Los funcionarios del gobierno y los políticos de todas las tendencias y partidos que ocupan posiciones de mando en la estructura dirigente del país, tienen tremenda tarea por delante para adaptarse a las nuevas corrientes de la cultura mediática predominante en estos tiempos.
Los ejemplos abundan y no es necesario enumerarlos. Los últimos escándalos suscitados entre los más encumbrados funcionarios del propio gobierno y la pobreza de la imagen pública que exhiben los legisladores del Congreso Nacional, refuerzan la percepción de que estos no han entendido la gravedad del uso del escándalo como arma en la comunicación política.
El autor Argentino Jorge Dell’Oro lo define con claridad meridiana cuando afirma que "los escándalos deterioran las relaciones de confianza, agravando la relación con la sociedad de quienes tienen funciones públicas."
Jorge Dell’Oro apoya su afirmación con el recuerdo de la relación existente entre Richard Nixon y Watergate, el escándalo político de mayor relevancia mundial que sacó a este de la Presidencia de los Estados Unidos, desplazándolo para siempre de la arena política, en un claro ejemplo de lo que significa la transferencia de poder simbólico.
No caben dudas que los escándalos ponen en juego la reputación y deterioran las relaciones de confianza incompatibles con las conductas de las personas, agravando la relación con la sociedad de quienes tienen funciones públicas y generan un manto de sospecha sobre toda la dirigencia política.
El poder simbólico se desplaza del sujeto afectado a quien denuncia o investiga, siendo el caso del periodismo o los medios, apoyados hoy por las redes sociales, quienes mayor rédito de ellos pueden lograr, ya que al estar conectados con miles de personas tienen la posibilidad de acrecentar su reputación.
Luego de examinar estas reflexiones cabe preguntarse, se pondrán nuestros políticos a tono con los tiempos?