“¿Qué significa ser un animal político en el siglo XXI?” La pregunta es formulada por el psicólogo cognitivo de la Universidad de Londres, Manos Tsakiris. Con esta interrogante, nos estimula a replantearnos la mirada intelectualista de la acción política realizada desde una interpretación de la tradición aristotélica.
Desde esa influyente interpretación, hemos entendido la conducta ética y política regida por una racionalidad en permanente conflicto con las emociones, a las que debe enfrentar y someter para organizar la sociedad con el propósito de lograr “la buena vida”.
Sin embargo, desde el pasado siglo, el desarrollo de la investigación cognitiva ha recuperado una tradición filosófica marginada en Occidente que, recuperando el rol de las emociones en nuestra condición antropológica, invierte el modelo racionalista de la ética y la política. En las palabras de Hume, recordadas por Tsakiris: “la razón es, y solo debe ser esclava de las pasiones, y nunca puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”. (https://aeon.co/essays/politics-is-in-peril-if-it-ignores-how-humans-regulate-the-body).
¿Significa esta mirada una apología de la irracionalidad, entregar la acción ética y política al capricho desenfrenado de la naturaleza? En modo alguno. Significa entender que nuestras acciones, aún aquellas que atribuimos al cálculo de la razón, están cargadas de emociones. Por tanto, si no le otorgamos a las mismas la jerarquía que poseen, nuestro marco comprensivo de los actos éticos y políticos quedará sensiblemente empobrecido.
Desde esta óptica, las emociones no juegan un papel marginal o excepcional en la vida política, sino que constituyen su epicentro. Tsakiris acuña el concepto de “política visceral” para referirse al fenómeno de la conducta humana como resultado de la experiencia emocional emergente de la interacción entre nuestra fisiología y un entorno cambiante, que afecta nuestras elecciones y acciones políticas, mientras estas afectan también a nuestras emociones.
Desde esta perspectiva, la comprensión de la vida política implica la asunción de nuestra corporalidad como fundamento de nuestras acciones. Con ello, nuestra mirada se encauza hacia los estados fisiológicos y psicológicos que condicionan la vida pública, y hacia cómo los mismos pueden favorecer determinados procesos sociales en función de su orientación.
Se trata de un enfoque transdiciplinar y naturalista, con importantes precedentes en la filosofía contemporánea. De este modelo teórico derivaremos consecuencias para la filosofía y las ciencias políticas en los próximos artículos de esta columna. Incorporaremos su perspectiva biológica, psicológica y humanística para un análisis integral de nuestras acciones en el espacio público y los móviles que las incitan.