Uno de los fenómenos más interesantes para las ciencias políticas y el derecho constitucional es el populismo. En el curso de esta y las próximas entregas, nos proponemos a realizar un análisis sobre el populismo y un intento de deconstruirlo para comprenderlo y facilitar su estudio, así como distinguirlo de otros fenómenos e ideologías con los cuales puede tener algún parecido.

El populismo debe ser comprendido y estudiado para evitar incurrir en errores del pasado y en errores del presente. Sobre todo, desde la óptica de la Constitución, cuando hablamos de temas como “pueblo” o “soberanía” que son ficciones jurídicas de un estado de cosas que el populismo intenta rescatar sin una finalidad o contenido claro. Un ejemplo adicional de una política y constitución “líquida” no tiene forma propia o se ajusta a las circunstancias de nuestra democracia “instantánea” antes de que los hábitos lleguen a consolidarse (Cf. Z. Baumann, 2006).

El populismo es un fenómeno propio de la modernidad en contra de la hegemonía neoliberal, pero, su concepción puede llevarse más lejos. El populismo es un fenómeno político que tiene como fin romper con las distinciones entre “pueblo” y “élite” o “casta” – en otras palabras: entre los que tienen y no tienen el poder – (LaClau, 2005), donde el vínculo de representación no existe o es deficiente para que las instituciones estatales puedan responder a las demandas de “aquellos”, auto denominados no comprendidos en el estado actual “hegemónico”. Cuando las demandas no pueden ser satisfechas por las instituciones actuales se convierten en reclamos (Villacañas, 2015) que pueden ser llevados por una colectividad agrupada por intereses heterogéneos al margen de aquellas instituciones (Cf. Werner Müller).

Lo esencial del populismo, y que no lo distingue del todo de la realidad de la política constitucional es que es una lucha hegemónica. Esta concepción de la Política nace con LaClau I y Mouffe (1987), con desarrollos posteriores por LaClau II (2005) y Mouffe (2010; 2018). La idea, en mis palabras, que el populismo trata de romper con el estado de cosas que preserva su hegemonía a expensas de otro grupo a quien en el populismo llama “pueblo”. En realidad, el populismo ha logrado derribar lo que representa o representaba una concepción de “pueblo” que asumimos como existente y real pero que no lo es, es decir, el populismo viene a desnudar una serie de discursos vacíos e imaginarios de la estructura neoliberal o neoconstitucional que son empíricamente inexistentes. El pueblo somos todos, pero, a la vez el pueblo es nadie; pero, también son aquellos y al igual somos nosotros. El cuerpo no solo es lo políticamente activo (P. Haberle), el pueblo es consecuencia de la voluntad de poder.   

Esta aproximación del populismo es líquida porque la lucha hegemónica continúa y se transforma antes de cualquier consolidación de este como hábito o estado de cosas, sobre todo para determinar quién o qué es el “pueblo”. En un sistema presidencialista o un sistema parlamentario donde obtiene el poder la representación populista, se convierten en lo hegemónico y el ciclo – parece indicar – tendría a repetirse. Como el discurso populista intenta crear las equivalencias entre los intereses distintos de los sin voz o excluidos, debe hacerlo de modo instantáneo, por lo que usualmente no ve cómo continuar el cuestionamiento populista una vez en el poder y por ello dicho discurso tiende ser amplio y vacío, o muy lleno y restringido (Villacañas & Ruíz, Errejón, 2018). Por ello, como acertadamente sostenía Arendt, el revolucionario de hoy – después de la revolución – es el nuevo conservador (H. Arendt, 2017: 213). Esto puede llevarse a que las anti-élites de hoy, se convierten en la élite del mañana; así con los anti-establishments y los anti globalistas, etc. 

Si existe una primera lección que nos deja el populismo es esta: la democracia es siempre una lucha por el poder, donde nos acostumbramos a las diferencias y luchamos para imponernos contra lo hegemónico existente para ser la próxima hegemonía de conformidad a los intereses bajo los cuales se estructura la noción de “pueblo” contra los de arriba, quienes conforman otra noción de “pueblo” y viceversa. La forma cómo nos imponemos y qué hacemos para mantenernos en el poder y alcanzarlo, así cómo se construye el “pueblo” desde lo no hegemónico hacia lo hegemónico es donde se marca la diferencia entre los distintos populismos existentes en la actualidad.

No todos los populismos son creados iguales, ni iguales son los populismos. Más aún, los populismos constituyen no solo un fenómeno político, sino también una manifestación política de un fenómeno “no populista”. Es evidente que, en democracia, todo partido o movimiento político apela al pueblo y se proclama representante de sus demandas o reclamos; no comenzamos a catalogarlos como “populistas” sino es por su discurso y cuando se convierte en algo más (populismo de izquierda, de derechas, republicanos, anti republicanos, etc.). Como toda herramienta humana, el populismo no es en esencia buena o mala: la valoración viene sino de lo que viene después, es decir, de lo que se hace con el populismo y en qué se convierte.