Uno de los temas más importantes y actuales en la agenda mundial es el avance de la ola populista generada por el descontento que existe entre los ciudadanos con el status quo. El sociólogo norteamericano Edward Shils describía el populismo como  “una ideología de resentimiento contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente de antigua data, de la que supone que posee el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo o la cultura.”

Los ciudadanos se sienten abandonados a su propia suerte por los cambios que han traído las nuevas tecnologías, la globalización y la inequidad, sin olvidar sociedades que como consecuencia de esto se han vuelto mucho más diversas y menos equitativas. Se ha creado entonces, el problema del desinterés del pueblo en la política tradicional y la continua añoranza de un líder que les conoce. Como el populismo se traduce en  vox populi, cualquiera con una opinión diferente habla en nombre de “intereses especiales” o casi siempre en nombre de la llamada élite.

En nuestros días, tanto en Europa como en Estados Unidos, los políticos que apuestan al populismo, explotan estas preocupaciones identificando en los refugiados, inmigrantes y minorías en general o en instituciones como la Unión Europea la fuente de todos los problemas que aquejan la sociedad.

Lamentablemente, el populismo y sus efectos no es una ficción, la situación actual en países como Hungría, Venezuela, por mencionar solo algunos, nos demuestran las consecuencias del populismo cuando toma control absoluto de un país.

No podemos dejar de mencionar, que una de las primeras casualidades de este movimiento, son los derechos humanos, necesarios para poder limitar el poder de los gobiernos de atropellar su propio pueblo. El populismo permite que los derechos de los otros sean sacrificados, mientras los propios permanecen intactos, sin profundizar en el riesgo que significa otorgar ese poder.

Cas Mudde, politólogo holandés dice que el funcionamiento de las instituciones en una democracia es un balance entre la democracia popular y el elitismo liberal y que por lo tanto estas instituciones son parcialmente democráticas. Esto requiere que se otorguen poderes a instituciones que no fueron elegidas pero que son necesarias para el funcionamiento de una democracia y que va en contradicción de la voluntad popular.  He aquí el caldo de cultivo de los populistas.  Mudde, escribió además que el “populismo es una respuesta democrática no liberal al liberalismo no democrático

En la mente de los populistas, los que están a cargo traicionaron la confianza de quienes los eligieron, tomando en cuenta solo sus intereses personales o del grupo al que representan. En consecuencia, el poder del pueblo tiene que ser restaurado. Las elites tienen que ser remplazadas por un líder carismático que pretende entender el sistema y que engloba la voluntad popular. Es así como este líder logra desdeñar todos los procedimientos democráticos complicados, encontrando solo en los instrumentos de democracia directa, la respuesta a los problemas.

El populismo, en principio, puede aparentar ser democrático, pero el camino hacia él puede lograr que se debilite la democracia o que peor aún, acompañado de otros factores, como el económico se convierta en autoritarismo.

No existe una solución a la ola populista, la respuesta puede encontrarse sanando la democracia representativa, resolviendo los retos que aquejan la sociedad, identificados correctamente por los populistas y que han sido obviamente olvidados por los partidos tradicionales, logrando así dar respuesta a estos desafíos desde el sistema político “tradicional.”