Los dominicanos nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos como políticos. Ojalá pudiéramos decir lo mismo en cuanto a la educación, que desde la cuna hasta el féretro exudamos educación. No hay buena educación sin una buena política de Estado y nuestras irrebatibles deficiencias educativas reflejan más que cualquier otra carencia nacional la ineficacia de nuestra política.
El meollo en nuestro penoso desempeño educativo es la ausencia de una filosofía educativa. Hemos sustituído el espacio que le pertenece a la filosofía educativa por la política, siendo ésta el mortífero elixir libado por ministros, técnicos, administradores, directores, maestros y hasta por los mismos estudiantes de la carrera educativa.
Una filosofía educativa justifica los propósitos de la educación. Una filosofía educativa sólida facilita que los propósitos sean ejecutados en todos los niveles del sistema. Si fundamentamos toda ejecutoria en la filosofía educativa ideal obtendremos claridad de propósito. Cuando esa filosofía educativa no existe las ejecutorias se fundamentan en lo político y en lo mediocre. Es por ello que si al final del camino educativo observamos resultados tan negativos, podremos trazar los pasos en reverso y pasaremos por procesos, ejecuciones, ideas, formaciones y expectativas que no se corresponden con una filosofía educativa sólida, clara, relevante y efectiva. Terminamos mal porque empezamos mal y lo peor de lo malo es la carencia de un norte filosófico, un enmarcado de teorías, prácticas, métodos y ejecutorias no sólo cualitativamente aceptables y deseables, sino cuantitativamente demostrables y realizables.
Para muestra un botón. Según Andreas Schleicher, uno de los gurúes educativos más conocidos hoy en día, “ningún sistema de educación puede ser mejor que la calidad de sus profesores”. Año tras año notamos la ausencia de algo bueno que decir sobre nuestros maestros y muchas cosas malas que criticar en los desempeños y en las evidencias de habilidades y conocimientos (como lo demuestran las pruebas de selección recientes). El personal docente es sólo uno de los ámbitos centrales en el sistema educativo, pero es donde mejor se refleja la presencia o no de una adecuada filosofía educativa.
La calidad de los profesores se fundamenta en tres factores esenciales: vocación personal, formación universitaria y desarrollo personal. En primer lugar, un maestro sin vocación de enseñanza es como un barco sin timonel, por lo que escuchamos a menudo que un gran número de personas entra a la carrera por considerarla fácil, bien pagada y con menos demandas, y no necesariamente porque sienten pasión por la enseñanza. En segundo lugar, los maestros tienden a enseñar como fueron enseñados y con la tendencia de obtener títulos de factorías de diplomas es evidente que el desempeño guarda relación directa con la mediocridad en la formación profesoral. ¿Quién evalúa la calidad de los programas educativos que preparan a maestros para la enseñanza de nuestra niñez y juventud? En tercer lugar, muchos maestros empiezan su carrera educativa y repiten su primer año cada año subsiguiente. Muchos no tienen veinte años de experiencia, sino un año repetido veinte veces. ¿Por qué? Porque no leen, porque no amplían sus conocimientos, porque no se codean con prácticas de punta y porque sucumben a la mediocridad de la complacencia. Para ser un maestro de excelencia tiene que haber hambre de leer, de descubrir, de crecer, de desarrollarse y de superarse. A manera de ejemplo, hace un tiempo en un taller de desarrollo profesional hice la pregunta “¿qué están leyendo ustedes?” y nadie respondió porque ninguno de los maestros estaba leyendo.
Un profesorado hábil y capaz es sólo un ápice de la filosofía educativa. Mirando a todos los vértices en conjunto, es preocupante que no nos estemos haciendo preguntas sobre las ideas que sostienen nuestras prácticas educativas. Algunas de esas ideas son antiquísimas y no han sido renovadas, ni reevaluadas. Construímos aulas cuadradas porque nuestras ideas educativas son cuadradas y porque los encargados de ejecutar tales ideas tienen mentes cuadradas también. Los desempeños son deplorables porque pretendemos “fabricar” alumnos ejecutando las mismas malas prácticas por doquier, de tal manera que un alumno deficiente en La Quinquilla es igual al alumno deficiente en Jumunucú. Somos expertos en educar para la mediocridad y esa mediocridad es el reflejo de un sistema igualmente mediocre. No podremos mejorar si seguimos haciendo lo mismo. Debemos abandonar la mentalidad cuadrada para poder fluir.
Otro botón para la muestra. Los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos, PISA por sus siglas en inglés, es un magnífico aunque doloroso indicador para mostrarnos dónde estamos, en qué compañía estamos y hacia dónde deberíamos encauzar nuestro interés. Según BBC Mundo, 540 mil estudiantes de 15 años en 72 países participaron en las pruebas recientes en tres áreas: matemáticas, ciencias y lectura (https://www.bbc.com/mundo/noticias-38211248 ). Los resultados revelaron que en Matemáticas el país quedó en la posición 70 de 72 países, en ciencia quedó en la posición 70 de 72 países y en lectura quedó en la posición 66 de 72 países. A eso se le llama estar en “la cola”. Entonces, obviamente, no estamos haciendo las cosas bien.
Arguyo que debemos empezar por producir una filosofía educativa nacional, ajustada al contexto y al potencial del país, informada por las mejores prácticas a nivel mundial y fundamentada en la necesidad de una estrategia integral que no deje fuera ningún aspecto de la práctica educativa nacional. Creo que en lugar de producir un plan nacional a ejecutarse en todo el territorio, deberíamos hacerlo de manera gradual, empezando provincial o regionalmente, de tal manera que su desempeño pueda ser evaluado y ajustado en la práctica, de tal forma que obtengamos una ejecución probada y replicable para las demás provincias y regiones.
Antes se decía que nos hacía falta dinero y llegó el 4%, pero no mejoramos. ¿Por qué? Porque pusimos vino nuevo en odres viejos. Nada significativo se ha invertido en lo más crucial: elaborar e implementar una filosofía educativa precisa, concisa e incisa. Podremos construir mil escuelas y en cada una de ellas repetiremos las desgracias que nos afligen. ¡¡¡ Basta!!! Empecemos por preguntarnos por qué enseñamos como enseñamos y de ese cuestionamiento encaucemos energía para producir una filosofía educativa que oriente todos los propósitos en el sistema educativa, que nos coloque a la altura de nuestros mejores deseos y alimente nuestra más grande potencialidad.