Existe una dependencia notable de la costumbre de volver a comer platos de fast food. De esa misma manera, el mundo está adicto al continuo discurso de sus líderes, en algunos casos tan pírrico y poco sabroso, que el consumidor cambia de oferta: Wendy’s, que fue fundada por Dave Thomas y ahora tiene más de 6500 restaurantes, por Taco Bell, con 7000 restaurantes, fundada por Glen Bell en 1962. Nos gustan las hamburguesas también, como a Obama, George Bush y al mismo Trump (que de acuerdo a Woodward come muchas, más de tres en un día).
El enfoque de Danilo Medina y Luis Abinader ha sido controlado por sus estrategas, de una misma manera: dándole a la población un conocimiento sobre las propuestas en su mundo creativo. Los políticos –digamos Ito Bisonó o quizás el viejo Balaguer, o el viejo Bill, ahora un escritor excelente con James Patterson, el escritor de Florida–, tienen sus propios acercamientos en un corto período de tiempo y con hiatos en las propuestas (hiatos para la interpretación de las ideas mostradas en el discurso para ser mostrados a la población votante que va a las elecciones).
Algunos argumentan que sin exceso en el uso de los medios es rentable –a nivel de imagen–, mantener concentrada a la gente sobre lo que se hará próximamente. Están –hablamos de los políticos–, en función del distanciamiento de un discurso que enfoca los principales problemas del país con un análisis calculado o meramente improvisado en las variantes más sicodélicas. Nadie mira un programa televisivo si no tiene primero el control remoto en la mano, o al menos se necesita hacer zapping, de modo que puedes cambiar de oferta, como se cambian las opciones de la campana y todo consumo de la imagen o el discurso se nutre de la escapada hacia otras opciones, en caso de no satisfacer la demanda de una población ávida de cambios.
Para referirse de manera anquilosada y tangencial a lo que la gente necesita en este momento, el “laizzes faire” ideológico es empleado. De acuerdo a algunos, el ritmo de la campaña merece esa lentitud en el análisis. Esta lógica responde al proceso de la campaña en nuestra mentalidad política, como sostienen algunos supuestos “estrategas de la modernidad” en nuestro país. Gajo a gajo, nos ofrecen sus lecciones. Otros sostienen que la frecuencia debe ser mayor, y así la intensidad de la propuesta con más presencia mediática: el tiempo es corto, dicen.
Lo mismo ocurre en Bahréin, o en Indochina: se promueven las políticas anteriores para intentar convencer a un electorado que, como desean los grupos fácticos del país, tiene la informe mancha de un asertividad final diferida. Vemos la interrelación entre pares de un mismo mercado que quieren obtener la mirada del votante como la gente mira a traves de un escaparate en una gran plaza (Sambill, Agora Mall, o Blue Mall, Novo Centro, Downtown Center, Galerías 360, Bella Vista Mall).
Lo mismo ocurre cuando un candidato no sabe de qué va su propuesta y el mundo entero dice que no le capta la atención, el interés o la acción como en el todavía empleable modelo AIDA, verbigracia: 1. Atención, 2. Interés, 3. decisión y 4. Acción), modelo de compra que todos conocemos. Vietnamitas comprometidos con lo que ocurrió en la guerra del Napalm, condicionaron la política norteamericana hasta que Estados Unidos, cumplieran si no con sus obligaciones de guerra, tuvo que administrar sus ejércitos militares de manera que nadie quedara comprometido con el final porque, como vio el mismo Nixon, el poder debe ser usado de manera competente y cumplieran o no con los estatutos de guerra –contratan los mercadólogos a ciertos estrategas políticos-, el mundo era una expresión de avanzadas territoriales –aun hoy es así en el mundo de la mercadotecnia y de la guerra en sí misma, hirviendo como una mala campaña televisiva.
En el mundo actual que manejamos con Internet, tablets y teléfonos celulares –y ahora las redes sociales que han cambiado la manera en que se hace mercadotecnia–, Estados Unidos tiene un lugar para políticos que no han terminado por ser lo que el embajador Pierre Chanut hubiera dicho con más elocuencia que Madame Henri Bechelier: que las obligaciones de un candidato tienen que ir más allá de su propia campaña en los medios. Por ejemplo, aplica para estas elecciones lo mismo que dijo Jorge Blanco en 1986, o lo que le ocurrió a Peña Gómez en 1994 en el pacto por la Democracia: estamos en un proceso de muchos punches al hígado. No se trata de exigirle a los boxeadores que sean políticos ni a los políticos que sean boxeadores, pero lo cierto es que uno siempre se queda con las ganas de ver mas punches al hígado, como hemos dicho, y unos cuantos jabs y uppercuts y así.
Se lo decimos a cualquiera que haya ostentado el cargo o al que pretendería ostentarlo. Por eso es que cuando a un vicepresidente de una tabacalera –no estamos hablando de la Philip Morris aquí–, le ocurre que unifica las fuerzas de su cimbreante poder, y propone no quedarse aun cuando su cargo no le reporte las beneficiadas condiciones de sus ambiciones más inmediatas, hablamos de perspectiva estratégica de una posición en la estructura organizacional, sea esta un partido político, un equipo de basketball o simplemente un restaurant de comida italiana.