El populismo es concebido de manera negativa o peyorativa la mayor parte del tiempo, como si tuviera una esencia particular. De hecho, como indicamos en su momento, el populismo no es más que un fenómeno o discurso. Queque en un democracia o república exista el populismo, o nos topemos con un estadillo o momento populista, no es el problema, sino qué se hace con este. También resulta necesario distinguir el populismo de lo que no es populismo. Este ejercicio ayuda a entender más el fenómeno y no incurrir en el error de utilizar el término como una prenda que le sirve a todo.
La democracia iliberal y populismo. La democracia iliberal, término acuñado por Farred Zakaria (Foreign Affairs, 1997), se utiliza la democracia como un instrumento meramente electoral, pero, sin los elementos del liberalismo. La democracia iliberal carece de una adecuada estructura de separación de poderes, protección de derechos –en particular de derechos minoritarios – , asociándola con el ateísmo, materialista e individualista (Müller, 2017). Es usual hablar de democracia y liberalismo como sinónimos; de hecho se asume que cuando se habla de democracia se habla de liberalismo y viceversa, pero esto no es necesariamente así (Cf. Freeden, 2017). La democracia puede prescindir del liberalismo como el capitalismo puede prescindir de la democracia (N. Klein, 2007). El populismo no es una democracia iliberal ni liberal, es un discurso o un modo de hacer política que puede funcionar en ambas, es decir, puede vigorizar lo liberal o iliberal dependiendo de las circunstancias. Es posible que el estallido populista pueda darse en el surgimiento o consolidación de la democracia iliberal, para consolidar la imposición de valores no liberales anticapitalistas, cristianos, como ocurre en Hungría.
El autoritarismo y el populismo. El populismo tampoco es autoritarismo. El autoritarismo impone su autoridad que puede tener algo de populismo en el hecho de la imposición. El autoritarismo se apoya en la distinción entre amigo y enemigo. Concentra la autoridad para sí, sea mediante la violencia o por medio de democracia autoritaria, bien porque es el representante unitario del pueblo o como consecuencia de la megalomanía. El autoritarismo no es populismo, pero el autoritarismo puede aprovechar el estallido populista para concentrar su poder o apoyarse en un discurso populista por circunstancias que solidifiquen su poder, en particular la modificación o manipulación institucional para consolidar la autoridad. En la medida que se señalen los enemigos del pueblo, el autócrata se vale de esta superioridad político-moral de llevar a cabo este señalamiento y ahondar en la división del tejido social. Ciertos movimientos populistas tienden a degenerar en autoritarismo en la medida en que concentran el poder y se imponen sobre la institucionalidad, como el único que puede llevar a cabo la misión. Este es particularmente el caso de la administración Chavista después del intento de golpe de Estado cuando la concentración de poder fue una solución para preservar su hegemonía; como bien el gobierno de Erdogan antes y luego del fallido golpe de Estado, como la consolidación de su autoridad por la modificación constitucional de entonces.
(neo)Fascismo y populismo. El populismo tampoco es fascismo o neofascimo, aunque Federico Finchelstein considera lo contrario (2017), pero no es del todo correcto como tampoco el Ur-Fascismo de Umberto Eco. Aunque dentro de los estudiosos del fascismo existen dudas sobre sobre una definición plena de éste, es posible distinguir una definición mínima (Passmore, 2014) y distinguirla del populismo. El fascismo es una conducta política que utiliza la violencia como redención ante la impuridad política socialista liberal y recuperar la energía, unidad y pureza de la nación, donde el individuo no es sino un objeto o sirviente de la nación, la cual totaliza su existencia para evitar la humillación o decadencia de la comunidad (Paxton, 2004; Passmore, 2002; Mann, 2004). Pero, independientemente de que el populismo se incline por una democracia republicana o una democracia iliberal, el populismo usa para sí la democracia como forma de alcanzar o disputar el poder, con los de arriba o con los enemigos o adversarios del pueblo. El populismo no equivale al uso de la violencia e instrumentos antidemocráticos para alcanzar el poder, mantenerlo, disputarlo o como herramienta de mantener al pueblo o depurarlo, así como a la violencia y los instrumentos antidemocráticos que son propios del fascismo, pero que ciertos grupos quizá proclives al fascismo se han valido del discurso populista como otra forma de hacer política (F. Finchelstein, 2017), como Golden Dawn en Grecia. Además, la colectividad de las demandas bajo el populismo es distinta bajo el fascismo, donde se agrupan en las condiciones del líder en pro de la nación como un todo, donde no hay individualidad, pero sí el culto de personalidad de quien mantiene la unidad nacional gracias a la lealtad del resto.
Nacional populismo y populismo. Quizá la más complicada de las distinciones es la del populismo con el nacional populismo. Pero, como en su momento argumentamos, el nacional populismo es una de las formas en que el fenómeno populista puede emerger, particularmente en la extrema derecha contemporánea. Muchos movimientos o partidos de extrema, o con ciertas vinculaciones fascistas, no denuncian la democracia como instrumento para alcanzar el poder y apelan al electorado contra el enemigo interno o global que los asecha, poniendo en peligro a la nación (Passmore, 2002). Al buscar una redefinición popular de su ultranacionalismo o política de extremos -ante los efectos propios de las sociedades modernas, el capitalismo salvaje y el multiculturalismo para no caer en el fascismo o ser electoralmente más tolerables (piense en el partido de Marine Le Pen en Francia)-, se utiliza el discurso populista. En ese sentido, el nacional populismo usa el discurso populista para revitalizar línea amigo – enemigo en lo étnico, económico, cultural, nacional y social sin renunciar a la democracia, pesar de la violencia verbal y capacidad divisoria.
El populismo no equivale a una democracia iliberal, autoritarismo o fascismo, aunque no impide que dentro de estos fenómenos concurra el estallido populista o que el movimiento populista pueda calar para promover los objetivos de estos elementos. Es perfectamente válido observar el populismo tanto en una democracia como en un régimen autoritario, así como un régimen democrático que degenera en un autoritarismo democrático populista iliberal. Todo depende de cómo se lleva a cabo el argumento populista, en relación con los objetivos a los cuales el movimiento o partido político aspira, ya sea desde la oposición como desde el poder. Todo dependerá de cuáles son las demandas, cuál es la noción de pueblo, quiénes forman parte de él, si existen enemigos o en realidad son adversarios, la lucha con los de arriba, contra la hegemonía, si esa lucha beneficia al pueblo o no lo hace; o bien si el pueblo es instrumental. Estas características no son esenciales ya que el populismo puede variar de muchas formas. No todo populismo es igual, menos aún, si lo queremos ver en un vacío.