Algunas intelectuales extranjeros han declarado que la política exterior dominicana actual se funda en el pragmatismo. Sostienen que por esa virtud el país está bien con todas las naciones y que esto le debe permitir un rol de "arbitraje" en el sistema internacional. Difiero de ese enfoque. 

La afirmación del carácter pragmático de la política exterior dominicana es visible. Se ha establecido un acuerdo con Chávez (PETROCARIBE) que brinda acceso a petróleo barato, pero esa deuda blanda tendrá que pagarse, más temprano que tarde. Se ha firmado con la Unión Europea un acuerdo de apertura de mercado e integración regional (EPA). El mismo obliga a arreglar cuentas con el Caribe. Sabemos que con la región no se tiene una clara y armoniosa política. Por lo demás, el EPA pone a la orden del día el tema de la cooperación con Haití, a la cual le sacamos el bulto, por más que hoy, tras la política de reconstrucción del vecino, nos demos besos y reactivemos los mecanismos de diálogo como la Comisión Mixta Bilateral. Hace tiempo firmamos un acuerdo de libre comercio con Centroamérica y los EU (DR-CAFTA) al cual no le sacamos provecho y en la práctica no nos brinda ventajas inmediatas. 

Queremos acercarnos a países como Chile para firmar acuerdos de libre comercio, pero nos negamos a pensar lo mismo con nuestro mercado más cercano y segundo en importancia para las exportaciones criollas: Haití. Como amigos de los Estados Unidos mantenemos muchas diferencias en diversos asuntos; en muchos tenemos razón (el débil apoyo norteamericano a la política anti droga), en otros somos imprecisos y evasivos (política hacia nuestros deportados de los EU, defensa de fronteras marítimas), en otros simplemente somos renuentes y estamos equivocados (políticas de cooperación binacional con Haití). Hay que reconocer que en el tema de Chávez y el Petróleo se ha sido coherente, aunque no tan claro con las "economías" internas que este acuerdo facilita.

Muchos de estos problemas no son  el fruto de decisiones que el país controle, lo impone la geopolítica y geoeconomía mundiales, sobre todo por el poder hegemónico norteamericano en la región. En muchos aspectos, como hemos visto, el gobierno tiene razón, pero la verdad sea dicha: reconocer  el pragmatismo que ha "guiado" esas decisiones, lejos de indicar virtud obliga a reconocer problemas y contradicciones. No es que el pragmatismo sea malo como orientador del ejercicio de políticas, pero para que brinde éxitos se requieren ideas claras y coherentes que lo sostengan, que es lo que me parece anda faltando. 

Esto es evidente en materia de integración y liberalización de mercados, donde no se miden los objetivos de mediano y largo plazo y los acuerdos no se armonizan en una única y coherente estrategia. Lo mismo ocurre con Haití y las migraciones. ¿Cómo es posible afirmar que el país no tiene problemas con nadie cuando no podemos ponernos de acuerdo con el vecino en materia comercial y migratoria? Por suerte, en el caso de los controles sanitarios en la frontera, tras el terremoto y en la actual crisis del cólera, el ministro de salud ha estado a la altura de las circunstancias y rechazado de hecho las interpretaciones sectarias y seudo-nacionalistas de algunos funcionarios. 

¿Cómo es posible que prediquemos la defensa de los derechos humanos de nuestros emigrados, cuando violamos todos los días derechos de nuestros inmigrantes? En este terreno claramente no tenemos política y si la tenemos es simplemente reactiva, lo cual es nefasto para organizar la gobernanza migratoria. Mucho menos nos acordamos que parte de la política exterior debe pasar por la defensa de nuestros nacionales en el exterior, es el caso de los deportados de los Estados unidos, los que bien son devueltos al país como resultados de una decisión soberana de los norteamericanos, en muchos casos esas decisiones son productos de injusticias de un sistema de exclusión que vulnera sus derechos. Por lo demás, los efectos perversos de esas repatriaciones, cuando se trata de personas con un pesado expediente delictivo deben llevarnos a trazar un manejo distinto de este problema dándole a nuestros consulados en los Estados unidos un rol más proactivo. 

Para que una política exterior sea exitosa hoy día debe tener coherencia y conexión con políticas sectoriales como las de desarrollo y seguridad. ¿Qué tenemos al respecto? No queda clara la política de estimulo al desarrollo exportador, donde la Cancillería debe jugar un rol clave como elemento articulador y no lo juega. Entre el sector exportador y los que manejan la política exterior en la práctica no hay canales de comunicación permanentes y claros, que sepamos. Ciertamente, el CEI hace un buen trabajo, ¿pero esto se conecta a lo que en materia política hacemos en el exterior? Predicamos que la comunidad internacional debe ayudar a Haití a la recuperación ¿pero eso es una política coherente hacia Haití con el cual compartimos la isla de manera inevitable? Aquí las virtudes del pragmatismo se confunden con la política del avestruz, lamentablemente. Claramente, debe saludarse el giro cooperativo de las relaciones del Presidente Fernández con Haití, pero eso por sí solo no establece un esquema de política de estado 

Decimos que tenemos una política de seguridad fronteriza, cuando lo que simplemente hemos hecho es crear un organismo militar (CESFRONT) que en modo alguno establece un mecanismo coherente y funcional de seguridad, aunque su existencia ayuda. Predicamos que hay que frenar la inmigración indocumentada, pero no tenemos un sistema de seguridad que permita el control del movimiento de personas, y establezca un combate con cierto grado de eficacia al contrabando, el tráfico de armas y de drogas, mucho menos una política migratoria funcional, eficaz y operante. 

Finalmente, debe decirse que si bien es cierto que el pragmatismo le da frutos a quien dirige la política exterior, el Presidente, no hace lo mismo con el estado y la nación dominicana. Un ejemplo es suficiente: el Presidente Fernández tuvo la inteligencia y la claridad de rechazar de inmediato el golpe de estado al Presidente Celaya de Honduras y en ese sentido actuó con sentido de responsabilidad histórica,  pero nuestra Cancillería no pudo asumir un rol de liderazgo (o no recibió instrucciones para luchar por ello) en la negociación que posteriormente sí logro Costa Rica. En ese sentido la virtud del pragmatismo choca con la realidad de una política exterior que opera como acción reactiva, como contingencia ante eventos inéditos que indefectiblemente se producen en el sistema internacional, pero que no tienen efectos institucionales en su seguimiento. De esta forma, si bien las respuestas pragmáticas del Presidente elevan sus créditos políticos internacionales, no necesariamente eso se traduce en la articulación de un sistema de política exterior coherente y organizado, que debe ser un objetivo estratégico ineludible, precisamente para que el pragmatismo dé frutos positivos de cara a los problemas de la nación.