidrogeno o eléctricos). Esta priorización eliminará los elevados como una opción para mejorar la movilidad, ya que una ciudad saludable no es aquella en la que los vehículos privados pueden moverse rápido de un punto a otro de la ciudad, sino que es la ciudad que no requiere usar el vehículo privado para satisfacer mis necesidades de desplazamiento.
Todo esto permitirá reducir kilómetros de vía destinadas a la circulación vehicular para transformarlos en espacios orientados al ocio y la recreación; en un momento donde la oferta gastronómica necesita mantener los niveles de distanciamiento y salubridad de sus establecimientos, el cierre de vías para colocar una oferta culinaria al aire libre ofrecerá garantías a los comensales. Espacios que permitan a los colectivos artísticos presentar sus productos, elevando la seguridad de las familias para disfrutar un buen paseo, incentivar el ejercicio o apreciar las bondades de la ciudad que no pueden ser observadas desde el interior de un vehículo.
La pausa producida por la pandemia en las principales ciudades del país mostró las bondades de vivir en barrios donde los carros no son los protagonistas diarios de la cotidianidad. Las restricciones impuestas en el estado de emergencia nos permitieron saborear la posibilidad de salir a las calles libres de tapones, sin temor a los accidentes y con una calidad ambiental superior, ante la reducción de la contaminación aérea y sónica. No permitamos que la apertura anunciada a la libre circulación nos retorne al problema que ha secuestrado nuestras ciudades, apostemos por una recuperación de nuestras calles.