En la serie que venimos desarrollando sobre el populismo, se cuestiona la idea de que el populismo tiene una determinada esencia (liberal, iliberal, autocrática o democrática) y admitir que es más bien una forma de hacer política. La política es flexible ante los constantes cambios, el populismo no está ajeno a esto. Contrario a la idea predominante de que el populismo per se es autoritario y anti-democrático, a lo largo de la serie se expusieron los problemas de este pensamiento sobre todo si vivimos en un sistema basado en la voluntad popular, sin importar el nivel de ficción de esto. Los partidos y movimientos políticos no apelan al pueblo sino a “un pueblo” (Fassin, 2018: 78). Si el estallido populista trajo algo de interés es que nos ha permitido recobrar la defensa de la política.

Como bien sostienen Muddle y Rovira (2017), existen una serie de factores y contextos que son los que determinan la existencia del populismo, por lo que puede operar como reactiva de la democracia o contra-democracia. Esto confirma que el populismo no es necesariamente una ideología, pero, más bien, como mencionáramos anteriormente, una forma de hacer política que sirve de estructura para ideas  que se ajustan en cada uno de los niveles del espectro político. El populismo es una forma de hacer política, no un tipo de política, por lo que para hablar de populismo “y comer pescado” hay que tener mucho cuidado.

Con todo lo que ha traído el  uso de populismo como forma de hacer política, en particular los hartos fracasos, el populismo presenta una innegable utilidad. La utilidad del populismo es la defensa de la política. Entendemos por política es todo aquello que resulta de las voluntades que se encuentran y se imponen en ese terreno denominado “lo político”, que luego se traduce en políticas públicas, en reglas jurídicas, etc. Mantener vivo lo político para que la política siga surgiendo, y responder a lo que el ganador de las elecciones entiende conveniente, es esencial no solo para los ganadores, sino para que los perdedores puedan competir. Por igual, defender la política significa tener el terreno donde se actúa para mantener a la oposición, cuyos intereses consideremos, no apropiados fuera del poder (por ejemplo a los antidemocráticos y antirepublicanos).

La defensa política es más necesaria donde cada vez nos obligan a ceder incondicionalmente a los expertos, o personas en las oscuridades que no participan en la política ni son objeto de la misma, e irresponsables. El neoliberalismo hipotecó la política – en particular la liberal – y la condenó a una bomba de tiempo donde la ultra derecha/izquierda y la ultra nacional populista se aprovechan de una tensión que terminan por perjudicar la institucionalidad conformada por el delicado pacto entre democracia y república.

El estallido que en lo político produce el populismo es que expone que la democracia está “amañada” a un consenso donde no se toman en cuenta al “pueblo”. Para los críticos, esa democracia se encuentra “amañada” porque no consideran” el abanico de las visiones del mundo sometidas a debate y la alternancia no es lo bastante amplia, porque sus ideas no se admiten allí” limitando así “el pluralismo a una variedad de opiniones que a sus ojos son muy estrechas” (DelSol, 2015: 116).

El consenso de Clinton (EEUU) y Blair (Reino Unido), en su tercera vía, excluyó el resto de las vías, las vidas y reclamos de los abajo hacia arriba; puso trabas a la continua e indetenible movilización socio-constitucional que procura una idea de igualdad, libertad y justicia. En otras palabras, la democracia – como instrumento de la voluntad de poder – se convirtió en un símbolo, no de progreso sino de un estado donde no existe una verdadera alternancia, disputa y respuesta, lo cual denunciado por la oposición también por populistas. La diferencia entre estos últimos radica en cómo sus críticas se llevan a cabo.

