“Por amor se confunden las aguas y en la fuente se besan…   Por amor hay quien haya querido regalar una estrella…”, dice la canción “Por Amor”.

Millones de poetas, psicólogos, artistas… han tratado de definir el amor. Y hay tantas versiones como individuos tratando de definirlo.

En otras reflexiones hemos dado algunas pinceladas sobre el tema y hemos clasificado el amor en cuatro tipos: erótico, lúdico, filial y amistoso.

Varios elementos comunes en todos ellos son: la pasión con que se expresa, el impacto emocional en quien lo siente, la entrega o dedicación total de quien lo manifiesta, y el sentido de posesión hacia la persona (o cosa) amada.

El amor, junto al poder y el dinero, es uno de los motivantes más fuertes que impulsa la conducta humana. Se vive, se muere por amor. Se mata y se da vida por amor. El amor parece justificarlo todo.

El amor entre enamorados desciende o asciende a nivel de pasión, y cuando la pasión se junta con el instinto sexual se forma una fuerza súper poderosa… y muchas veces destructiva.

El amor, como constructo social puede existir en forma colectiva, pero en realidad es un fenómeno, es una experiencia, individual y privada. En ese sentido, solo el que lo siente puede saber su fuerza. El otro, al que el amor va dirigido, el objeto del amor, puede presentirlo, intuirlo, pero nunca en total certeza.

Dar y recibir amor es lo más importante de la vida. Y es la incapacidad de amar lo que constituye una excepción, un problema vivencial, porque cuando no se puede amar, no se puede recibir amor.

El que ama es capaz de hacerlo contra toda adversidad y contra el desprecio o no reciprocidad del otro; de ir en contra de las convenciones sociales y, muchas veces, en contra de su propio bienestar, hasta correr el riesgo de perder la vida.

Puede tomar energía de ese amor y luchar… Y en esa lucha vencer o morir.

El amor, con todas sus contrariedades, tiene un gran significado e importancia para la vida… Es lo que sostiene al universo, es la expresión sublime del ser humano.