Por primera vez en la historia, se celebró de manera virtual la semana pasada, la Asamblea Mundial de la Salud, máximo organismo directivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en medio de la mayor crisis de salud pública experimentada por el mundo desde la creación del organismo. Junto con todo el sistema de Naciones Unidas, fue creada justo después de la segunda guerra mundial y está actualmente integrada por los máximos representantes gubernamentales de 194 países, quienes se reúnen cada año para trazar las directrices, prioridades y planes de trabajo de la institución.
La OMS se ocupa de dar seguimiento a los problemas de salud en el mundo entero, de promover que las personas adopten estilos de vida saludable, de alcanzar la cobertura universal de servicios de salud de calidad, accesibles para todos, sin distinciones de ingreso, condición económica o social, raza, etnia, género, orientación sexual, religión, ideología – ni cualquier otra construcción social que tiende a dividir a los seres humanos, promoviendo considerar la salud como un derecho humano.
La OMS recopila y analiza datos sobre las enfermedades en todo el mundo y sobre las poblaciones afectadas, que permitan tomar las mejores decisiones para enfrentarlas, procurando la protección de aquellos más vulnerables. En casos de una epidemia – como la actual pandemia del COVID-19 – la OMS se ocupa de asesorar a los países para que su respuesta sea la más adecuada posible, sustentada en las mejores evidencias científicas y técnicas.
En las actuales circunstancias, en el medio de la peor pandemia que ha azotado a la humanidad en un siglo, el gobierno de Trump fue capaz de suspender el financiamiento a la organización y de amenazar con hacerlo de manera permanente. Esto es grave, porque los Estados Unidos son el principal financiador de la institución. Y más grave aún son las motivaciones de carácter geopolítico (que no están relacionadas con la pandemia y existían previo a la misma). Muchas de las sustentaciones alegadas son informaciones falsas, sin importar que se traduzcan en sufrimiento y pérdidas de vidas humanas (como un estudio sobre aspectos iniciales del manejo de la epidemia en China, supuestamente publicado a principios de año por The Lancet, una prestigiosa revista británica sobre temas médicos. Esto fue desmentido recientemente en el editorial del 23 de mayo de 2020 por su director, Richard Horton).
No sólo la OMS está bajo amenaza. Ya previamente ese señor había expresado incredulidad frente al cambio climático, sacando a su país del Acuerdo de París. Y repetidamente se ha referido despectivamente al nuevo coronavirus, esa “gripecita”, al estilo de su homólogo de Brasil – donde los casos y las muertes diarias ya superan las de Estados Unidos.
También la Organización Panamericana de la Salud (OPS), está sufriendo las consecuencias de esta situación, por ser la oficina regional de la OMS para las Américas. Que conste que la OPS es una institución por derecho propio, más de medio siglo antes que la OMS. Fue creada en el 1902 (como respuesta interamericana ante una epidemia de fiebre amarilla) con el propósito de dar seguimiento al estado sanitario de la región, hacer estudios científicos sobre enfermedades contagiosas, apoyar a los países para su eliminación, así como sobre la introducción de medidas sanitarias para evitar epidemias.
Un informe financiero publicado recientemente por la entidad señala que la misma “enfrenta una amenaza sin precedentes para la solidaridad panamericana y para su propia existencia” y agrega que, debido a la falta de pago de las contribuciones de sus estados miembros (de los cuales Estados Unidos representa el 67% y Brasil el 15%), así como por la reducción de las contribuciones voluntarias, “la Organización está al borde de la insolvencia”. Que esto esté ocurriendo a la institución más reconocida en las América por los ministerios de salud, justo en el medio de una pandemia, es inaudito y absolutamente sin precedentes.
En su propio país, desde hace unos años, el presidente Trump ha intentado disminuir el presupuesto del Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), la entidad dedicada a la salud pública más importante de los Estados Unidos y una de las principales en el mundo entero. El CDC tiene un papel fundamental, sobre todo, en la lucha contra las epidemias, habiéndose creado, justamente, para luchar contra la malaria, en el año 1946. Actualmente tiene un rol fundamental en las tareas de vigilancia epidemiológica, prevención de brotes y producción de estadísticas de salud, tareas en las que apoya a los estados norteamericanos y a todos los países, particularmente a los países menos desarrollados.
Según un artículo publicado recientemente por El Economista – con el sugestivo subtítulo de “al diablo con los expertos” – desde hace unos años Trump está intentando recortar el presupuesto del CDC entre un 10 y un 20%, lo cual hasta ahora había sido evitado por el Congreso. Pero los fondos de la institución para apoyar a los estados ante posibles emergencias sanitarias fueron cortados en más del 50%. Y es justo a los estados a quienes el gobierno norteamericano ha transferido la responsabilidad de la respuesta.
Esta falta de prioridad a la salud pública puede observarse en la diferencia de presupuestos asignados para financiarla, así como en la pérdida de profesionales dedicados a estas tareas, que decrecieron en 50,000 personas desde el año 2017. Actualmente, la institución a quien corresponde liderar la respuesta a la actual epidemia ha sido relegada.
El desprecio a la ciencia, a los consejos de los expertos – aunque cometan errores y a veces pequen de un exceso de preocupación ante el afán de salvar vidas – es, en el mejor de los casos producto de la ignorancia. Y ésta puede desembocar en políticas que bien podrían ser calificadas como criminales.
En efecto, la falta de una respuesta unificada, sólida, coherente a la pandemia del COVID-19 ha resultado en las peores cifras justamente para los países donde el liderazgo la ha subestimado: Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, México – son los tristes principales ejemplos.