En la última entrega definimos populismo y realizamos un brevísimo recorrido histórico del concepto. El populismo reivindica una visión de “pueblo” frente a los que tienen el poder, para alzarse con la nueva hegemonía y así imponer su voluntad, ya que existe una crisis de representación entre los de “arriba” respecto a los de “abajo”. No es halagador, ni peyorativo; no es de izquierdas o de derechas; solo es un fenómeno que desencadena un momento aprovechado por los actores de la sociedad. Hemos identificado elementos comunes que identifican el fenómeno populista (pueblo, poder, hegemonía, voluntad, los de arriba, los de abajo, y crisis), con excepción de uno: la institucionalidad.

El nivel de institucionalidad del movimiento, grupo o partido que aprovecha el momento populista es clave para saber cómo describirlos y cómo referirse a ellos. Es esto lo que marca su discurso, como bien lo que marca la necesidad del líder o no; su postura como oposición al poder o participando en el poder; o su construcción de pueblo. Visto esto, a mi juicio, es posible clasificar cómo se manifiesta el momento populista. No es una clasificación cerrada sino ilustrativa, flexible e instrumental. Puede ser abandonada o bien recompuesta.

Propongo clasificar la manifestación populista en: (1) el populismo democrático – republicano; (2) el populismo no democrático – no republicano; (3) el populismo mixto; y (4) populismo degenerativo. En esta entrega abordaré los dos primeros. Esta clasificación nos permite observar cómo el fenómeno populista se presenta dependiendo del sistema sociopolítico en concreto, y notamos por qué – a la vez – es difícil concebir un determinado movimiento o partido como populista por el solo hecho de hacerlo y demás advertencias hechas en entregas anteriores; cada uno de estos puede ser de izquierda o derecha. De modo que cualquier grupo puede tender al populismo si aprovecha el momento populista que se le presente; al aprovecharlo – mayormente desde la oposición – cae dentro de la clasificación que se propone según el caso y cómo se desarrolle. Es importante retratar que todo grupo o partido, de una manera u otra, tiende hacia al populismo, pero no necesariamente hacia el momento populista o a hacerse parte de él, sobre todo en las democracias republicanas occidentales fundadas en la idea de la “soberanía popular”.

1. El populismo democrático – republicano. Bajo esta clasificación, el grupo que aprovecha el momento populista puede tender hacia la radicalización de la democracia en la lucha por disputar la hegemonía de aquellos que tienen el poder y han perdido el contacto con el pueblo, mayormente por el impacto neoliberal. La forma de radicalización política y lucha por la hegemonía se da de distintas maneras: se lucha por la democracia para alcanzar el poder y otra a nivel institucional. Por un lado, apelan a la democracia para alcanzar el poder, siendo este el lugar donde la lucha por la hegemonía es posible en términos más radicales-inclusivos, pero a la vez critican a la hegemonía actual por ser imperfecta e impedir la participación y representación del pueblo, cuando la élite o “los de arriba” no les permiten actuar por no ser lo suficientemente educados o no tomar en cuenta sus intereses. En esta visión populista no existen antagonistas o amigo/enemigo sino “adversarios” que participan en el momento agonístico en nombre del “pueblo” que se defiende sin que dejen de pertenecer a la sociedad política, porque siempre hay un mañana donde se comparta o se necesite del que ayer fue adversario.

Otro aspecto es que el populismo aprovecha el momento donde la clase hegemónica puede ser cuestionada y retada de frente, indicando que las instituciones no son aptas o no son perfectas para canalizar las demandas del pueblo, pero sin llamar a la destrucción o quebramiento de aquellas. Puede ser que esta visión del populismo opte por cambiar las instituciones al llegar al poder, modificarlas o reformarlas, como propusieron mucho de los electos en Podemos (España) al tomar posesión. En otras palabras, cambiar las instituciones desde las instituciones que acerca al populismo con su concepción de pueblo que radicaliza la democracia a la institucionalidad republicana.

2. El populismo antidemocrático – antirepublicano. Dependiendo del cristal con que se mire, esta es la forma de populismo cuyo momentum genera más incertidumbre; hace énfasis en que la democracia liberal y neoliberal no responde al pueblo. Las élites y élites globales “traman” contra el pueblo, actúan contra los intereses de éste. Esta clase de populismo se sustenta en la existencia de una narrativa y/o “trama” que parte de la idea de exacerbar la maquinaria electoral y separar el “ellos” y el “nosotros”, no como adversarios sino como amigos y enemigos; sobre todo en las instituciones existentes.

Es antidemocrático porque, a pesar de utilizar la democracia para llegar al poder, distingue en su uso para identificar quiénes deberían participar o no en la democracia y quiénes son parte del pueblo o bien “traidores”; y que, de una manera u otra, el sistema electoral está “manipulado” por las élites o élites globales. Acá el enemigo no es el enemigo en el sentido tradicional, es el traidor o el que niega la narrativa y/o “trama”; que no conforma o no comparte lo que este movimiento populista entiende que es una esencia del pueblo que antecede al pueblo mismo, una identidad que no cambia y a unos valores anteriores arraigados en la secularidad o en una religión, o identidad nacional, familiar o moral preestablecida. La construcción del pueblo es esencialista, excluyente y exclusiva.

En ambos populismos es necesaria la presencia de un líder (usualmente nacido de un círculo elitista) que ayude a dar forma a la diversidad de intereses y llevar a cabo el efecto que lo hace posible. Pero, en  este populismo el líder va más allá. El líder es el representativo y la esencia del colectivo y el que lo organiza: sin el líder no hay colectivo. El líder es el que identifica la hegemonía que los demás deben apoyar y el líder es el que forja la “trama” que los demás deben seguir. La democracia no tiene un fin en sí misma sino electoral (algo que puede darse en cualquier tipo de populismo o ideología política) para alcanzar el poder o tener poder. El populismo bajo este escaño no tiene que poseer el poder para ejercer su influencia, basta con participar del mismo.

Pero, a la vez es antirepublicano porque el líder en el momento populista insta a que las instituciones actuales deben ponerse al servicio del objetivo, para frenar la “trama” que, de darse el peligro de ésta, el pueblo muere o se pierde, y debe darse el momento para su defensa. La “trama” pone entre dicho a las instituciones actuales y la legitimidad de quienes las integran por no alinearse al peligro que revela la “trama” porque no sirven para dar respuestas a las demandas, sino que debe existir algo nuevo para dar respuesta a los reclamos; es decir, como satisfacción a las demandas actuales, debe venir alguien o algo que haga frente a los reclamos, porque las instituciones no sirven para ello hasta que ellos lleguen a reformarlas. Aunque esta clasificación no la maneja la literatura tradicional sobre el populismo, la literatura tradicional colocaría los cambios políticos de Hungría y Polonia en los últimos años bajo esta descripción.

En la próxima entrega abordaremos el populismo mixto y el populismo degenerativo.