El 11 de octubre de 1971 Hugo Eduardo Polanco Brito era el más alto  dignatario de la jerarquía católica en República Dominicana.  A dos días de cumplir 53 años de edad se hallaba en la cúspide de su carrera eclesiástica. Pio XII lo había nombrado obispo en septiembre de 1953, poco antes de cumplir35 años, siendo entonces uno  de los prelados más jóvenes de tiempos modernos. Pablo VI lo elevó al rango de arzobispo el 20 de enero de 1970, haciendo naufragar su esperanza de sustituir al arzobispo metropolitano Octavio Beras Rojas, ya que su designación fue de“coadjutor” sin que el documento indicara derecho a sucesión.

Polanco Brito navegó sin tropiezos casi ocho años de la dictadura de Trujillo. Continuó como obispo de Santiagosin dar, al igual que  sus colegas, ninguna explicación a la Iglesia ni a la sociedad por los  30 años de apoyo de la jerarquía eclesiástica a la dictadura. El 20 de diciembre de 1965, enmedio de la turbulencia que dejó la posguerra dominicana, el Vaticano lo traslada sorpresivamente a Santo Domingo como “administrador apostólico sede plena”, dejando a BerasRojas en una especie de limbo; el 14 de marzo siguiente es sustituido en la sede de Santiago por el  sacerdote e intelectual Roque Adames Rodríguez, de 36 años de edad.

Ese domingo 11 de octubre de 1971 por la mañana yo estaba junto a Polanco Brito, en la catedral de Santo Domingo,  mientras él se preparaba para misa. No recuerdo con exactitud si era la misa de las 9:00 o de las 12:00; lo usual era que oficiara a las 12:00, pero me parece que el suceso que relato ocurrió temprano.

Me hallaba de pie a la izquierda del prelado asistiéndolo mientras se revestía con los ornamentos litúrgicos, tal como era costumbre en aquella época. En ese momento entró a la sacristía una periodista que, en mis recuerdos siempre he identificado con Altagracia Rodríguez. Quien fuera, llevaba su libreta, bolígrafo, cartera mediana  y un ejemplar doblado de El Nacional de la fecha. Saludó al arzobispo con un gesto y una leve sonrisa. De seguro que se conocían. Se le acercó por la derecha, que era el lado libre y además estaba hacia la puerta por donde había entrado, y le desplegó el periódico tabloide con el titular grande en rojo de una sola palabra  ¡Horror! Polanco le respondió moviendo su cabeza en gesto de negación. La joven comprendió la respuesta gestual, se retiró rápidamente y el sacerdote siguió colocándose las indumentarias litúrgicas. Ninguno habló, ni una sola palabra. Es de suponer que Polanco ya había visto el periódico porque se lo llevaban bien temprano  a su casa, era asiduo lector y persona bien informada.

Monseñor Polanco BritoEl gesto del sacerdote pudo significar que asentía en que lo que le mostraba la periodista era algo horrible o que no iba a declarar nada, o ambas cosas. No sé cómo lo interpretó ella. Tampoco recuerdo si posteriormente Polanco Brito o alguna otra persona destacada de la Iglesia dijera algo; es algo que puede constatarse con la prensa de la época. El objeto de esta memoria es revivir ese único momento.

La noticia principal que contenía el popular periódico de la avenida San Martín ese díatrataba el hallazgo de los cadáveres de cinco jóvenes pertenecientes al Club Héctor J. Díaz, del barrio 27 de Febrero, en la Capital. Los clubes culturales eran una modalidad de organización de la juventud de la época y que se convirtieron en portaestandartes de las luchas populares e instrumentos de resistencia contra la dictadura. Fueron reprimidos fuertemente, incluso varios jóvenes cayeron asesinados o fueron desaparecidos por la policía y los escuadrones paramilitares.

Los jóvenes asesinados el 9 de octubre de 1971 fueron:

Radhamés Peláez Tejada, de 20 años; Rubén Darío Sandoval, 16 años;  Víctor Fernando Checo, 17 años; Reyes Florentino Santana, 19 años y Gerardo Bautista Gómez, de 17 años.

Entre los numerosos crímenes políticos de Los 12 Años este fue uno de los más impactantes, conmovió los cimientos de la sociedad. La edad de los muchachos, el número de muertos, las evidentes torturas, la falta de una motivación específica ya que las elecciones habían pasado, son elementos que contribuyeron al asombro colectivo.

De  acuerdo a Rafael G. Santana (Universo de Opinión, 7 de octubre de 2013) “Esta masacre fue ejecutada por el oficial Virgilio Antonio Álvarez Guzmán y los  rasos Pascual Bonifacio Bencosme Fermín (Chino), Danilo Tavárez Guzmán, Luis Felipe Fernández, Saturnino Henríquez de la Cruz y Domingo Agramonte.En principio se atribuyó a los integrantes de la denominada Banda Colorá las muertes de los dirigentes y afiliados del club Héctor J. Díaz.Cuando presentaron a la prensa a Alejandro Félix Luciano (Nariz), Eddy Antonio Martínez, Diógenes Muñoz (Ombligú), Francisco Gregorio Diloné (Cabeza) “negaron públicamente que ellos asesinaron a los jóvenes y que si había que buscar culpables, lo hallarían en la Policía”.