Fue Martin Luther King, creo, quien consagró el tópico según en cual a quienes habría que temer no es a los malvados sino a los buenos indiferentes. Hay una pregunta que en todo caso habría que hacer, si queremos ser justos y sobre todo si la mencionada apatía nos inquieta y queremos remediarla: ¿por qué son indiferentes los indiferentes?

Agrego aquí a los inmovilizados, los políticamente inactivos. La misma pregunta: ¿por qué están inactivos los inactivos?

Vaya usted a saberlo en cada caso específico. Seguramente podría intentarse, eso sí, alguna clasificación plausible. De suyo, conceptualmente, una cosa es la indiferencia y otra la inactividad. Me aventuro a suponer, grosso modo, que entre esa gente que uno supone políticamente “apática” hay quienes deben su actitud a cierta "incomprensión" –escasa “conciencia”– o a la asunción de una cierta filosofía de vida, pero que otros simplemente no se sienten suficientemente atraídos a tomar parte dentro del sistema de los espacios de participación disponibles ni en condiciones de crear espacios propios. Habría entonces los inactivos simplemente apáticos y aquellos que solo circunstancialmente se mantienen inactivos.

Se incluirá dentro de este último grupo a quienes han probado o intentado probar militancia dentro de los mecanismos existentes y por alguna razón han desistido.

Contribuir a superar la actitud de los indiferentes e inactivos es una de las naturales funciones de quienes no lo son. Sacar de la apatía y la inacción política es casi sinónimo de hacer política. Debe haber variados "culpables" posibles de que estas condiciones afecten a mucha gente, pero para fines prácticos no tiene caso empeñarse en buscar más allá de aquello que está en nuestras manos remediar, es decir, de aquello de lo que somos de algún modo responsables.

En el país muchos nos quejamos de que, al menos aparentemente, amplias franjas de la población apenas dan muestras de capacidad de reacción ante las mil canalladas de nuestros gobiernos y sectores de poder en general. La pequeñez de los grupos alternativos así como lo limitado de las manifestaciones de protesta frente, pongamos por ejemplo, al déficit fiscal a la reforma fiscal más reciente, atestiguarían con claridad el fenómeno. (Un fenómeno que amenazaría con extenderse a lo electoral, por supuesto).

Estamos obligados a preguntarnos cuánto de verdadera apatía pero también cuánto de inactividad circunstancial ronda en nuestro ambiente. Confieso no tenerlo suficientemente claro, pero hay algunas hipótesis que tal vez sea pertinente lanzar al aire:

–Los grados significativos de apatía política que ciertamente reinan en nuestro medio, asociables a los bajos niveles culturales en la población, al ambiente cultural de la época, así como a la confusión provocada la práctica política dominante, no evitan que al propio tiempo la inmensa mayoría de la población dé a diario muestras de disgusto con lo socialmente existente ni que ocurran permanentemente manifestaciones locales y parciales de protestas.

–Más que la innegable apatía –expresión de nuestro atraso–, lo que verdaderamente obstaculiza una mayor participación de la población en la acción política (me refiero desde luego a la auténtica política y no a las prácticas clientelares que por acá llaman política), es el débil y viciado auspicio de espacios de participación de la gente en esta clase de actividad. Por activar políticamente debe entenderse mucho más que pertenecer a un partido. Deberían ser los propios partidos quienes mejor deberían entenderlo, incluso pensando en su propio interés de desarrollo. Son por tanto los agrupamientos políticos los que deberían estar más empañados en la creación de espacios y formas de acción en las que la gente se sienta a gusto. Pienso en los mil mecanismos posibles de comunicación, de formación ciudadana y de expresiones artísticas, en la infinidad de sectores urgidos de organizar sus fuerzas para enfrentar sus dificultades… ¿Qué es la creación de diversos espacios como éstos sino una vía franca hacia el involucramiento de la gente en la acción política?

–Dos carencias suelen ser notables en la vida particular de las propias agrupaciones partidarias: espíritu democrático y sentido de la eficiencia. Hay que ser especialmente estoico y resignado para permanecer allí donde no escuchan y donde, por lo demás, muy pocos deciden. Y para dejarse adocenar y caer en la rutina enervante e improductiva, para ser y  sentirse inútil, simple parte de una especie de nómina y a lo sumo de un ritual absurdo. La media de la gente acaba por entender que aquello carece de sentido y el alejamiento es inevitable.

Una agrupación política constituye una cierta capacidad humana instalada para la acción. Necesita gente no para estar sino para hacer, por muy humilde que sea este hacer. ¿Por qué he de permanecer allí donde ni me escuchan y ni hago (y si pretenden que haga es solo obedecer aquello que no entiendo o no comparto)?

Apoyarse, como es frecuente, en aquello de estar asqueados de los políticos vigentes para resistirse a activar políticamente puede parecernos baladí –y a mi juicio lo es: si otros hacen política sucia usted puede hacer la suya limpia. Pero si además los proyectos llamados a hacer la diferencia no resultan para nada acogedores, las cosas difícilmente van a cambiar para bien.

La inactividad y mucho menos de la apatía política no fueron inventadas, se entiende, por los grupos políticos existentes. A activar políticamente todo el mundo es llamado pero no todos asisten y puede que así siga siendo siempre y en todas partes. Lo que preocupa es que esa indiferencia, real en unos casos y la solo aparente y circunstancial en otros, afecte sobre todo a los buenos y le permita a los malvados seguir haciendo de las suyas. Algo serio hay que hacer para que los despreocupados, incluidos aquellos que “no creen en nada”, comiencen al menos a no creerse con derecho a la irresponsabilidad ciudadana. Al fin y al cabo, en algo creen los que no creen en nada…

Facilitemos las cosas…