A principios de marzo y a primera hora de la mañana, cuatro profesores – un póker- de la facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias – AGROVET – de la Universidad Autónoma de Santo Domingo – UASD- luego de firmar ante el bedel la asistencia a clases sostuvimos un rápido intercambio de palabras finalizado por una acción que me resultó muy curiosa: al despedirnos cada uno tomó una dirección opuesta como si dirigiéramos nuestros pasos hacia los cuatro puntos cardinales de referencia en el espacio que vivimos: norte, sur, este y oeste.
El hecho fortuito de haber tomado rumbos distintos dando la impresión que la impartición de clases es una ocupación que a la vez unirnos en el tiempo nos separaba en el espacio, produjo en mi matutino estado de ánimo la particularidad, no solo de convocar recuerdos que se remontaban a 30 o 40 años detrás sino, y sobre todo, de constatar la progresiva evolución de dichos docentes en términos de formación profesional, de acreditación como conocedores de las asignaturas que ofrecen y en especial, del prestigio que debe sentir la facultad al tenerles como enseñantes.
La cuarteta en cuestión estaba conformada por el médico veterinario Dr. Carlos José Lizardo Santelises, el Dr. en Patología vegetal Julio César Borbón Reyes, el biólogo Luis Carvajal y el autor de este artículo. En vista de que esa mañana y minutos después me encontré en las oficinas administrativas del decanato con el Ing. Agrón. Milton A. Martínez G. me decidió a que este último ocupara mi lugar como cuarto miembro de ése póker a quienes intentaré de describir a grosso modo en este artículo bajo la siguiente premisa: priorizaré sus datos biográficos, anecdóticos y no los académicos o universitarios a sabiendas de que esta precedencia puede ser o no de su agrado pero si de la entera complacencia del articulista.
Puede ser que bajo diferentes perspectivas – tales como su ideología, idiosincrasia, temperamental, antigüedad en el servicio pedagógico etc. – ellos sean muy disimiles entre sí y además, que la opinión que mutuamente se profesen, a causa de sus comportamiento extracurriculares respectivos, acusen notables discrepancias. Esto es natural que ocurra cuando se trata de seres humanos como tampoco debo omitir que todos están en el otoño de sus vidas biológicas – la sesentena – pero en el cénit de su experiencia y ejercicio profesional, y por añadidura compartimos vínculos amistosos desde hace más de cuatro décadas.
El Doctor Lizardo Santelises cuya mórbida obesidad es motivo silente de preocupación entre quienes lo estimamos, ha tenido durante su vida adulta – tiene 62 años – la suerte de que en su personalidad y psiquismo aun persistan rasgos generalmente atribuidos a la adolescencia tales como: franqueza al momento de juzgar la conducta ajena, temeridad al emitir su opinión sobre la ocurrencia de determinados hechos e irreverencia cuando en su presencia se tratan asuntos considerados respetables. Ahora bien, estos presuntos deslices tienen como contrapartida una curiosidad, un ansia de querer saberlo todo, una avidez vital como sucede con todos los muchachos y que tan útiles resultan en los dominios de la investigación, en la carrera magisterial y profesional.
La mejor forma de conocerlo es cuando va caminando en solitario y no sabe que es observado por sus amigos, pues bajo éstas circunstancias recuerda a Wild Franck, un personaje español de Animal Planet, y no poco a Ban Ban un colega de promoción y ocupación que tuve en Agronomía por su desparpajo y desconcierto. En estos casos no es sorprendente verle hablando solo, diciendo cosas para su consumo personal y gesticulando como Ton Lasorda o el Cholo Simeone. Atisbar estas actitudes, interesantes para quienes personalidades de este tipo son cautivantes, forman parte de las ocupaciones a las cuales con frecuencia me entregaba en los terrenos de Engombe. Su hiperhidrosis, observable en amplios lamparones de sudor en las axilas de sus camisas, es en Carlos una señal identitaria.
Ha sido profesor por más de tres décadas en la UNPHU y en la UASD de varias asignaturas: Patología médica, Ginecología y Obstetricia, Clínica Quirúrgica y Semiología. Fue Director General de Ganadería, profesor de la UCE y del Instituto Superior de Agricultura (ISA) y en la actualidad, además de su carga docente en Engombe, hace clínica de equinos en el hipódromo V Centenario de esta capital. Siempre agradeceré su desinteresado y valioso apoyo que a finales de los años ochenta del pasado siglo me ofrecía en la redacción y distribución de una publicación para la superación educativa de los estudiantes de AGROVET de la Universidad denominada “La Recreación Cultural”.
