Imprecisiones capciosas, falsedades manifiestas y maliciosas exageraciones imperan en las campañas políticas de nuestros partidos, aparte de las habituales demagogias baratas y promesas incumplibles. Y es que hacer propaganda electoral basada en ataques al partido opositor o al líder rival, no es el mejor ejemplo de ética. Digo yo…
En una tertulia literaria se contó una anécdota que me provocó una inquietante reflexión y una inevitable comparación con situaciones cotidianas del ámbito político, aunque también del artístico, laboral… incluso del personal en nuestra sociedad.
Al parecer, Frédéric Chopin abandonaba Polonia antes de que fuese invadida por Rusia. Muy virtuoso con el piano trató de dar algunos conciertos en Viena con poco éxito porque entonces, estaban de moda los valses de Strauss. Viajó a París y allí empezó a relacionarse con la intelectualidad de la época. Balsac, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Floubert… Al famoso compositor austriaco, Franz Liszt lo conoció luego de un concierto y entablaron excelentes relaciones. Chopin era reservado y delicado de salud, mientras que Liszt era, extrovertido y robusto.
En aquella época bohemia de tertulias y vida nocturna, se frecuentaban las reuniones en mansiones de la nobleza donde se daban conciertos improvisados para los asistentes. En una ocasión Liszt llevó a Chopin a la casa del Barón Casimir Dudevant. Y antes de dar un espectáculo pidió apagar las lámparas para degustar mejor en la oscuridad su interpretación. Cuando estaba acabando su “nocturna” todo el mundo miró hacia la entrada del salón donde a la luz de un candelabro entraba el propio Liszt, dirigiéndose solemnemente hasta el piano donde quien en realidad tocaba era Chopin para sorpresa de los asistentes. Lo repitieron en varias ocasiones suplantándose el uno al otro indistintamente.
Si Liszt hubiera sido algo mezquino no habría introducido y promocionado al joven talentoso en sociedad, ya que este bien hubiera podido hacerle sombra, relegarle o incluso quitarle trabajo; sin embargo, le permitió que brillara a su lado.
Esta anécdota induce a pensar que el que tiene talento o valía, no necesita brillar en exclusiva, tampoco opacar o temer que otros le opaquen porque la capacidad, la seguridad y la voluntad se anteponen a sentimientos egoístas y a actitudes cicateras. Lo que pone de manifiesto que en general no debería ser preciso eclipsar y mucho menos denigrar a alguien para brillar tal y como nos tienen acostumbrados nuestros políticos.
Dónde estará el político que en vez de peyorizar a sus opositores, exalte sus virtudes
Dónde estará el político que, parafraseando a J. F. Kennedy, se pregunte “qué puedo hacer por mi país, en vez de, qué puede hacer mi país por mí”.
Dónde estará el político electo que invite a formar gobierno a los más capacitados sin importar de qué partido sean, tal y como intentara Juan Bosch allá por el 1963 cuando se proclamó presidente de la República.
Dónde estará el político que anteponga “el proyecto de país” a los intereses partidarios y aún a los personales.
Dónde estará el político que solo prometa en campaña lo que honestamente sea capaz de cumplir.
Lamentablemente, políticos así brillan… pero por su ausencia. Por lo visto prefieren el descrédito ajeno, evidenciando fallas o carencias de sus opositores, a centrarse en sus propias posibilidades
Tal vez nuestros políticos… deberían aprender de Liszt.