En República Dominicana las dos actividades que concitan mayor participación del pueblo son la pelota y la política, pero hay una diferencia fundamental; en el baseball las reglas son respetadas y en política manipuladas.

Para muestra un botón: la política es una actividad muy dinámica, en la cual se cambian las reglas, conforme al interés del incumbente de turno. Es muy diferente a las reglas de un partido de pelota, donde se conoce de antemano, cuántos jugadores tendrá cada team o equipo, cuáles serán sus posiciones, qué pasaría si se suspende el partido por lluvia, cuándo una anotación es válida o no, y al término del último inning se declara ganador al equipo que está arriba y se termina el juego.  Ahí hay reglas y se cumplen!

La política sin embargo, se parece a los carnavales chinos, donde muchos portan la máscara del dragón, a sabiendas de que, debajo de cada máscara hay un individuo con cabeza, cuerpo, pies y manos, aún así la concurrencia en una especie de autoengaño, disfruta del colorido, sonidos, trucos y animaciones.

Así acontece con los actores políticos del momento y de siempre, nos entretienen con sus máscaras hasta cuando les conviene pero “trastornan” las reglas del juego democrático, para lograr sus objetivos. Tal aconteció con la Reforma Constitucional, que según miembros participantes, las voluntades faltantes, fueron negociadas, compradas y hasta hubo querellantes. Las negociaciones en política, son deseables y hasta recomendables, pero las compras de voluntades, son insanas por partida doble, malo por quien propicia la compra y peor por quien las acepta.

La compra de voluntades encarece aún más la reelección, que ya de por sí es muy cara, aunque sea con el dinero del presupuesto; y sólo el déficit fiscal cuantificado a posteriori, nos dará una idea de la cuantía del despilfarro, aunque ya no sea tiempo de poner los remedios correspondientes.

Dado que el proyecto reeleccionista, sólo persigue la prevalencia y fortalecimiento político-económico, del grupo gobernante en contra del grupo desplazado, es evidente que los intereses de la nación no serán tomados en cuenta nuevamente. Ante esta situación tan obvia, cabría plantearse las siguientes interrogantes: Debemos reelegir un Presidente que no combate la corrupción? Debemos reelegir un Presidente que afianza la impunidad? Debemos reelegir a una camada de funcionarios, que ya lucen agotados en el desempeño de sus funciones? Y por si fuera poco, un Presidente mudo, que no le dice al pueblo lo que piensa.

Todas estas interrogantes, podrán ser contestadas por el pueblo, siempre y cuando a la Junta Central Electoral no se le instruya, como en el pasado, “declarar” el ganador desde el primer boletín, como parte de las condiciones de la reelección.