Por su honestidad y dedicación sin claudicaciones en todo lo que emprende, Carlos reivindica en buena medida a su progenitor Carlos Antonio quien por su transparencia en el manejo de los recursos otorgados por la dirigencia de la Revolución cubana al movimiento de liberación dominicano, fue incluido – el tercero en la lista – entre los individuos que Fidel Castro deseaba distinguir personalmente en su única visita al país a finales de la centuria pasada. Quienes acostumbran ver en la televisión satelital los programas “El doctor Pol”. “Los veterinarios de Texas” tendrán una aproximación de la vocación de servicio y competitividad que brinda este atípico compañero de trabajo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
De su vida estudiantil siempre recuerdo de Milton dos hechos de su existencia vinculados a su rara onomástica y a su aborigen proveniencia. Su segundo nombre de pila Aniceto, que en griego significa invencible, lo conceptuaba como una extravagancia, una excentricidad de parte de sus padres – no nació un 17 de abril día de San Roberto y San Aniceto -, y por otro lado el nombre indígena de su patria chica que es Sainaguá, San Cristóbal, es un topónimo que me resulta atractivo, fascinante. Dos veces he visitado el descuidado camposanto de esta pequeña comunidad: hace unos 20 años durante el entierro del colega de la III Promoción Juan Oscar Jorge y no hace mucho a conocer la tumba de la “Espiga de ébano” el cantante Rafael Colón allí sepultado.
Este ex – discípulo se distinguía también por dos actitudes: en consonancia a su prudente obediencia partidista realizaba trabajos políticos en el campo, sea en su provincia natal o en otras, y esta constante militancia le otorgaba un aire de clandestinidad que ni su egreso de las aulas de la facultad ha podido desterrar. Por otra parte, su competencia como profesional agrícola junto a sus vivencias campesinas les han procurado una capacidad, una suficiencia que supera a la de muchos de sus profesores, encarnando en su persona una máxima muy socorrida en el magisterio: el mejor alumno es aquel que apuñala a su maestro, es decir, que refuta y rebasa las enseñanzas recibidas.
Con 63 años de edad y 36 – al revés – de docente, Martínez es todo un experto en Fruticultura tropical y Agricultura de montaña – café, cacao, silvicultura, caña y víveres – y a la vez acompaña a Grupos de Federaciones de productores en algunos de los cultivos antes mencionados lo cual implica, no solamente un trabajo de capacitación, sino de organización, encuadramiento y organización que reclama un esfuerzo personal suplementario. En adición a la UASD ha prestado sus preciosos servicios técnicos en el Instituto de Estabilización de Precios (INESPRE), en el Instituto Agrario Dominicano (IAD) y asesorías y consultorías a diversas instituciones y empresas de carácter privado.
Debo confesar que Milton es de los profesionales de Engombe a los que pido información en el ámbito de su especialización al tener muchas vivencias a nivel de campo, no fruto de la erudición, – su empirismo es proverbial -. En vista del injusto sistema de contratación profesoral de la UASD es posible que al no tener inscritos en una sección el número mínimo de estudiantes requeridos, la misma se cierre y el salario del profesor sea en consecuencia afectado en ese semestre. Milton ha pasado por esto – y casi todos los demás – no teniendo entonces la Escuela de Agronomía la oportunidad de compensar la reducción de sus honorarios mediante su presentación en diferentes escenarios agrícolas del país como expositor, conferenciante o charlista sobre temas puntuales de gran importancia para nuestro desarrollo.
Cuando hacía mis estudios de post-grado en París conocí en el Phytotron a un etíope llamado Sam Sam Da, que no solo presumía de ser descendiente de una de las doce tribus de Israel y del Negus – titulo del Rey de reyes -, sino que hacía ostentación de una indumentaria, un porte principesco que concitaba la curiosidad ajena. Es sabido que los nacionales de este africano país son racialmente los mas refinados, los mas depurados físicamente dentro de la denominada “raza de ébano”, y cada vez que nos encontrábamos en los pasillos del laboratorio o en el almuerzo, su empaque hacía involuntariamente surgir en mi mente la peripuesta imagen, la figura del Dr. Julio César Borbón Reyes.
Desde el punto de vista onomástico quizás el dominicano tenga más razón que el africano en su presunta altivez pues Borbón tiene el nombre de un emperador romano y su matronímico encierra la categoría de un monarca, un soberano. Evocaciones y rememoraciones aparte, debemos consignar que este puertoplateño tiene cerca de cuarenta años – de los 64 de edad – dedicados a la docencia universitaria en la Escuela de ingenieros agrónomos de la UASD en Engombe, donde imparte las asignaturas de Fitopatología I y II y la Virología respectivamente. Su atildado estilo magisterial y la actualidad y diafanidad de sus enseñanzas son por todos conocidos.
Aunque mis contactos e intercambios con Julio César no tenían la frecuencia deseada durante los últimos años del siglo pasado y primeros del actual, desde la celebración del cincuentenario de la fundación de la Escuela de ingenieros agrónomos de la UASD – 2012- nos advertimos con mayor asidualidad, reparando entonces en la solidez de su Doctorado en Fitopatología, efectuado en la Universidad de Missisippi State en USA, y sobre todo de su diplomática sagacidad que le ha permitido la ocupación de posicionamientos de importancia tanto en el Sistema de Vigilancia Fitosanitaria del País, en el proyecto PATCA como en programas de Sanidad e Inocuidad Agroalimentarias.
