En la entrega anterior, definimos populismo como aquel fenómeno político que persigue reivindicar una visión de “pueblo” frente a los que tienen en el poder, para alzarse con la nueva hegemonía y así imponer su voluntad, ya que existe una crisis de representación entre los de “arriba” respecto a los de “abajo”. Un concepto que es común a todos los tipos de populismos. Observe que no hablamos de movimiento, ideología, filosofía o pensamiento, sino un fenómeno o circunstancia política (momento populista, [Mouffe, 2018]) que se da dentro de las ideologías, movimientos, regímenes, etc.; el populismo, como dijimos, no es en esencia bueno ni malo, es un fenómeno que se produce en momentos apropiados y reunidas las circunstancias adecuadas; no es elogio ni es peyorativo. El populismo es lo que decidan hacer con él; lo que decida la voluntad de poder. A pesar de su protagonismo actual, no significa que sea algo nuevo. Por razones de espacio, a riesgo de dejar aspectos relevantes, nos enfocaremos en elementos históricos importantes.
Primero, el “populismo contemporáneo” lo podemos ubicar en los Estados Unidos. (Nacarino: Carrillo, 2017; Puértolas: Carrillo, 2017). El Presidente Andrew Jackson supuso un corte con la forma de gobierno y la representación. A pesar que los fundadores idearon el sistema de colegios electorales como desconfianza hacia la democracia, Jackson entendió que cuando fue electo no obtuvo el mandato de los electores sino directamente del pueblo (Dahl, 2003); posición que desde entonces los presidentes que adquieren una cierta cantidad del voto popular, entienden que han obtenido un mandato directo del pueblo. Esto adquirió mayor matiz en el siglo 19 con el surgimiento del “People’s Party”, que pretendía que el pueblo no representado tuviera participación más equitativa y accesible en el nuevo mercado de transporte para poder distribuir sus productos de granja. Este partido proclamó que “Estados Unidos era un gobierno para Wall Street, por Wall Street y de Wall Street” siendo “la gente común esclavos, y el monopolio el maestro”. (Cf. Werner-Müller, 2016). El partido acusó a los partidos de entonces de abandonar al estadounidense común, de destruirlos y de mantener a la multitud en calma para los corruptos y millonarios. Pero no fue el único, George Wallace, el Gobernador de Alabama y varias veces candidato presidencial, racista y segregacionista, se presentó a favor de un pueblo que no creía en la desegregación racial y que el intento de no mantener separados a los “blancos” y a “negros” era una forma de mantener al pueblo subyugado. (Cf. Nacarino: Carrillo, 2017).
Segundo, el “populismo contemporáneo” se puede identificar en Europa. Vale señalar varios períodos entre los cuales están la Alemania de Weimar y el surgimiento del fascismo. Respecto al primero, la crisis económica, la crisis del parlamentarismo liberal, fueron incrementando la lucha de extremos entre los comunistas o bolcheviques y los de extrema derecha representados por el Nacionalsocialismo. Ambos representaban sectores que se colocaban como la manifestación del pueblo que no había formado parte de. Esto constituyó un campo adecuado para la maduración del fascismo o protofascismos donde el pueblo tradicional, con sus valores, cultura, debía crear un “hombre nuevo” enteramente a disposición de la “nación” y no al revés, hasta el punto que otros seres eran los culpables de la situación de desasosiego y opresión del pueblo, como los judíos en la Alemania nazi. (Cf. Passmore, 2002; Mann, 2004; Gentile, 2004). Acá introduzco una de las tesis que se verá más adelante: el fascismo se da en el momento o fenómeno populismo, pero el populismo no es fascismo ni viceversa.
El populismo europeo es la muestra de lo divergente que puede ser el populismo. Por ejemplo, el populismo moderno por igual se desarrolla más con Margaret Thatcher. (Mouffe, 2018). Margaret Thatcher decide romper con algunos sectores o facciones del momento, tales como los sindicatos, a los cuales indicaba que tenían al gobierno secuestrado y, por ende, al pueblo. En el pulso entre sindicatos y Thatcher, la dama de hierro salió airosa, dando un duro golpe a los sindicatos, separándolos entre ellos (sindicatos) y nosotros (gobierno-pueblo). Nigel Farrage, del partido UKIP, propulsor del Brexit, indicó que la gente decente ganó el referéndum. Por igual Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, por su discurso de intentar acercar al pueblo a la toma de decisiones y sobre decisiones que les impacta directamente, lo cual le ha impedido difícil tener una postura clara sobre el Brexit.
La irrupción de Podemos y Ciudadanos (España) como resultado del 15M ante la “casta” que perdía el toque con el pueblo y que no le permitía al mismo disputar la democracia; en particular Podemos con su posición anticorrupción, antibanca y antineoliberalismo de la Unión Europea. (Cf. Fernández Liria, 2016). Wilders (Países Bajos) y LePen (Francia) enfocan su política, de manifestación populista, en representar al pueblo cuyas tradiciones, “manera de ser” o “cultura” (sea lo que sea que signifique esto) se ven amenazadas. Dentro de las amenazas colocan, entre otras: a) la migración; b) el islam; y c) los efectos de la globalización. Otros en Europa como Víktor Orbán (Hungría) buscan rescatar la idea de democracia para un pueblo, con valores y tradiciones europeas como los valores cristianos; similar a los objetivos del Partido Libertad y Justicia en Polonia, cuyo estudio para determinar si es populista o no queda pendiente.
Este rápido recorrido histórico pone sobre el tapete 4 tesis adicionales sobre el populismo: que el fenómeno populista no es nuevo, que el fenómeno populista no es de izquierdas o de derechas (Cf. Todorov, 2012), que el populismo no equivale a fascismos, y que existe una disputa constante en la definición de pueblo en el marco de un contexto neoliberal que impide su representación. Por cuestiones de espacio, no es posible profundizar más. Pero, si el fenómeno populista se manifiesta – en la actualidad – mayormente en partidos de derecha, extrema derecha o conservadores, no implica necesariamente que el fenómeno es propio de estos partidos. Podemos, el ala demócrata de Bernie Sanders (en cierto sentido), en latinoamerica los Kichners, Correa (Ecuador), Morales (Bolivia) y Chávez (Venezuela) son perfectos ejemplos de populismos de izquierda (Errejón: Villacañas & Ruíz, 2018), sobre todo en la historiografía que vincula catolicismo y populismo latinoamericano (Egio: Villacañas & Ruíz, 2018); aunque quizás es posible (con ciertos matices) rastrear el origen del populismo latinoamericano desde los años 50 con Perón (Finchelstein, 2017).
Como veremos, sea de izquierdas o de derechas, el neoliberalismo, o el fracaso del liberalismo, es el común denominador y sus efectos respecto al “pueblo” no “representado”, así como la existencia de adversarios (Mouffe) o enemigos (LaClau; Villacañas; Werner-Müller) del pueblo que se encuentran el poder. Ante esto, una sexta tesis que se presenta de una rápida visión histórica es que, esencialmente, el fenómeno populista es de oposición. El análisis populista no es igual cuando el partido o la fuerza partidaria llegue al poder. Dentro de esta categoría quedaría por analizar al Presidente Erdogan en Turquía, por igual si el Presidente Trump es parte del fenómeno populista ahora que está en el poder, a quienes he dejado intencionalmente fuera de la panorámica histórica para otra entrega de la serie.