En la provincia china de Shaanxi, descubrieron en 1974 más de 7.000 estatuas que representaban a un impresionante ejército de guerreros y caballos a tamaño natural, de unos 6 pies de altura, conocidas como los Soldados de Terracota. Fue el emperador Qin quien las mandó producir hace unos 2.270 años para seguir al frente de su ejército cuando este desapareciera de de sus dominios terrenales. Hoy son consideradas  patrimonio de la humanidad y las visitan decenas de millares de curiosos e investigadores de todo el mundo.

Uno considera que al vivir aquí, en este pedazo de preciosa isla, tenemos la enorme suerte de que no nos hace falta viajar tan lejos para ver un espectáculo igualmente singular. Basta con observar a nuestros funcionarios, que si bien la mayoría no están vestidos de guerreros con sus espadas, lanzas y escudos, ni alcanzan todos los 1.80 metros de estatura, en lo que se refiere a los resultados de servir con eficacia a sus ciudadanos dan la sensación de estar están tan quietos como esas figuras de tierra cocida.

De que no avanzamos, no avanzamos como debiéramos, y aún retrocedemos como un cangrejo asustado frente a un turista playero en cosas básicas que en otras naciones del mismo o menor tamaño que la nuestra, y con índices económicos similares, ya las tienen superadas, y esto no son palabras insidiosas sino un hecho fácil de constatar. Ahí están la recogida de basura, el suministro de energía eléctrica, la educación básica, media o superior, el castigo a la corrupción en cualquiera de sus formas, el combate a la violencia tan amenazante que sufrimos o la erradicación de la pobreza que nos ahoga, por poner sólo media docena corta de un centenar de ejemplos que podríamos traer rápido a colación.

En muchas cuestiones vitales para el desarrollo no nos hemos movido apenas, o sin apenas, en las tres, cuatro o cinco décadas pasadas, como si en vez de un país en marcha fuésemos un árbol sembrado en el mismo lugar para toda la vida. Estudios internacionales lo demuestran, por más que se empeñen en decir son campañas tendenciosas hechas para perjudicarnos. Ahí estamos en matemáticas, en gramática, en transparencia y en tantas cosas más, en los asientos de atrás, como los enamorados en los cines. Demasiadas veces tenemos los mismos problemas recurrentes o agudizados por la propia dinámica social, pero no encontramos o no queremos encontrar las soluciones correctas ni oportunas para resolverlos, y que de seguir en esta situación de inercia, acabará por envolvernos como una pitón lo hace con su presa para engullírsela después.

Entre muchas causas, cabe destacar la pasividad ancestral que tienen nuestras autoridades que para lo que les conviene, son sordas, ciegas,  y sobre todo y en este gobierno, mudas,  pues en demasiadas ocasiones hacen caso omiso a lo que se les sugiere o solicita, a no ser que se les ponga muy entre la espada y la pared -la cementera de Los Haitises y el famoso 4%, son buenos ejemplos de tozudez oficial- bien sea porque les falta la necesaria voluntad política, o por no estar suficiente capacitados para las tareas que les encomiendan o porque dedican más tiempo y esfuerzos a sus asuntos personales que a los oficiales. Pero no hay mal que por bien no venga, como dice el refrán, pues ya podemos competir con ventaja frente a los chinos.

Si ellos tienen estáticos soldados de terracota, nosotros poseemos también  inmóviles políticos de terracota, pero de carne y hueso, y además vivitos y coleando. Un fenómeno único en el planeta mucho más interesante como atractivo turístico y, sobre todo, científico. En algo teníamos que ser los primeros. ¡Ya era hora!