A propósito de la introducción al Congreso Nacional de un paquete impositivo recientemente, se ha vuelto a poner en la discusión pública el tema de si es excesivo el nivel de gastos públicos en el país, y si lo correcto no sería que el gobierno bajara sus gastos, o al menos, los racionalizara.
La República Dominicana no es el único país donde los economistas discrepan sobre la conveniencia de aplicar políticas austeras ahora o seguir aumentando los gastos públicos, como en años previos. De hecho, esto es parte de una discusión universal, en virtud de que los gastos se aumentaron para conjurar la crisis, y la misma no ha desaparecido. Por eso, aún con todos los problemas de altos déficit fiscales y desproporcionada deuda pública que han acumulado algunos países, incluido Estados Unidos, y que ha devenido en insolvencia en países como Grecia y Portugal, economistas incluso de la talla de Joseph Stigliz entienden que reducir gasto fiscal ahora es desaconsejable.
Aquí en la República Dominicana, que el gobierno aplicó una política fiscal muy expansiva, probablemente más de lo razonable, entre 2009 y 2010, apoyada por el FMI y otros organismos internacionales, recurriendo a endeudamiento interno y externo, también se discute si ahora es correcto reducir gastos.
Obviamente, el programa diseñado con el FMI comprendía dos etapas: aumento de gastos y expansión montería (tasas de interés bajas) en un primer momento, bajo el entendido de que después habría que ajustarse el cinturón. Pero el gobierno se acostumbró a disfrutar de las mieles de un abultado presupuesto, se endeudó y repartió prebendas por doquier con la idea de sacarle mucho provecho político el año pasado, que había elecciones; pero después se resistió a la idea de entrar en austeridad, por lo que el Acuerdo con el FMI entró en un limbo desde finales del año pasado.
Aplicar políticas restrictivas es siempre impopular, e incluso puede ser contraproducente macroeconómicamente, pero a veces no hay más remedio. Muchas veces nos mostramos convencimos y seguidores de una construcción teórica que luce muy lógica e incluso justa, pero que no concuerda con lo que es viable o deseable en una coyuntura histórica. El problema es hasta dónde un gobierno puede endeudarse o exigirles sacrificios a los demás agentes.
Algunos economistas entienden que ahora lo que procede es mantener el nivel del gasto pero sin aumentar impuestos. Naturalmente, esto implica partir del supuesto de que el gobierno tiene una capacidad de endeudamiento ilimitada, que no habrá restricciones por medio de los proveedores del financiamiento, y que esto podrá revertirse cuando cambie el ciclo. Todo esto es muy discutible, y habría que ver hasta qué punto es compatible con el acuerdo con el Fondo. O si los efectos no serían peores si se rompe el acuerdo.
Además, también se cuestiona la posibilidad real de que una política fiscal expansiva pueda revertirse después, cuando ya la economía no requiera tanta inyección de fondos públicos, porque la experiencia dominicana dice que el gobierno prefiere gastar más siempre, independientemente del ciclo expansivo o recesivo.
Un caso muy ilustrativo es lo que ocurrió en el 2010: el acuerdo con el FMI puso en manos del gobierno mucho dinero para aplicar una política contra cíclica, pero el gobierno no se conformó con ello sino que gastó más de lo que había sido acordado y de lo que parecía razonable, porque su racionalidad no era económica, sino política.
Otros economistas, principalmente los vinculados al área oficial, entienden que el gobierno no puede bajar el gasto público; pero sí reconocen las restricciones de financiamiento, por lo que plantean que lo correcto es que la gente pague más impuestos. Por eso el actual paquete impositivo, lo mismo que la elevación de las tasas de interés, los cuales procuran que el consumo y la inversión privada bajen para cuadrar las cuentas.
Desde este punto de vista, el gobierno se ve precisado a incrementar o mantener su nivel de gasto y corresponde a los demás agentes bajar el suyo. Sobre la racionalidad de esto seguiremos tratando en la próxima entrega.