Sería todo un lujo para la Facultad si apoyándose en su formación y táctica habilidad fuera escogido como vice-decano en las elecciones generales a efectuarse en la decana de las universidades del Nuevo Mundo en junio venidero. No debo omitir como término a este sumarísimo perfil relativo a su persona, el expeditivo y fugaz saludo que le prodiga a sus amistades al encontrarlas de frente: sin detenerse desacelera su marcha, pronuncia sonreído breves expresiones de halago y alborozo por el momentáneo encuentro, retomando a seguidas su presurosa velocidad inicial dejando feliz y contento al camarada saludado. Esta diligente y efímera manera suya de saludar me llama siempre la atención.
No obstante haber sido precedido por otros docentes egresados de Universidades soviéticas o de países bajo su control político, o quizás por haber sido el primero que en la cátedra de Fitotecnia y Fitomejoramiento de la Facultad provenía del denominado campo socialista, Luis Carvajal fue a inicios de los años 80 del siglo XX como una especie de Spútnik – primer satélite artificial de la Tena – en el apacible cielo de Engombe, ya que las pretensiones de todos los recién llegados por transformar el satus quo y la forma de impartir los conocimientos de una asignatura determinada, lo confrontaba con algunos profesores – el modo tradicional – y con los planes de estudios establecidos.
Antes que nada debo resaltar que cuando se es una marxista genuino, convencido, y se vive en un país como el nuestro – capitalista, conservador, pro- norteamericano – como en el caso de Cucho – sobrenombre de Carvajal – su existencia tiene todas las características de discurrir como en una especie de exilio interior, ya que las coordenadas sociales, los comportamientos individuales, los anhelos personales y el activismo de los principales actores de la comunidad, se contraponen al ordenamiento ideal que en secreto aspiran, convirtiéndoles en consecuencia en personas como sorprendidas de vivir donde residen. Se distinguen estos exiliados su generis en que por lo general no miran directamente a los ojos, reconociendo a los demás mediante un lento escaneo que utiliza como eje el centro de la cara.
Ideología aparte, este biólogo – 64 años – con Maestría en la Universidad Máximo Gorki de Jarkov, Ucrania, es un especialista en Fisiología Vegetal, Fisiogenética, Biofísica, Genética General y Ecología, y en la actualidad es profesor de Fisiologia Vegetal I y II en Engombe. Su resonancia mediática proviene, no sólo de ser miembro de la Academia de Ciencias, sino por ser el coordinador de la Comisión Ambientalista de la UASD al extremo, que conjuntamente con Eleuterio Martínez, Osiris De León, Simón Guerrero, Omar Ramírez y el fenecido sismólogo Orlando Franco B. entre otros, representan las voces más autorizadas en la defensa del patrimonio natural de la isla cuando se encuentra amenazado por los enemigos del medio ambiente.
Además de su comprobada competencia en estos menesteres, Carvajal es un izquierdista irreductible que nunca se dará de baja en su lucha contra las injusticias, y en su comunicación con los otros se expresa en un lenguaje políticamente correcto – a veas explota como el reactor de Chernobyl -, y corporalmente es dueño de este peculiar rasgo: su cabeza parece tener una autonomía motora distinta a la del resto del cuerpo, y cuando es solicitado en público por su nombre revela una momentánea falla de coordinación, pues la primera atención a quien le llama pero el torso y las extremidades dan la impresión de llevar otro rumbo, otra dirección. En ocasiones, y sin ningún motivo, le doy voces para ser testigo de este aparente desacuerdo entre la velocidad de su pensamiento – o de su testa – y la del resto de su anatomía. Es un transitorio atolondramiento, confusión, cuya observancia me hace mucha gracia.
A diferencia de otros enseñantes, sean de la UASD o de otras universidades del país, este póker de docentes está conformado por profesionales que les han perdido el asco a la vida, es decir, se sienten a gusto extirpándole un tumor instestinal a un caballo, alternando con agricultores harapientos bajo cafetales de montaña, aplicando pesticidas tóxicos en arrozales inundados o desafiando terratenientes o propietarios de consorcios mineros que tratan de apropiarse de áreas pertenecientes a parques nacionales o zonas protegidas. A su valor personal se asocia la posesión de una envidiable inteligencia conocida, tanto por sus colegas magisteriales como por su actual discipulado universitario, así como también por quienes tenemos conocimientos de sus aportes en pro de la agropecuaria dominicana.
Carlos José es capaz de silbar “Casita de campo” limpiándole un rámpano a un caballo de carreras; Milton Martínez leerle un poema o un cuento de Jorge Luis Borges a un pequeño caficultor desencantado por un severo ataque de roya a sus plantas; Borbón, protegido por una bata de fino algodón egipcio, internarse en un ardiente guineal de la Línea Noroeste aplicando Difenoconazole o Bankit para combatir la Sigatoka y Cucho Carvajal, a la vez que denuncia los males de la megaingeniería al medio ambiente, instruye a los agricultores afectados en relación a sus derechos y los pasos a seguir contra la enajenación de nuestro territorio boscoso. Es por todo ello que no pocos de sus compañeros de labores estiman que lo suyo no es solo magisterio sino el magias-terio al tener que recurrir con frecuencia al componente emocional de sus alumnos para favorecer su aprovechamiento.