Pueblos, naciones e imperios permanecen en la memoria de los hombres, en buena medida, gracias a la labor de sus artistas y escritores. La recurrencia de Grecia, Roma, Alemania y España, Francia e Italia, entre otros, en nuestra mente guarda una estrecha relación con los logros y quehaceres de sus artistas. Sin embargo, ese mérito, ese legado no siempre es correspondido con el trato adecuado por sus países de origen o de elección.

Los políticos, por falta de sensibilidad o por desconocimiento, muchas veces no comprenden la naturaleza de lo que hacemos, o de lo que hablamos los artistas.  Pero solo hay que mirar hacia atrás para percatarse de que la historia de la humanidad se cuenta precisamente a partir de los vestigios artísticos dejados por nuestros antecesores.   Desde la aparición del hombre hasta el presente, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, el teatro, la danza, la artesanía, la escritura, han sido una condición inseparable de los seres humanos.

Los artistas somos obreros esenciales en la configuración del mundo, como dioses para los hombres puesto que, a través de nuestra magia, los poseemos. No soy escritora, ni periodista, ni comentarista, ni política. Soy bailarina y maestra de ballet de larga data, y desde ésta mi particular condición, quiero enviarle un llamado a la clase política en general y, muy especialmente, al nuevo Presidente de la República, Lic. Luis Rodolfo Abinader Corona. Alzo la voz en nombre de todos los artistas e intelectuales del país, pues ya esta bueno de permanecer callados.

Tal parece que no tenemos dolientes en este país. No podemos dedicarnos al cultivo de nuestra vocación de manera privada, en razón de que al empresariado dominicano, salvo determinados capítulos de sus propias corporaciones, dirigidos y controlados por ellos, y manejados conforme a sus particulares criterios y orientaciones, no les interesamos. No nos ayudan, nos dan la espalda. No entienden la misión que desempeñan el arte y la cultura para el país.

Pero más lastimoso resulta darse cuenta de que lo mismo está ocurriendo en el Estado. Es insostenible que los artistas, intelectuales y académicos tengamos que incursionar en política para poder asegurar una posición en la administración pública, o acceder a un puesto de trabajo en las áreas artísticas de nuestras especialidades, y de ese modo disponer de los ingresos básicos para la subsistencia y cumplir con los compromisos cotidianos elementales, como pagar la renta, agua, luz, comprar comida, etc.

Nuestros gremios se reducen cada día más, porque las políticas gubernamentales referentes al sector son muy exiguas, sin propósitos claros y castrantes de los nuevos talentos, llamados a garantizar el necesario relevo generacional. Sin embargo, tenemos que estar allí, con uñas y dientes para defender nuestro espacio. Para evitar que termine de sucumbir, y desaparezca definitivamente.  Debemos estar ahí, muchas veces sin querer, con el propósito de asegurar la posibilidad de derramar nuestro talento, con la esperanza de que sirva de alimento espiritual a los dominicanos.

En la República Dominicana, somos un puñado mínimo de artistas, apenas unos pocos cientos, y cada vez seremos menos si persisten las condiciones actuales.  Si nos comparamos con la totalidad de los diez millones de dominicanos, mal contados, el número es lamentable. No buscamos prebendas, buscamos mediante nuestro trabajo el sustento para poder dar vida espiritual a nuestro pueblo, y al Estado no se le quiebra el presupuesto por garantizar la permanencia de los artistas en el Ministerio de Cultura.

Vamos, señor Presidente, es mucho el trabajo que falta por hacer en el ámbito cultural y artístico en todo el territorio de la Nación.  Es tiempo de sumar, no de restar ni excluir a nadie. Póngale término a la cacería oportunista del momento. Déle oportunidad a todos los artistas e intelectuales que estén dispuestos a colaborar y a dar lustre a su gestión gubernamental. Abra las puertas del Ministerio, que es la casa de todos nosotros.

El Estado tiene la obligación de cuidar de sus artistas y de sus intelectuales, y la potestad para establecer mecanismos que preserven nuestras vidas, de manera que pueda seguir el legado de transmisión y de formación de eso que se llama arte y cultura, para garantizar la supervivencia de sus hombres y mujeres de talento, que, por demás, somos los reales embajadores del país para el mundo.