Para el populista existe el sentimiento de que han sido “timados por un monopolio disimulado bajo un discurso pluralista, y por tanto lo que piden es un pluralismo de hecho, que les permita existir. No se puede decir pues que esos movimientos deseen salir de la democracia ni borrarla: lo que desean, por el contrario, es entrar” (DelSol, 2015: 117). Para los opositores del populismo , en democracia, el movimiento populista no piensa actuar conforme a las reglas que ellos quieren o que piensan actuar como ellos entiendan. Pero, aun planteándose esta disyuntiva, el antipopulista trae con su crítica un problema de fondo: su desconfianza con “los pueblos” que componen “el pueblo”, independientemente si el populista apela al pueblo en términos sinceros o como mero instrumentos.

El populismo es esencialmente democrático y por ello es una defensa de la política. Contrario a Muddle y Rovira, el populismo no es esencialmente antipluralista o antinstitucional, puede llegar a serlo en su dimensión antidemocrática y antirepublicana como argumentamos en otro momento. El estallido populista puede dar pie a que el consenso sin conflicto o de tercera vía se derrumbe ante los que están excluidos o a aquellos a quienes se les vende la idea de que el éxito de otros redunda en el éxito de los demás. Asumir la democracia como disputa por el poder, se trata de asimilar o traer a ese pueblo excluido o sin voz en la discusión política para que también rinda en beneficio de estos, no así de la élite, jugando así el populismo un rol positivo (Muddle y Rovira, 2017).

Es fácil caer en la idea de que el antagonismo, conflicto o lo adversarial de la política solo es propio del populismo. Pero, existen movimientos o partidos no populistas que adoptan formas populistas para actuar políticamente, es decir, como sostiene Müller, es posible hablar en clave populista, pero, sin serlo (Werner Müller, 2017: 75 et seq.).

La defensa de la política que el populismo presenta tiene como consecuencia una reacción contra o por el populismo; es que no solo los expertos tendrían voz y voto, también rompería la idea de elitismo que tiende por excluir a los que no pertenecen a la élite ya sea económica política, social o educativo. La defensa de la política es recuperar el derecho de los derechos que es participar; la defensa de la política es disputar la democracia en democracia, para la democracia y por la democracia.

Hay que defender la política porque ella es la solución o por medio de ella se pueden articular lenguajes y triunfos del liberalismo democrático republicano. El populismo es política que resulta de lo político; y si le dejamos la política a los otros técnicos que nos someten al juego político, entonces, no podemos disputarla. Obvio, la promesa democrática depende de la delegación, pero, contrario al gobierno tecnócrata y de la demagogia que no confía en los otros, el populismo cumple con su premisa democrática, sobre todo si pacta con la democracia republicana (Villacañas, 2012, 2018; Innerarity, 2002).

Defender la política implica aceptar la democracia más aún, aceptar las derrotas por más difíciles que sean. El problema no es el populismo sino lo que se hace con el populismo. En otras palabras, más que enfocarnos en el populismo como tal, porque en una democracia siempre buscaremos apelar al pueblo en contra de adversarios y enemigos, es saber para qué llega y como qué llega, es decir, es una cuestión de tiempo, lugar y forma. Solo bajo esta perspectiva, me parece, podemos juzgar el estallido populista y a partir de allí colocarle apellidos al populismo. Los críticos acérrimos del populismo al margen del análisis propuesto omiten el punto determinante que el populismo exacerba la democracia y con más democracia podemos disputarla.

En el imperio actual de los expertos, la burocracia neoliberal y el distanciamiento gente – gobernantes, no se disputa la democracia y nos acomodamos a esta inercia. El estallido populista rompe la burbuja para recordarnos por qué participar, qué esta en juego y por qué hay que disputar la democracia. Sea de derecha o izquierda, al suceder esto existe una disputa por ese pueblo que no conforme con el sistema imperante desea ser políticamente incorrecto proponiendo una nueva forma de corrección política. Los que nos molesta de esto, me incluyo por igual, es que muchas veces producto de este despertar democrático que en una primera instancia trae el populismo, es que se nos hace tarde para prevenir al nacional o ultra populismo de tomar el poder. Por ello, defender la política es defender la democracia y la república que evita que una facción u otra pueda erigirse como dueña de la totalidad (Cf. Innerarity, 2002)