Leyendo la noticia atribuida a la Agencia Efe en la cual Haití pide a República Dominicana no maltratar a los haitianos, evocamos a Popea, pintor de brocha gorda y primer inmigrante de esa nacionalidad que nuestra memoria infantil registra.
Entrado en años, alto, simpático, con su gorra de piel teñida de tonos diferentes, siempre estaba celebrando nuestras "salidas" y bromas. Al percatarse del cambio de la última letra de su apodo que con picardía pronunciábamos, le decía a nuestra madre con atildado acento: "E’te muchacho e' la lel!".
Eran épocas en que no se veían tantos "vecinos" en nuestras calles y barrios. Pero nunca lo vimos con ojeriza o temor y sabíamos que ocupaba una casucha a la vera de una cañada camino del estadio deportivo, en donde mi padre lo encontraba para contratar el trabajo de pintura de la casa de cuando en cuando. Popea se nos perdió en el tiempo pero queda su recuerdo grato.
Ahora que estamos leyendo "El placer de vivir" del columnista, pensador y filósofo francés André Comte-Sponville, nos sorprenden sus acotaciones sobre la inmigración, un tema que ha tomado relevancia en los países desarrollados, por el flujo de grandes segmentos poblacionales buscando mejoría económica y calidad de vida.
Dejemos que sea el mismo pensador que nos introduzca en sus cavilaciones: "…¿en qué medida un pueblo tiene derecho a defender su identidad, su seguridad o su comodidad contra lo que percibe –con razón o sin ella, quizá con razón y sin ella- como una amenaza por parte de lo extranjero, o de la miseria?"
Y continúa expresando: "…se abrirían las fronteras, se acogería a todos los hambrientos, a todos los oprimidos, y Francia pronto se disolvería o se desmoronaría en el paro, la miseria y la exacerbación de las tensiones étnicas, religiosas o culturales".
"Un pueblo no es una realidad biológica; es una realidad cultural. No existe por la sangre; existe por la memoria y por la voluntad. Los hombres no son prisioneros ni de sus ancestros ni del color de su piel. El único soporte real es el conjunto de costumbres, de valores, de tradiciones, de comportamientos, de sueños, que los etnólogos denominan una cultura y que para cada pueblo no es más que su identidad y su alma."
Y es categórico al citar a Lévi-Strauss: "Cada cultura se desarrolla gracias a sus intercambios con otras culturas. Pero es necesario que cada una oponga cierta resistencia, si no, muy pronto, ya no tendrá nada que le pertenezca propiamente para intercambiar."
Este pensador tiene un sentido de lo justo que ya quisieran para sí muchos de nuestros políticos del patio. Precisamente Guillermo Moreno declaró en días pasados: "El Estado Dominicano está en un proceso de disolución que se expresa porque en el campo la mano de obra extranjera aumenta cada día, mientras se produce un desarraigo y abandono del territorio nacional por parte de los dominicanos."
Dos de nuestros hijos siempre argumentan a favor de los inmigrantes de otras nacionalidades que vienen en busca de mejor vida. Nos encaran el maltrato a que son sometidos y enfatizan que somos un país de emigrantes. Yo les recuerdo que también somos objeto de maltrato en otras latitudes y les pongo varios ejemplos propios y ajenos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que los nacionales haitianos han formado familias en nuestra tierra con parejas dominicanas y muchos estudiantes vienen a perfeccionar sus especialidades en nuestras universidades y son acogidos sin diferencias en las distintas comunidades en que interactúan.
Somos conscientes de la tragedia del pueblo haitiano. De sus problemas políticos ancestrales, de su "gran pecado" de haberse independizado de la potencia francesa a comienzos del siglo 19, de la hambruna y de las secuelas del terremoto y del fracaso de los planes de recuperación.
Pero revisando las causas del éxodo y reflexionando en las recomendaciones de las potencias económicas que han ofertado ayuda sin asumir responsabilidades efectivas, esas que miden con diferente rasero, nos preguntamos si tendríamos nosotros como país pobre que asumir unilateralmente esa problemática.
Evocando a Popea y las declaraciones de las autoridades haitianas con las tensiones y el descontento que se producen a ambos lados de nuestra virtual línea fronteriza, nos resta desear que algún día, más temprano que tarde, se afronte con voluntad política, sin miedo al chantaje internacional y de manera responsable, lo que podría convertirse en un problema de proporciones insospechadas. O lo que resultaría peor, en la disolución de una de las dos naciones en desmedro o provecho de la otra.
El tiempo hablará.