A propósito de la información publicada en los medios de comunicación en éstos días, de la iniciativa de las autoridades de regularizar el registro de nacimiento, se hace recordar el siguiente articulo: “Póngame Cualquier Nombre”, escrito en febrero de 2007, que dio evidencias de la grave falta de conocimiento, tradición, disciplina y rigurosidad de que los nacidos en el territorio dominicano no estén inscritos en el registro civil.
Si bien es cierto que hay suspicacia, porque en este periodo pro-eleccionario, las autoridades se abocan a iniciar el otorgamiento de actas de nacimiento; pero este desacierto ha sido desde siglos pasados.
En este terruño nuestro y a todos los niveles de la sociedad ha habido activistas políticos, y otros desfalcadores y los que engañan con documentos falsos en los partidos políticos, timadores en los colegios electorales, tramposos en embajadas y consulados, o con ceros añadidos a los números de los votos en una elección.
La evidencia que se quiere señalar es de una joven mujer de semblanza triste, mirada perdida y llorosa, que va a la clínica rural de su paraje por segunda vez en dos días. La enfermera pide su nombre, pero el mismo no coincide con el del día anterior ni con el mote con que se le conoce en la comunidad. La escribiente le reclama y la paciente responde con brusquedad: “póngame cualquier nombre, porque yo no tengo cédula. No tengo acta de nacimiento, no tengo ningún documento. No soy nadie.”
Ella no tiene cédula, ni tampoco sus hijos, ni su compañero conyugal, ni su padre, ni su madre, ni los abuelos. Todos ellos viven, pero no tienen existencia cívica ni legal en el territorio dominicano. Los ascendentes de esta familia han vivido en esa comarca desde los tiempos de los esclavos alzados. El Estado dominicano no se percató de esta inusual condición de moradores centenarios en la Provincia Peravia, cerca de la Benemérita Ciudad de San Cristóbal y en gran parte del Sur del país especialmente. Allí viven todavía familias como en el siglo XVII.
Sin embargo, a pesar de lo dicho en el párrafo anterior, en días pasados se hizo público lo que muchos sabían o se imaginaban: que hay más de un millón de documentos falsos en posesión de individuos sin escrúpulo, y se dice en forma escurridiza que éstos fueron adquiridos de manos de activistas políticos, personeros del bajo mundo o empleados en oficinas gubernamentales que asiduamente son vendedores de papeles cuasi-oficiales.
La joven mujer que daba pluralidad de nombres en el consultorio de una sección de San Cristóbal, no puede ser acusada de falta de ética- moral cuando dijo con mucha rabia: “póngame cualquier nombre, porque no tengo cédula”. Recalcamos ahora como lo hizo el profeta y maestro Jesús: “Los que tienen oído, oigan”. (San Mateo 13:9)